Hay una dimensión, o pilar, del pensamiento de
Martí que no puede pasarse por alto, y que tiene para nosotros un significado
vital: la ética. En él fue, mucho más que de ciencia, cuestión de conciencia y
actitud. La decisión de echar la suerte con los pobres de la tierra no fue para
él una consigna, sino la definición de un modo de vivir, y, en particular, de
asumir la política.
Luis Toledo Sande* / Cubadebate
"Martí", de José Luis Fariñas |
Se nos
convoca, propósito nada menudo, a ver cómo el legado de José Martí
puede iluminarnos en nuestra realidad de hoy. En estos apuntes —ordenados según
surgieron, ad líbitum, para seguir el tino musical anunciado en el título— no
busco ser exhaustivo, ni rozar originalidad alguna. Incluso en asuntos que haya
tratado en otras páginas, eludo autorreferencias, y cuando quizás pudiera
apuntar algo original, tampoco empleo acotaciones del tipo de “a mi entender” o
“según mi modesto juicio”, frecuentes en intervenciones que no están mal por
recrear verdades sabidas, sino por presentarlas como si fueran descubrimientos.
1
Uno de los
mayores “problemas” que ocasiona José Martí, y marcan el modo como se asume su
legado, es su grandeza. Tanto ingenuos como pícaros, y tendenciosos de toda
índole, han querido o siguen intentando arrimar a su sardina el fuego del
héroe. No pocas veces se trata de maniobras dolosas, pero a menudo el
procedimiento se inscribe en el camino de las buenas intenciones.
2
Para hacer
justicia a la aspiración de equidad que caracterizó al héroe, no hay que
presentarlo como un socialista o comunista inconfeso. Su pensamiento y, sobre
todo, su conducta son fuentes vivas para quienes de veras se planteen defender
la justicia social y echar su suerte con los pobres de la tierra, ser uno de
ellos. Por eso tampoco debe pretender ninguna persona o institución honrada
utilizarlo contra reales o supuestos igualitarismos.
Los límites
entre campañas de esa índole y la renuncia al ideal justiciero pueden ser, o
son, borrosos, y Martí en uno de sus apuntes desbordó la cuestión llamada
racial y afirmó: “así se va, por la ciencia verdadera, a la equidad humana:
mientras que lo otro es ir, por la ciencia superficial, a la justificación de
la desigualdad, que en el gobierno de los hombres es la de la tiranía”. No poco
habría que añadir sobre su pensamiento al respecto y, en particular, sobre su
relación con las ciencias, pero se requeriría un espacio mucho mayor.
3
Quizás
entre los textos de Martí que más lecturas deficientes han sufrido sobresalga
el discurso del 26 de noviembre de 1891, conocido como “Con todos, y para el
bien de todos”. Durante la República neocolonial se usó politiqueramente, y
—para devaluar la razón moral del héroe y privilegiar la razón instrumental
propia del positivismo y el pragmatismo— en fecha cercana algún neoautonomista
ha dicho que Martí aspiraba a una totalidad imposible.
El discurso
conocido como “Los pinos nuevos”, que pronunció al día siguiente de
aquel, es más abarcador. Con la imagen titular definió a quienes, cualquiera
que fuese su edad, abrazaban un proyecto que se erguía por entre los errores y
los reveses del pasado como por entre un pinar devastado por el fuego lo hacía
el racimo gozoso de pinos sobrevivientes o nacidos de las cenizas. En
contraposición, “Con todos, y para el bien de todos” tal vez sea su texto más
excluyente, no porque él lo quisiera, sino porque, desde los cimientos de la
fundación del Partido Revolucionario Cubano, señaló fuerzas que se autoexcluían
de la brega independentista o buscaban que esta no lograra un triunfo de
radicalidad y alcance bastantes para transformar de veras el país.
