La
‘economía verde’ propuesta por los organismos internacionales más parece un
lavado de cara del capitalismo global, que una alternativa significativa de
sostenibilidad ambiental.
Fander Falconí / El Telégrafo (Ecuador)
De
acuerdo a una definición bastante divulgada, la economía verde es una economía
baja en carbono, eficiente en el uso de los recursos e inclusiva en términos
sociales. Este punto de vista omite el mundo físico que alteramos en nombre del
desarrollo y de la disponibilidad de los recursos naturales, los impactos
ambientales que el crecimiento provoca en el planeta, el consumismo extremo.
En
2008, el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) presentó la
‘Iniciativa Economía Verde’. Luego, el informe ‘Towards a Green Economy:
Pathways to Sustainable Development and Poverty Eradication’ (Pnuma, 2011),
abogaba por un ‘enverdecimiento’ de la economía. En Río+20, en la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, realizada en Río de
Janeiro, veinte años después de la Cumbre de la Tierra en 1992, también se
propusieron iniciativas en esta dirección, como parte del proyecto amplio de
desarrollo sostenible.
La
economía verde es sinónimo de capitalismo verde, dice con mucho acierto el
profesor mexicano Alejandro Nadal, en un artículo titulado ‘¿Qué es el capitalismo
verde?’. Según Nadal, el capitalismo verde tiene dos contrafuertes. El primero
consiste en una serie de mercancías, a la par de procesos de producción, que
son menos dañinos para el medio ambiente, como el reciclaje y la mayor
eficiencia tecnológica. El segundo es el mercado como herramienta para reparar
los problemas ambientales. La solución de mercado está relacionada con la
privatización y mercantilización de todos los componentes de la naturaleza.
En
mi caso, agregaría: un sobreénfasis en los valores de cambio o la naturaleza
como mercancía. De la misma manera, la negligencia imperdonable por parte de
los organismos internacionales de que la expansión económica tiene impactos
visibles en nuestro planeta.
Al
reducir la sustentabilidad ambiental al referente del mercado y los precios, la
economía deviene en crematística o la acumulación de dinero por dinero -como
bien decía Aristóteles-, no se consideran las relaciones de poder, y se
convierte en el discurso de dominación de quienes son capaces de seguir
acumulando.
De
otra parte, una cuestión es el ‘crecimiento verde’ cuando ya se tiene una base
industrial amplia, y otra cuando la base productiva es primario exportadora. Al
respecto, a estas alturas del siglo XXI, no se puede hablar de economía verde
sin ni siquiera hacer una referencia a lo que se exporta (en valores monetarios
y en toneladas), a lo que se importa, a la base productiva y al consumo. En el
caso de América Latina, el 71% de las exportaciones es ‘capital natural’
(bienes primarios y manufacturas basadas en recursos naturales), la dependencia
alimentaria de productos importados exterior crece, la depredación del
patrimonio natural aumenta y con ello las diferencias entre países enfocados a
la exportación de minerales y países que buscan salvar su base industrial.
El
reto está en incorporar plenamente el análisis económico en la naturaleza o la
naturaleza en el análisis económico, sin olvidar los componentes sociales, la
distribución del ingreso, y no patrocinar un ‘crecimiento verde’ que más parece
una forma de encubrir el rostro del capitalismo.
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