En la gran minería del oro se generan toda clase de impactos
territoriales y ambientales y las repetidas promesas de excelencia en
tecnología y gestión se han derrumbado. Panamá debe declarar una moratoria de estas
actividades extractivas.
Marco A. Gandásegui, hijo* / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Por razones envueltas en un alto grado de misterio, los dueños
canadienses-sudafricanos de Minera Panamá, en la serranía de Coclesito,
reiniciaron la extracción de oro en su concesión de Petaquilla. Después de las
elecciones de mayo pasado, en una demostración de fuerza, trataron de intimidar
a los trabajadores, comunidades y gobernantes con un cierre de sus operaciones.
Desde que la Minera Panamá –que fue adquirida por First Quantum Minerals (con sede en Vancouver, Canadá)– inició
operaciones hace casi diez años, sólo ha causado problemas para los
trabajadores del área, peligros en el campo de la salud y daños ecológicos.
Según sus operadores locales, la mina ha extraído oro por un valor superior a
los 1,000 millones de dólares en pocos años. En forma de tributo le ha
reconocido al Estado panameño aproximadamente 10 millones de dólares.
Según los medios de comunicación, el oro es extraído
de la mina y trasladado en helicópteros para embarcarlo en la costa del Caribe.
No han construido carreteras y no existen instalaciones portuarias. Han talado
miles de hectáreas y han construido tinas sin las debidas precauciones. La
Autoridad Nacional del Ambiente (ANAM) ha multado en varias ocasiones a la
empresa sin que la misma pague. Desde 2007, los trabajadores protestan
cerrando carreteras y llevando sus pliegos al Ministerio de Trabajo sin que se
les haga caso. A principios de 2014, los obreros de la empresa minera
suspendieron sus labores. Según un comunicado, “durante 12 meses fueron objeto
de descuentos para la Caja de Seguro Social sin recibir las fichas respectivas.
Además, los pagos de las quincenas fueron efectuadas con atraso y fueron objeto de represalias por
reclamar sus derechos. A esta denuncia se suma la grave situación que sufren
los trabajadores liquidados que aún no han recibido su pago”. Los
trabajadores agregaron que “el gobierno nacional, la Caja del Seguro Social y
el Ministerio de Trabajo son cómplice de estas violaciones laborales”.
Existen malos antecedentes. En 2009 la Minera empezó
a extraer minerales, “silenciosamente y sin el conocimiento de las
autoridades”, según un diario de la capital panameña. Mientras que en Panamá
negaba estar produciendo, a “sus accionistas en Canadá les informaba que la
planta había producido alrededor de 9 mil 525 onzas de oro y 3 mil 195 onzas de
plata. Todo esto sin que el gobierno se pronunciara y alegando ignorar los
hechos. En aquella ocasión los medios informaron que “para poder abrir la
operación, la Anam le exigía a la compañía minera la presentación de dos
estudios de impacto ambiental complementarios y el pago de una nueva fianza por
más de 14 millones de dólares”. La Minera ya estaba produciendo y exportando.
Según Eduardo Gudynas, especialista en impacto ambiental, “la minería de oro se ha convertido en un flagelo que azota a muchos países de América Latina. Operan unas pocas transnacionales gigantes… que pretenden contar con tecnologías de punta, servir al crecimiento económico y brindar empleo”. En la gran minería del oro, sin embargo, se generan toda clase de impactos territoriales y ambientales y las repetidas promesas de excelencia en tecnología y gestión se han derrumbado. “Pascua Lama, una gigantesca operación ubicada en las cumbres andinas compartidas entre Argentina y Chile, prometió que sería el ejemplo de desempeño ambiental. La realidad ha sido otra, y ante su mala gestión, la empresa ha sido multada y suspendida por la justicia chilena”. Según Gudynas, “estos problemas ya no se pueden solucionar con nuevas tecnologías mineras, con responsabilidad social empresarial o algún nuevo tipo de política pública”.
Panamá debe declarar una moratoria de la minería de
oro.
El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ONU) aprobó hace tres
semanas una resolución histórica para establecer un grupo de trabajo
intergubernamental con el objetivo de elaborar un instrumento internacional
legalmente vinculante que obligue a las grandes transnacionales y a otros inversores
a cumplir las normas para proteger los derechos humanos. La
buena noticia, tiene su lado negativo ya que EEUU y los países
miembros de la Unión Europea rechazaron el acuerdo.
La ONU también fue marco para la realización del
Tribunal Permanente de los Pueblos donde se presentaron 12 casos de violaciones
sistemáticas de derechos humanos cometidas por grandes empresas, como
Chevron-Texaco en Ecuador, Shell en Nigeria, la israelí Mekorot en Palestina,
la suiza-inglesa Glencore Xstrata en 7 países, Lonmine en Sudáfrica, Coca-Cola
en Colombia y el caso de una empresa española, Hidralia, en Guatemala.
Panamá,
17 de julio de 2014.
*Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador
asociado del CELA
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