A esas
fuerzas se refirió al desmentir a quienes propalaban miedos que se hacían
depender de “las tribulaciones de la guerra”, o del supuesto peligro que
representaban “el que más ha sufrido en Cuba por la privación de la libertad”
(el “negro generoso”, el “hermano negro”), y el español honrado. La andanada
martiana alcanzó, sigue alcanzando, a quienes el orador llamó lindoros, olimpos
de pisapel y alzacolas. Unos y otros recuerdan a los sensatos patricios
—anexionistas o autonomistas— que repudió en El Diablo Cojuelo, de 1969,
y en la víspera de su caída en combate llamó celestinos, porque preferían “un
amo, yanqui o español” que les asegurase sus privilegios y despreciaban a “la
masa inteligente y creadora de blancos y negros”.
4
Entre su
comienzo y su final, unitarios, ese discurso lo recorre el enfrentamiento a
quienes se autoexcluían de la revolución. El orador no obedecía puntillismos de
índole académica: fijaba una visión que sigue siendo clave para interpretar el
rumbo y el destino de la nación. No está el horno para pastelitos de
ingenuidad, aunque los voceros conscientes o inconscientes de la llamada
desideologización pretendan otra cosa. Esa tendencia, promovida al servicio de
un pretenso pensamiento único, y calzada por la desmovilización de gran parte
de las izquierdas del planeta, no consiste en eliminar la ideología, sino en
desmontar toda expresión ideológica revolucionaria y sustituirla por la
ideología que calzan la pasividad y la resignación convenientes a las fuerzas
imperiales, que no descansan en la defensa de sus intereses.
Para Cuba,
invitada de distintos modos y desde diferentes plazas de la ideología imperial
a una totalidad acrítica, el asunto es de la mayor envergadura. Hay
contradicciones que resolver, y no pocas de ellas tienen en su centro la
escisión producida a partir de 1959, migración o permanencia en el país por
medio. Aunque odiosas, las comparaciones pueden ser útiles como recurso para el
conocimiento. A diferencia de otros casos, como la España de la República
asesinada, en Cuba después de aquel año se quedaron los revolucionarios, a
quienes tocó y sigue tocando enfrentar la hostilidad imperial, mientras que,
sobre todo en los primeros años después de aquel hito, el núcleo más influyente
o distintivo de la emigración lo formaron los beneficiarios y defensores de la
tiranía derrocada.
Con
financiamiento del imperio, las cúpulas de esas fuerzas han hecho de la
contrarrevolución un negocio altamente lucrativo, mientras que los
revolucionarios, si lo son de veras, se distinguen por hacer de la vida un
hecho moral, o por intentarlo, y debido a las virtudes y a las insuficiencias
que sean, no parecen especialmente dotados para los negocios. En general —y
ello debe llamar a profunda meditación—, no cosechan los recursos
indispensables para competir en inversiones y ganancias, de las cuales se
pueden ver excluidos. Quizás tengan habilidad de negociantes algunos que,
amparados por su poder y por el silencio de la prensa, pueden convertirse en
futuras mafias victoriosas.
5
La gran
transformación experimentada por la humanidad desde su surgimiento y a lo largo
de las eras puede considerarse interminable, o, al menos —para decirlo con
versos del “Soneto de la fidelidad”, de Vinícius de Moraes—, será infinita
mientras dure. Pero para ello debe existir su único soporte posibe, la especie
humana, y esta, que no siempre valida su proclamada condición de exponente más
alto de la inteligencia, tampoco pinta para ser eterna. Y basta una ojeada a la
historia para sostener que los tramos de sacudimientos nombrados revoluciones
no son eternos, aunque lo generado en ellos siga presente o repercuta de
distintos modos, quién sabe hasta cuándo, en los tiempos que les suceden.
