La inseguridad rampante ha convertido
a la seguridad ciudadana en una apetitosa mercancía y por lo tanto se ha
abierto un inmenso mercado que hace proliferar las empresas privadas de seguridad.
Carlos
Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
En la madrugada del viernes 4 de julio,
al abrir mi correo electrónico, supe de una desgarradora noticia. Patricia
Samayoa, funcionaria de la municipalidad capitalina de Guatemala en el tema de
mujeres y feminista ella misma, fue asesinada absurdamente por un guardia
privado de seguridad que resguardaba a una céntrica farmacia. Por alguna
extraña razón, el guardia de seguridad
consideró que se encontraba en la víspera de un asalto al lugar que cuidaba y
disparó su arma contra Pati que cayó fulminada por el ataque. Acto seguido el
guardia arrastró el inerte cuerpo y se acantonó en la farmacia y así estuvo
durante tres horas, durante las cuales repelió los intentos de las fuerzas de seguridad publica de tomar el
lugar e incluso hirió a uno de los policías que intentaban hacerlo. Así estuvo
hasta que finalmente después de tres horas se rindió y se entregó a las fuerzas
del orden público que lo rodeaban.
Según cálculos derivados de
estadísticas de varias ciudades, las capitales de los tres países del triángulo
norte de Centroamérica se encuentran entre las diez ciudades más peligrosas del
mundo. Más allá de eso, en general
países como Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice son los lugares más
violentos del mundo en términos de
número de homicidios por cada 100 mil habitantes. En todos estos países, y en
general en América latina, la inseguridad rampante ha convertido a la seguridad
ciudadana en una apetitosa mercancía y por lo tanto se ha abierto un inmenso
mercado que hace proliferar las empresas privadas de seguridad. En Guatemala el
negocio es tan grande que habiendo aproximadamente 30 mil policías estatales,
el numero de policías al servicio de las empresas privadas de seguridad
probablemente alcancen entre 150 y 200 mil efectivos según cálculos
conservadores.
Generalmente estas empresas privadas
de seguridad actúan con la lógica de toda empresa capitalista: minimizan los costos y maximizan
las ganancias. Los policías privados son
escogidos de manera descuidada, están mal pagados, mal entrenados y son
sometidos a jornadas extenuantes de trabajo. El resultado es que en no pocas
ocasiones se vuelven en lo contrario de lo que se pretende que sean: al darles
armas largas de alto calibre a gente mal pagada, con perfiles psicológicos
pobremente controlados y con jornadas agotadoras, las policías también se
convierten en fuente de inseguridad. La tragedia que le quitó a la vida a
Patricia Samayoa es una muestra de todo ello.
No puedo terminar estas líneas sin
expresar el dolor que me ha ocasionado la muerte de la inolvidable Pati. La
conocí cuando era una joven activista estudiantil de 22 años, durante largos
años estuvimos emparentados por nuestros respectivos matrimonios, la seguí
viendo cuando nuestras vidas cambiaron y finalmente en 2011, me despedí de ella para siempre sin saberlo,
cuando finalizó un convivio en casa de
mis amigos Tono Móbil y Li Castro en el contexto de la solicitud de perdón por
parte del Estado por el asesinato de mis padres.
Siempre te recordaremos y llevaremos en el corazón
querida Pati.
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