La emergencia de las
nuevas potencias y los conflictos globales que se anuncian para un futuro no
muy lejano, pueden provocar desajustes inimaginables. Nuestra América tiene que
estar preparada para enfrentar esos escenarios con planes de contingencia y
mucha inteligencia.
Marco A. Gandásegui, hijo / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Esta es la cuarta y
última entrega de esta serie que analiza los conflictos globales que marcan el
inicio del siglo XXI.
Las posibilidades en
este momento de un triunfo electoral de Donald Trump en las elecciones de
noviembre de 2016 en EEUU son cada vez menos remotas. Muchos de sus seguidores
son elementos frustrados de la derecha norteamericana que hace poco
simpatizaban con el Tea Party, grupo político que se inspiraba en los héroes de
la guerra de independencia de EEUU (1776). Pero Trump también tiene un lazo muy
interesante que lo une a los grandes capitalistas de su país así como del
extranjero. Su visión del mundo no es liberal (ni neoliberal), más bien es
conservadora. No apuesta a la inclusión. Más bien rechaza la visión
“humanitaria” del capitalismo salvaje que promueven los Clinton, Bush y Obama
(y sus antecesores).
Con relación a Rusia,
Trump –al igual que Kissinger- propone la subordinación de Moscú a EEUU como
aliado, similar a las antiguas potencias europeas (Gran Bretaña, Francia,
Alemania) y Japón. Kissinger es partidario de la “integración” de Rusia al
‘orden internacional’. Trump sostiene que EEUU tiene que evitar que China y
Rusia se junten.
Los otros
pre-candidatos a la Casa Blanca son partidarios de las consignas de Brzezinski.
Hillary Clinton, favorita del Partido Demócrata, es partidaria de la
confrontación en la medida en que esta política estimula la industria
armamentista. Según las encuestas en EEUU, la señora Clinton tiene las mayores
probabilidades de ganar las elecciones en noviembre. Seguirá la misma política
en el escenario mundial que sus predecesores: Subordinar a sus aliados, crear
el caos en las regiones que pretenden ser más autónomas y destruir los países
que escogen otro camino que no sea el ‘consenso’ de Washington.
Las guerras globales y
las potencias emergentes del siglo XXI
impactan directamente a América latina. Sin duda, los próximos años y
décadas serán testigos de grandes transformaciones. Los cambios pueden ser muy
beneficiosos para los países de la región que saben aprovechar la coyuntura. En
cambio, puede ser un período de transformaciones negativas para aquellos países
que no actúan a tiempo.
Todo dependerá de las
actuaciones de las clases sociales que tienen proyectos bien definidos y con
capacidad de identificar a sus aliados, tanto a lo interno como en el resto de
la región.
La historia del
capitalismo demuestra que los imperios más poderosos pueden ser vencidos por
quienes producen mercancías. Los ingleses en una pequeña isla derrotaron el
Imperio español y después acabaron con los ejércitos de Napoleón. Pusieron a
China de rodillas en el siglo XIX. Se enfrentaron con éxito a todos sus
adversarios vendiendo mercancías a precios más baratos. Sólo fue en el siglo XX
que fueron superados por los norteamericanos. Todo indica que los chinos, que
han dominado el ‘arte’ de producir más, con mayor calidad y más barato, serán
los nuevos líderes capitalistas en el siglo XXI.
En Inglaterra las
mercancías baratas las producían los campesinos despojados de sus tierras, a lo
largo del siglo XIX, que fueron transformados en obreros industriales. En EEUU
la revolución industrial fue alimentada por 60 millones de campesinos que
cruzaron el Atlántico para entrar a las fábricas de los Rockefeller, Ford y
otros en el siglo XX. En China, la Revolución la hicieron mil millones de
campesinos que en el siglo XXI constituyen un ejército compacto de 300 millones
de obreros y creciendo.
Los ingleses,
norteamericanos y chinos lograron estos avances sobre la base de una disciplina
y un sentido nacionalista (endogamia rayando con la xenofobia) de sus clases
dirigentes que explotaron a sus clases trabajadoras hasta el límite. En el caso
de Nuestra América, se requiere disciplina, un nacionalismo económico y un
sistema laboral justo, para alcanzar las metas de bienestar que anhelan los
pueblos. La disciplina es necesaria para erradicar la corrupción y evitar la
infiltración de intereses extranjeros que desestabilizan cualquier proyecto de
nación. El nacionalismo económico consiste en la reducción de toda actividad a
las demandas y los intereses del país y su población. El sistema laboral justo
es que cada trabajador recibe lo que corresponde a su contribución a la
producción del país. En los casos anotados, con excepción de la cuestión
laboral, el desarrollo capitalista se basó en esos principios.
La emergencia de las
nuevas potencias y los conflictos globales que se anuncian para un futuro no
muy lejano, pueden provocar desajustes inimaginables. Nuestra América tiene que
estar preparada para enfrentar esos escenarios con planes de contingencia y
mucha inteligencia.
3 de marzo de 2016.
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