En eso
último se piensa al recordar un texto publicado en Patria el 5 de abril
de 1894, en el cual Martí dio cabida explícita a la posibilidad de que la
guerra revolucionaria que él preparaba fracasara. Lo hizo con la mesura de
quien desafiaba graves obstáculos para fraguar una contienda necesaria, y no
debía permitirse ningún gesto que lo hiciera comparable con el miedo a la
guerra y el derrotismo propalados por otros. Desde el título, “Crece”, el autor
calificó la brega revolucionaria que él mismo orientaba, tarea en la cual no
podía sucumbir al pesimismo. Por ello empezó con estas afirmaciones: “La
revolución se salva. Le faltaba tesis y orden, y ya tiene una y otro. Se conoce,
y obra. Lo primero es conocerse; porque sin fin fijo y viable, y sin medios
correspondientes a él, solo se echan a andar los ambiciosos, esos grandes
criminales,—y los locos”. Había que afrontar con lucidez los escollos,
empezando por los internos.
Lo que
faltaba por hacer en Cuba no es precisamente lo que está por hacerse hoy, pero
las perspectivas del revolucionario en quien Fidel Castro
ha visto un “guía eterno de nuestro pueblo” aportan lecciones válidas para
todos los tiempos. En el centro conceptual de aquel artículo expresó: “La
ciencia, en las cosas de los pueblos, no es el ahitar el cañón de la pluma de
digestos extraños, y remedios de otras sociedades y países, sino estudiar, a
pecho de hombre, los elementos, ásperos o lisos, del país, y acomodar al fin
humano del bienestar en el decoro los elementos peculiares de la patria, por
métodos que convengan a su estado, y puedan fungir sin choque dentro de él. Lo
demás es yerba seca y pedantería”.
Abrazaba la
realidad por lo más complejo: “De esta ciencia, estricta e implacable—y menos
socorrida por más difícil—de esta ciencia pobre y dolorosa, menos brillante y
asequible que la copiadiza e imitada, surge en Cuba, por la hostilidad
incurable y creciente de sus elementos, y la opresión del elemento propio y
apto por el elemento extraño e inepto, la revolución. Así lo saben todos, y lo
confiesan”.
Nada se
presentaba como un paseo. Estaba por delante el nudo gordiano de los desafíos:
“En lo que cabe duda es en la posibilidad de la revolución”, escribió, para
añadir: “Eso es lo de hombres: hacerla posible. Eso es el deber patrio de hoy,
y el verdadero y único deber científico en la sociedad cubana. Si se intenta
honradamente, y no se puede, bien está, aunque ruede por tierra el corazón
desengañado: pero rodaría contento, porque así tendría esa raíz más la
revolución inevitable de mañana”.
Tenía en
cuenta la inmediatez concreta; pero, lejos de atenerse al empirismo propio de
pragmáticos, la sometía a indagación de largo alcance: “Las sociedades mueren o
viven conforme a su composición y a sus antecedentes: si se salen de ellas, si
viven siglos enteros fuera de su armonía natural, y de la obra ineludible, por
penosa que sea, de su propio desarrollo, al cabo de siglos reaparecen, cuando
se pudre el cuerpo ajeno que viciaron, y recomienzan la labor interrumpida. Ni
hombres ni pueblos pueden rehuir la obra de desarrollarse por sí,—de costearse
el paso por el mundo. En este mundo, todos, pueblos y hombres, hemos de pagar
el pasaje”.
La seriedad
de sus preocupaciones la confirma el hecho de que apenas doce días después
publicó, en el mismo Patria, el artículo “El tercer año del
Partido Revolucionario Cubano”, que, desde el subtítulo, “El alma de la
Revolución, y el deber de Cuba en América”, ratificó la grandeza de los
propósitos y la gravedad de los escollos que el proyecto cubano tenía en un
medio complicado por el naciente imperialismo estadounidense. No es casual que
en “Crece” previera el revés como una posibilidad que no cabía conjurar
ignorando la realidad con entusiasmos pasajeros o ciegos llamados al sacrificio
colectivo.
6
En su
lealtad a una tradición combativa alimentada decisivamente por el legado de
Martí, Cuba estuvo cerca de lograr sobre el colonialismo español un triunfo que
le arrebató en 1898 la intervención con que el gobierno de los Estados Unidos
sustituyó a España en la dominación del país antillano. Afincada en dicha
tradición, la victoria de 1959 puso fin al dominio neocolonial impuesto por la
potencia del Norte, y abrió el camino para rendir un profundo homenaje práctico
al ideal justiciero, de equidad, que Martí le dejó como parte de su herencia
política y ética.
