En este año se han
cumplido 40 años de la muerte del Premio Nobel de literatura, Miguel Ángel
Asturias, y 60 del derrocamiento del presidente constitucional Jacobo Árbenz
Guzmán, dos acontecimientos importantes para la vida política y cultural de
Guatemala, Centroamérica y América Latina, pero el gobierno de Guatemala no ha
dicho absolutamente nada.
Rafael Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Jacobo Arbenz, un referente en la memoria del pueblo guatemalteco. |
Al ser consultado un
funcionario del Ministerio de Cultura por un periodista del diario El País de
España, sobre por qué el aniversario de la muerte de Asturias había pasado
desapercibido, solo atinó a responder que agradecía mucho que se le informara
del acontecimiento pues ellos no sabían nada.
Es cierto, hay mucha
ignorancia entre los funcionarios del gobierno guatemalteco, un gobierno que ha
traído de vuelta a los militares que estuvieron involucrados en la guerra sucia
que duró más de 36 años, pero no se trata solo de eso.
Se trata, en primer
lugar, del silenciamiento de la memoria histórica, una memoria que levanta un
dedo acusador contra muchos de los que hoy ejercen el poder del Estado directa
o indirectamente, es decir, como funcionarios o viendo representados sus
intereses en las políticas del Estado.
Esa batalla por la
memoria incluye, claro está, los acontecimientos que rodearon el derrocamiento
de Árbenz: la campaña internacional en su contra, la intervención de los
Estados Unidos, el papel de las huestes de “liberación” que invadieron el país desde
Honduras.
Incluye también conocer
las razones por las que derrocaron a Árbenz: las políticas sociales de su
gobierno y el anterior, el de Juan José Arévalo, ambos conocidos como “los
gobiernos de la Revolución”, los avances en materia de legislación laboral, de
seguridad social, de política agraria en un país tan terriblemente desigual en
tenencia de la tierra.
¿Cómo podría el
gobierno conmemorar ese golpe de Estado que puso las bases del estado de cosas
que se viven hoy en el país? Todos los “años de la guerra”, la terrible
represión contra las fuerzas democráticas; la transformación del Estado en un
Estado contrainsurgente; del Ejército en un mecanismo volcado contra su propio
pueblo; la pervivencia como dominante de una mentalidad racista justificadora
de la explotación y la marginación de gran parte de la población; las arcaicas
estructuras económicas; la desigual distribución de la riqueza; el desamparo
social que obliga a las migraciones masivas; la corrupción generalizada; la
generalización de la violencia como forma de resolución de conflictos; todo
esto se afianza y pervive como dominante desde el derrocamiento de Árbenz en
1954.
Igualmente con el tema
Miguel Ángel Asturias. No solo por su literatura, que por reflejar la realidad
guatemalteca se torna “subversiva” para quienes pretenden tapar el sol con un
dedo, sino por su descendencia, por su hijo Rodrigo comandante de la guerrilla,
por el nombre de guerra que asume, proveniente de uno de los protagonistas de
una de las novelas de su padre, Gaspar Ilóm.
Miguel Ángel Asturias,
también Premio Lenin de la Paz, algo así como la condecoración del mismísimo
demonio para quienes la justicia social es una mala palabra.
¡Que tristeza y qué
vergüenza! Vergüenza ajena por tanta tozudez, tanta ignorancia, tanta vileza.
Tristeza por la prevalencia de “los coroneles que orinan” los muros de la
Patria, como dice el poema de Otto René Castillo, otro grande que estas hordas
quemaron en un cuartel de mala muerte.
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