¿Cuál
es el Brasil después del Mundial? Fue el mejor de los Mundiales en términos de
organización y de fiesta y el peor en términos futbolísticos para Brasil. Pero
sin consecuencia alguna para la política brasileña, como ha pasado, sea con la
derrota de 1950, sea con la victoria de 1970, en plena dictadura militar.
Emir Sader /ALAI
El
Mundial, para Brasil, empezó por la decisión de la FIFA, hace ya 7 años, de
realizar su vigésima versión en Brasil (que se complementa, en un paquete
único, con la decisión posterior de realizar también los Juegos Olímpicos del
2016 en Rio de Janeiro.) Causó euforia inmediata, pero ahí quedó, con el tira y
afloja con la FIFA sobre plazos de obras y cosas afines.
El
segundo capítulo vino en junio del 2013, con sorpresivas manifestaciones
masivas de jóvenes, a partir de la reivindicación de cancelamiento de tarifas
de buses en las principales ciudades del país que, frente a la insensibilidad
de sus alcaldes, desembocó en grandes y reiteradas manifestaciones por todo el
país. Estas han puesto un slogan de gran peso: educación y salud nivel FIFA,
criticando las condiciones de los servicios públicos, en comparación con las
exigencias impuestas por la FIFA para la construcción de los estadios de futbol
para el Mundial.
Eran
sorprendentes porque se daban en el marco del más grande proceso de
democratización social en el país más desigual del continente más desigual del
mundo. Ese marco se reflejó en el hecho de que nadie reivindicaba ni sueldos,
ni empleos, dado que Brasil vive una situación de prácticamente pleno empleo,
mientras los sueldos han estado siempre, desde el comienzo de los gobiernos del
PT, por encima de la inflación, haciendo que el sueldo mínimo vital sea
superior en 70% en su poder adquisitivo real, frente a lo que era al final del
gobierno de Fernando Henrique Cardoso.
También
por eso fueron movilizaciones desconcertantes, sobre todo para la izquierda,
porque fueron protagonizadas por jóvenes hasta ese momento apartados de la
política. No por los jóvenes de origen popular, beneficiarios de las políticas
sociales del gobierno, que pertenecen a la base de apoyo sólida del gobierno, sino
por sectores de hijos de la clase media tradicional, que han estado alejados de
las grandes trasformaciones operadas en el campo popular desde 2003.
Por
primera vez, en mucho tiempo, afectó la popularidad del gobierno, que cayó de
forma significativa, aunque sin beneficiar a la oposición, porque aparecía como
un rechazo de la política en sus formas tradicionales.
Las
manifestaciones se debilitaron, sea porque no desembocaban en reivindicaciones
concretas –salvo la original, victoriosa, de cancelamiento del aumento de
tarifas de transporte– así como por el surgimiento de grupos violentos, que
ahuyentaron la participación masiva de la juventud.
La
prensa brasileña –toda opositora– apoyada por la FIFA y por la mídia
internacional, creó un clima de terror sobre las condiciones en que se daría el
Mundial de Futbol. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania llegó a
decir que Brasil es “un país de alto riesgo”. Nadie dejó de venir, pero todos
llegaron con una expectativa sumamente negativa sobre cómo está el país.
Todo
esto terminó haciendo que las excelentes condiciones de organización –
aeropuertos, estadios de futbol, transporte, seguridad – sorprendieran de
manera aún más positiva a todos que han venido, sumado a la ya conocida
simpatía y hospitalidad de los brasileños. El Mundial de Brasil quedó
consagrado como el mejor de todos por todos los que han venido, incluida la
mídia internacional.
¿Cuál
es el Brasil después del Mundial? Fue el mejor de los Mundiales en términos de
organización y de fiesta y el peor en términos futbolísticos para Brasil. Pero
sin consecuencia alguna para la política brasileña, como ha pasado, sea con la
derrota de 1950, sea con la victoria de 1970, en plena dictadura militar.
La
carrera presidencial se presenta exactamente como antes del Mundial o incluso
en condiciones un poco mejores para el gobierno –Dilma Rousseff ha recuperado
puntos, se distanciando todavía más de sus adversarios– que antes. La confianza
en la capacidad del gobierno de organizar grandes eventos se ha fortalecido –quitando
cualquier duda sobre los Juegos Olímpicos. El pésimo desempeño futbolístico le
sirve al gobierno para profundizar sus propuestas de democratización y
trasparencia del futbol, con la consciencia de la importancia que este deporte
tiene para el país y teniendo en cuenta que la llamada Ley Pelé, promulgada
durante el gobierno de Cardoso, ha significado el neoliberalismo en el futbol,
debilitando a los clubes y entregando todo el poder a los empresarios. Se
vuelve a plantear la revocación de esa ley, como condición para retomar
procesos de formación de nuevas generaciones de jugadores que permanezcan en el
país.
El
país vive como el paso de un torbellino, vivido intensamente por millones y
millones de brasileños y de turistas que han disfrutado del país – muchos
siguen sus vacaciones por los distintos lugares que se lee han revelado durante
el Mundial. Triste por el resultado futbolístico, pero aliviado porque todo
salió muy bien, la imagen de Brasil – ahora el país del Mundial de los
Mundiales – vuelve a proyectarse de manera muy positiva en el mundo. Se entra
en una corta campaña presidencial, con la propaganda en la televisión – con
tiempos mucho más amplios para el gobierno y la participación estelar de su
gran líder, Lula. Lo único que queda por definir es si Dilma Rousseff va a ser
reelegida en primera o en segunda vuelta en octubre de este año.
No hay comentarios:
Publicar un comentario