En un mundo
dominado por el capitalismo imperialista, máxime tras la debacle del llamado socialismo
real, Cuba no abandonó la aspiración de construir un socialismo verdadero.
Se convirtió así en una digna anomalía sistémica, o se ratificó como tal. No es
fortuito que ese hecho le haya granjeado una empecinada hostilidad por parte
del imperio y sus aliados, y a la vez le haya valido la admiración de los
pueblos del mundo.
Hoy, a
pesar de los replanteamientos vividos por varios pueblos en nuestra América, y
de la crisis sistémica del capitalismo, este conserva un poderío que le permite
imponer su llamado “pensamiento único”, no solo con su poderío económico y
militar, sino también con los grandes recursos mediáticos que dan apoyo a sus
armas y su economía. En esas circunstancias Cuba necesita replanteamientos
—económicos, pero la economía no se mueve sola en ninguna comarca de este
mundo— que le permitan sobrevivir y crecer, y lograr un funcionamiento válido
para que la población tenga una vida más amable.
Para
algunos, ese es el camino por donde llegar a ser un “país normal”, o dicho de
otro modo, para dejar de ser la anomalía sistémica que la ha honrado ser. Algo
semejante se puede oír no solo en ámbitos como el de la reciente reunión, en
Miami, de grupos contrarrevolucionarios interesados en facilitar el advenimiento
de la Cuba que, según ellos, “queremos todos”. El reclamo de que Cuba se vuelva
“normal” se oye incluso en lares mucho más cercanos.
Frente a
ilusiones de tal corte se han levantado numerosas voces, y algunas están
representadas en este encuentro. Contra los fantasmas también hallamos aliento
en Martí, quien en “Crece”, luego de decir que la revolución ya tenía tesis y
orden, y se conocía y obraba, añadió: “Era ambiente la revolución, y hoy es
plan. Era un sentimiento inútil y cómodo: como corona de adelfas era, y de
laurel, que no hay derecho a arrancarse de la frente para sazonar, con sus
hojas ensangrentadas, la olla de la comodidad: ¡infeliz, en la memoria de los
hombres, quien eche el laurel en la olla!” Cuidemos el nuestro.
7
Martí,
quien no desconocía peligros, ni se arrodillaba ante ellos, plasmó en “Con
todos, y para el bien de todos” previó, o ya veía, obstáculos como este: “Por
supuesto que se nos echarán atrás los petimetres de la política, que olvidan
cómo es necesario contar con lo que no se puede suprimir,—y que se pondrá a
refunfuñar el patriotismo de polvos de arroz, so pretexto de que los pueblos,
en el sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina. ¿Y qué le hemos
de hacer? ¡Sin los gusanos que fabrican la tierra no podrían hacerse palacios
suntuosos! En la verdad hay que entrar con la camisa al codo, como entra en la
res el carnicero. Todo lo verdadero es santo, aunque no huela a clavellina”.
Esas
palabras, ¿no recuerdan aquello de “la verdad es revolucionaria”? No lo dijo un
menchevique torpe ni un perestroiko ebrio, sino un bolchevique sabio, aunque no
tan recordado, que no idealizaba la realidad pero sabía insoslayable contar con
ella, sin sometérsele blandamente, para poder transformarla. Por su parte,
Martí sabía necesario distinguir entre lo verdadero y lo aparente, entre la
atmósfera y el subsuelo, y, en la fragua de un nuevo proyecto revolucionario
para Cuba, en aquel discurso advirtió claramente contra “la mano de la colonia
que no dejará a su hora de venírsenos encima, disfrazada con el guante de la
república. ¡Y cuidado, cubanos, que hay guantes tan bien imitados que no se
diferencian de la mano natural! A todo el que venga a pedir poder, cubanos, hay
que decirle a la luz, donde se vea la mano bien: ¿mano o guante?”
