sábado, 5 de julio de 2014

Panamá: Es ahora: después será demasiado tarde

El régimen de Martinelli sacó a flote lo peor del sistema político y la sociedad panameña, pero no lo engendró sino que lo entronizó. Ese cáncer sigue enquistado en las cavidades más primitivas del capitalismo panameño y de su apego a la corrupción.

Nils Castro / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

El régimen de Martinelli sometió al sistema político panameño a un stress agotador. La institucionalidad nacional, desde las normas constitucionales hasta los procedimientos políticos y legislativos, así como los partidos políticos y las organizaciones sociales estuvieron bajo permanente tensión moral, legal y organizativa. Igualmente la sostenibilidad financiera y la legitimidad del Estado, como asimismo la cultura política nacional.

Aunque ese stress puso en riesgo la estabilidad del país y finalmente provocó un amplísimo repudio electoral, los efectos de esa prueba aún no han aflorado en su totalidad. La salida de Martinelli y de la mayoría de sus cómplices ha salvado al país de un estallido de consecuencias impredecibles, pero no resuelve la situación creada. De hecho, el sistema político panameño ‑‑y como parte suya el sistema electoral y la credibilidad de los partidos y personalidades políticas‑‑ quedaron corroídos y con dudosa capacidad de reproducirse.
 

Se habla tanto de la necesidad de llevar ante los tribunales a los principales encartados en los abusos cometidos como del imperativo de refundar el sistema a través de una reforma constitucional. Sin embargo, el sistema judicial existente no goza de la confianza pública y el proceso encaminado a lograr esa reforma constitucional todavía tendrá que definirse. Si el sistema para escoger a los constituyentes es el mismo usado para elegir a los actuales diputados ‑‑o si los diputados electos por ese sistema inciden en el diseño de esa reforma‑‑, el remedio podrá ser peor que la enfermedad.

El Tribunal Electoral tendrá que diseñar un nuevo procedimiento de elección de los constituyentes y contar con un decidido apoyo del Ejecutivo para lograr su implantación, a contrapelo de los intereses representados por los operadores del viejo sistema político. Los que ahora han pasado a ser los representantes oficiales de la oposición no están entre los ciudadanos más interesados en una auténtica depuración de responsabilidades ni en una verdadera reforma constitucional.

El régimen de Martinelli sacó a flote lo peor del sistema político y la sociedad panameña, pero no lo engendró sino que lo entronizó. Ese cáncer sigue enquistado en las cavidades más primitivas del capitalismo panameño y de su apego a la corrupción. Su interés y capacidad para retomar el poder  no se han extinguido. A su vez, en las calles todavía no hay una nueva fuerza política capaz de derrotarlos definitivamente.

Así las cosas, para superar  la situación dejada por ese régimen hará falta una decidida y vigorosa actuación del presidente Varela y de sus principales apoyos políticos. Él está ante una oportunidad histórica: si demuestra enseguida el coraje para arrancar el problema de raíz, tendrá un éxito memorable. Pero si se conforma con apaciguar la situación para restablecer los instrumentos del pasado, allanará el camino de vuelta a lo mismo, lo que pronto resultará aún más pernicioso.

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