El régimen de Martinelli sacó a flote lo peor del sistema político y la
sociedad panameña, pero no lo engendró sino que lo entronizó. Ese cáncer sigue
enquistado en las cavidades más primitivas del capitalismo panameño y de su
apego a la corrupción.
Nils Castro / Para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
El régimen de Martinelli sometió al sistema político panameño a un stress agotador. La institucionalidad
nacional, desde las normas constitucionales hasta los procedimientos políticos
y legislativos, así como los partidos políticos y las organizaciones sociales
estuvieron bajo permanente tensión moral, legal y organizativa. Igualmente la
sostenibilidad financiera y la legitimidad del Estado, como asimismo la cultura
política nacional.
Aunque ese stress puso en
riesgo la estabilidad del país y finalmente provocó un amplísimo repudio
electoral, los efectos de esa prueba aún no han aflorado en su totalidad. La
salida de Martinelli y de la mayoría de sus cómplices ha salvado al país de un
estallido de consecuencias impredecibles, pero no resuelve la situación creada.
De hecho, el sistema político panameño ‑‑y como parte suya el sistema electoral
y la credibilidad de los partidos y personalidades políticas‑‑ quedaron
corroídos y con dudosa capacidad de reproducirse.
Se habla tanto de la necesidad de llevar ante los tribunales a los
principales encartados en los abusos cometidos como del imperativo de refundar
el sistema a través de una reforma constitucional. Sin embargo, el sistema
judicial existente no goza de la confianza pública y el proceso encaminado a
lograr esa reforma constitucional todavía tendrá que definirse. Si el sistema
para escoger a los constituyentes es el mismo usado para elegir a los actuales
diputados ‑‑o si los diputados electos por ese sistema inciden en el diseño de
esa reforma‑‑, el remedio podrá ser peor que la enfermedad.
El Tribunal Electoral tendrá que diseñar un nuevo procedimiento de
elección de los constituyentes y contar con un decidido apoyo del Ejecutivo
para lograr su implantación, a contrapelo de los intereses representados por
los operadores del viejo sistema político. Los que ahora han pasado a ser los
representantes oficiales de la oposición no están entre los ciudadanos más
interesados en una auténtica depuración de responsabilidades ni en una
verdadera reforma constitucional.
El régimen de Martinelli sacó a flote lo peor del sistema político y la
sociedad panameña, pero no lo engendró sino que lo entronizó. Ese cáncer sigue
enquistado en las cavidades más primitivas del capitalismo panameño y de su
apego a la corrupción. Su interés y capacidad para retomar el poder no se han extinguido. A su vez, en las calles
todavía no hay una nueva fuerza política capaz de derrotarlos definitivamente.
Así las cosas, para superar la
situación dejada por ese régimen hará falta una decidida y vigorosa actuación
del presidente Varela y de sus principales apoyos políticos. Él está ante una
oportunidad histórica: si demuestra enseguida el coraje para arrancar el
problema de raíz, tendrá un éxito memorable. Pero si se conforma con apaciguar
la situación para restablecer los instrumentos del pasado, allanará el camino
de vuelta a lo mismo, lo que pronto resultará aún más pernicioso.
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