No pretendía
purezas inalcanzables ni convertir la cordura en parálisis. Por eso añadió:
“Pero no hay que temer en verdad, ni hay que regañar. Eso mismo que hemos de
combatir, eso mismo nos es necesario. Tan necesario es a los pueblos lo que
sujeta como lo que empuja”. Había que contar con todo, pero no otorgar a todo
el mismo espacio ni iguales derechos. Mano era mano, y guante era guante. Así
sigue siendo hoy, y ha de saberse, para evitar desviaciones y sorpresas
costosas. Es necesario saber qué entiende cada quien por normalizar,
pues “la norma” hace tiempo que la impone el capitalismo, como se debe saber
qué entiende cada quien por actualizar, cuando el Meridiano de Greenwich
de la economía mundial pasa por el capitalismo. No es cuestión de palabras,
pero tampoco se debe ignorar su importancia como representación de
significados.
8
A menudo se
cita el criterio plasmado por Martí en la carta del 10 de abril de 1895, desde
Cabo Haitiano, a Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada, sus colaboradores en la
delegación del Partido Revolucionario Cubano, en Nueva York. Se trasladaba
hacia Cuba, donde el 24 de febrero había comenzado la contienda armada, y
escribió: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosla a
pensamiento”. En lo más directo se refería al papel que debía desempeñar y
estaba desempeñando ya el Manifiesto de Montecristi, pero la idea, que
no era nueva en él, desbordaba ese campo referencial.
En su Lectura
del 24 de enero de 1880 en el Steck Hall neoyorquino, braceando entre el
ser y el deber ser, insistió en que la revolución había pasado de ser una
revolución de la cólera a serlo de la reflexión. No es un grito aislado el de
“Nuestra América”, ensayo publicado a inicios de 1891 y en el cual él —que
preparaba una guerra, no meramente una hermosa metáfora de la lucha— sostuvo:
“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”.
9
No es
aleatorio que, por lo menos desde 1889, intentara fundar un periódico para la
revolución. No lo consiguió hasta que el 14 de marzo de 1892 circuló el número
inicial de Patria, antes de proclamarse el Partido Revolucionario
Cubano. Como se ha dicho, esa antelación le permitía plantearse que el
periódico no se limitara a ser el órgano de aquel cuerpo político, el cual,
público y clandestino a la vez, y con seria responsabilidad ante el concierto o
desconcierto mundial, se regiría por sus propias normas de funcionamiento, y no
tendría en su totalidad, ni acaso en su promedio, la radicalidad ideológica que
Patria podía defender libremente como soldado y vocero de la revolución.
Se han
hecho valiosos estudios sobre el periodismo de José Martí, y quizás todavía
esté por verse plenamente el alcance de una práctica informativa que, promovida
y en gran parte protagonizada por él —no solo en la prensa, sino también en
discursos y en cartas, y en conversaciones diarias—, no se esterilizó
silenciada por la discreción que la guerra exigía. Algunos de los mayores
secretos de su plan revolucionario no tardaron en hacerse públicos contra su
voluntad. Los Estatutos secretos del Partido, por ejemplo, fueron muy
pronto publicados por Enrique Trujillo, tal vez enemigo político embozado, o,
cuando menos, caricatura de un Salieri minado por la envidia. Y el plan de
enviar armas a Cuba por el puerto de Fernandina lo descubrió un colaborador
indiscreto, o traidor, para conveniencia de los Estados Unidos y de España.
A pesar de
todo, la conspiración revolucionaria, bien hecha, prosperó, y el levantamiento
del 24 de Febrero estalló, no en todas las localidades previstas, pero sí en
varias, aunque una errónea tradición le dio el nombre de una sola. Todavía el Código
de trabajo que recientemente aprobó la Asamblea Nacional y se lee en la Gaceta
Oficial de la República de Cuba, reconoce entre las conmemoraciones
nacionales de carácter oficial aquella efeméride, que ese texto denomina Grito
de Baire. Nuestra televisión y otros medios repiten asiduamente el mismo error,
perpetuado probablemente en áreas de la docencia. Pero la simultaenidad del
alzamiento no fue hecho menudo ni casual, sino opción de profundas
implicaciones tácticas y estratégicas.
10
El
periodismo de Martí sigue siendo un modelo no superado en un país donde va para
años que se combaten, con llamamientos que merecerían mayor éxito, síndromes de
silencio y secretismos que han llegado a niveles imprudentes de prudencia. Esa
realidad recuerda versos de Garcilaso de la Vega: “¡Oh, más dura que mármol a
mis quejas/ y al encendido fuego en que me quemo […]!” Romper la pétrea barrera
no es cuestión de gusto profesional, sino de vida o muerte, para cumplir con
una verdad que Martí definió y ya fue citada en estas notas: “Lo primero es
conocerse; porque sin fin fijo y viable, y sin medios correspondientes a él,
solo se echan a andar los ambiciosos, esos grandes criminales,—y los locos”.
La
población necesita estar informada, para saber cómo actuar, y hasta para
alimentar ideas y esperanzas. No es homogénea la población, ni hay que
idealizarla, pero mal informada no será mejor. Si se ven señales de cansancio,
piénsese que cuando un héroe de estirpe martiana, el Che, negó el derecho a
cansarse, se refería a la vanguardia, no a la población común. Martí, luego de
decir que “Ser bueno es el único modo de ser dichoso” y “Ser culto es el único
modo de ser libre”, añadió: “Pero, en lo común de la naturaleza humana, se
necesita ser próspero para ser bueno”.
Él, ejemplo
de austeridad y sacrificio que los más fieles al proyecto estarían dispuestos a
seguir, no identificaba prosperidad con opulencia, y comprendía que la
generalidad de las personas —“lo común de la naturaleza humana”, dijo— desean
una vida materialmente decorosa, y la necesitan para no buscarla por caminos
inmorales. Incluso quienes tengan la decisión de defender las más elevadas
aspiraciones colectivas, deben tener claras y firmes las ideas con que
fortalecer sus trincheras, y esas ideas se nutren de la información, y de la
prueba de la verdad, o se debilitan sin ellas.
Es justo
aplaudir cuanta buena información se dé, por ejemplo, sobre un proyecto como el
grandioso fomentado en el puerto de Mariel, y es necesario que se vean en la
vida diaria de la población los buenos frutos esperados de él. Otros proyectos
bien intencionados no han traído lo que el país esperaba y merecía, y el de Mariel
suma a su importancia económica un particular significado simbólico. Es preciso
velar para que por allí le entren a la nación, al pueblo trabajador, los
beneficios necesarios, y que no reingrese en la patria todo lo malo que
creíamos salido en 1980 por aquel puerto.
11
No hay que
confundir información con sobrecarga de datos parcializados, ni creer que se
honra a Martí con meras y abundantes citas de su obra, descontextualizadas. No
se trata de renunciar a textos fundamentales y alumbradores que además
proporcionan el goce estético de la mejor escritura; pero, más que citarlos o
glosarlos, la aspiración debe ser aprender de ellos, de las ideas que el autor
plasmó y refrendó con su vida, no solo con su muerte. Más productivo que buscar
complaciente aprobación en sus escritos, sería indagar en qué nos impugna,
aunque la realidad no nos permita hoy actuar como él habría querido.
En general,
ni él ni su pueblo merecen que en torno a su obra se genere sobresaturación con
una propaganda textual desmedulada o cansona. Por eso —y ruego que se me
perdone repetir algo que he contado en otros textos—, cuando hace algunos años,
al final de una conferencia, alguien me preguntó qué sugería para estimular la
necesaria y placentera lectura de la obra martiana, dije: prohibirla. Claro que
eso sería inaceptable, pero lo dije pensando en la pasión generada en torno a
autores y obras que se han incluido en índices de interdicción que solo ha
servido para promoverlos. Ojalá una pasión similar a esa estimulara hoy,
amorosamente, el conocimiento del legado de Martí, y, para no ir más lejos, del
marxismo, hoy poco mencionado.
12
Hay una
dimensión, o pilar, del pensamiento de Martí que no puede pasarse por alto, y
que tiene para nosotros un significado vital: la ética. En él fue, mucho más
que de ciencia, cuestión de conciencia y actitud. Podrían citarse numerosas
pruebas de ello, pero basta su sólido criterio de que servir a la patria,
sacrificarse por ella, no da ningún derecho especial sobre ella ni sobre sus
recursos. La decisión de echar la suerte con los pobres de la tierra no fue
para él una consigna, sino la definición de un modo de vivir, y, en particular,
de asumir la política. Lo ratificó en la manera como vivió y como se encargó de
poner límites institucionales a la autoridad —que recaería en él por limpia
elección— del máximo dirigente, con cargo de delegado, del Partido que él mismo
fundó.
Ese Partido
se constituyó para asegurar, junto con la independencia de Cuba, otros fines
fundamentales llamados a sentar las bases de la república futura, para la cual
urgía “fundar un pueblo nuevo y de sincera democracia”, como se lee en sus Bases.
Era natural que, en la guerra preparada por esa organización política, el héroe
se mostrase aprensivo con lo que pudiera parecerle indicio de ostentación, de
opulencia, aunque fuera la silla de montar sobre la cual un héroe formidable
luchaba por la patria y moriría por ella.
La
austeridad de Martí expresaba su lealtad a los principios que defendía, y era
parte de su capacidad de sacrificio, que para él no representaba una condena,
sino un acto volitivo consciente. De ahí que, “en el pórtico de un gran deber”,
le expresara a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal: “Ahora hay
que dar respeto y sentido humano y amable, al sacrificio”. Va más allá de lo
contingente el hecho de que su carta póstuma a Manuel Mercado —testamentaria en
tantos órdenes, incluida su ética— se interrumpiera en la palabra honestidad.
Su legado
vale también para informar la nueva lucha contra bandidos a que está llamado el
país: el enfrentamiento a la corrupción y a los corruptos. En esa realidad
reverdecen los versos en que un discípulo moral del Apóstol pidió “una carga
para matar bribones,/ para acabar la obra de las revoluciones”. Esa era y sigue
siendo una meta indispensable para “cumplir el sueño de mármol de Martí”.
13
Cardinal
fue, o es, la actitud del Maestro en relación con las fuentes de pensamiento a
su alcance, y con sus maestros inspiradores. Fue un lector voraz, y pensaba que
si “Napoleón nació en una alfombra donde estaba la guerra de Europa”, él debió
haber nacido “sobre una pila de libros”. Pero asimismo escribió: “el libro que
más me interesa es el de la vida, que es también el más difícil de leer, y el
que más se ha de consultar en todo lo que se refiere a la política, que al fin
y al cabo es el arte de asegurar al hombre el goce de sus facultades naturales
en el bienestar de la existencia”.
Muchos
textos le serían útiles, pero su grandeza estuvo en la capacidad creativa, en
el poder de buscar y hallar respuestas raigales para la realidad a la cual se
enfrentaba. Pensar por sí propio era, para él, el primer deber de un ser
humano, y lo cumplió señeramente. De ahí la dificultad con que han tropezado
los intentos de hallarle ubicación, o clasificarlo, en una corriente de
pensamiento determinada. Su actitud crítica la mostró asimismo ante sus grandes
inspiradores, aunque fuera Simón Bolívar, su mayor maestro americano.
En 1893, en
el centro de su discurso de homenaje al Libertador por el aniversario 110 de su
nacimiento, situó entre grandes elogios lo que entendía necesario superar del
maestro. Apreciaba que este “no pudo, por no tenerla en el redaño, ni venirle
del hábito ni de la casta, conocer la fuerza moderadora del alma popular”. El
fiel continuador procuraba que se entendiera con precisión lo que la herencia
de Bolívar —que tenía, y tiene, mucho que hacer en América y no solo en ella—
podía seguir aportando al independentismo y a la transformación en nuestros
pueblos, y qué correspondía plantearse, a finales del sigloIX y hacia el
futuro, en una revolución profundamente popular.
Su actitud
crítica devalúa desde la base cierta lectura que a menudo se ha hecho de “Tres
héroes”, semblanza incluida como escudo y brújula en el número inicial de La
Edad de Oro, julio de 1889. Refiriéndose especialmente a Bolívar, sostuvo
que “el sol tiene manchas” y “quema con la misma luz con que calienta”, y “los
hombres no pueden ser más perfectos que el sol”. Frente a eso expresó que “los
desagradecidos no hablan más de las manchas”, pero, en contraposición, añadió:
“los agradecidos hablan de la luz”. No dijo que ven o deben ver solamente la
luz. Lo que proponía no era incondicionalidad, sino lealtad reflexiva, sin la
cual ninguna causa digna estará del todo bien defendida.
14
Es mucho lo
que en cada una de las presentes notas se podría añadir, y muchas las notas que
faltan para un esbozo que pudiera estimarse mínimamente completo de lo que
Martí representa para nosotros. Su pensamiento y su palabra deberían servirnos,
entre otros fines que debemos alcanzar, para no seguir satanizando el concepto
de república, lo que habitualmente se hace cuando se le regala el rótulo la
República a la Cuba de 1902 a 1958, y se contrapone a ella la Revolución,
aunque la Cuba revolucionaria sigue siendo república y como tal debe
perfeccionarse, para lo que debe cultivar una civilidad que parece perderse.
Si se
quisiera ser exhaustivo, no pararíamos de señalar cuánto nos enseña Martí. Ni
palabra sin esencia ni detalle banal hay en una obra signada por la
trascendencia. Una coma puede tener significado especial. Como todo autor,
tenía sus preferencias y se permitía opciones estilísticas que pueden gustarnos
más o menos. Así, por ejemplo, en el cierre de uno de los grandes poemas de Versos
libres se lee: “Sólo el amor, engendra melodías”, imagen que asimiló Silvio
Rodríguez en la canción que afirma: “sólo el amor engendra la maravilla”.
El poema de
Martí figura en un libro que no llegó a depurar totalmente para su edición, por
lo cual caben dudas puntillosas. Pero él tenía en general un prodigioso y
fundacional dominio del idioma. Para algunos puristas, la coma en el verso
citado sería comparable con la que usó en una afirmación hecha en un texto
revisado por él y publicado en su cercanía física: “El carácter de la Revista
Venezolana”, donde se lee algo que de distintos modos planteó en varios
escritos: “Hacer, es la mejor manera de decir”.
Lecturas
puristas, y a veces descuidadas, suprimen la coma; pero ¿es que la pausa que
ella pide no le da al verbo hacer la doble función de reclamo imperativo
y de protagonista del predicado que le sigue? Es como si después de la
convocatoria, hacer, en la que se siente incluso un énfasis exclamativo,
se añadiera una oración donde ese verbo puede ser a la vez sujeto implícito,
para evitar una repetición indeseable, en un contexto donde cabría percibir el
siguiente mensaje: “¡hacer!, esa la mejor manera de decir”?
Es apenas
una propuesta, basada en el reconocimiento de la importancia de los signos de
puntuación para Martí. Sobre ellos esbozó un sistema propio, personal,
impracticable tal vez, pero revelador del cuidado con que los asumía y es
indispensable tener en cuenta al interpretar sus textos. Desde lo más profundo
de su legado, de su ejemplo vital, nos llama a hacer, y a hacer bien, porque
esa es la mejor manera de decir.
* Intervención en el panel que, sobre el tema
José Martí y la Revolución Cubana hoy, sesionó el 10 de julio de 2014 en la
Casa Cultural del ALBA de La Habana, organizado por el programa FLACSO-Cuba en
su ciclo Balcón Latinoamericano
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