Nos hemos felicitado por el esfuerzo latinoamericano para trascender
las sangrientas dictaduras que asolaron a muchos de nuestros países sobre todo
en la segunda mitad del siglo pasado. La cuestión parecía ir tan bien que
muchos nos preguntábamos cuánto duraría este tiempo de bonanza material pero
también política e ideológica.
Pues bien, todo indica que se prolongó menos tiempo del que muchos
hubiéramos deseado. Naturalmente, después de las experiencias vividas la
cuestión implicaba en primer lugar la reacción que tendrían tanto el imperio
como las oligarquías locales frente a una de las regiones del mundo más
progresistas, según la afirmación de Noam Chomsky.
Decíamos que no tardó demasiado en darse a conocer la reacción del
sistema (capitalista) que encontraba aquí y allá obstáculos que no esperaba.
Por primera vez en muchas décadas, durante los primeros años del milenio se
hacía casi en todos nuestros países un esfuerzo coherente para limitar las
excesivas concentraciones de riqueza y para ampliar la participación política y
económica de muchos sectores hasta entonces excluidos.
Desde luego en Bolivia,
en Ecuador, en Brasil y Argentina, para citar unos cuantos ejemplos, se dio
plena cabida política y social a trabajadores excluidos del campo y la ciudad.
Desde luego a las poblaciones indias, pero también a amplios sectores de
trabajadores del campo y la ciudad. El resultado fue, y parecía ser, una
ampliación y fortalecimiento de nuestras democracias, y una ampliación y
fortalecimiento de nuestras integraciones sociales populares y el de la
capacidad para resistir los asedios, chantajes y ánimos destructivos que
pudieran generarse dentro y fuera de nuestras sociedades.
Porque desde luego, ante nuestra sociedad progresista, se esperaba una
fuerte reacción adversa, pero al mismo tiempo se tenía el ánimo y la seguridad
de resistir. Todo esto es verdad; lo que ocurre es que, cuando menos en los
últimos años, por ejemplo, se ha dado una concertación convergente de las
fuerzas reaccionarias en el continente que parece, desde luego, más potente y
peligrosa de lo que pudiera pensarse, pero el hecho fundamental es que los
gobiernos progresistas, cuanto más los de signo socialista o cuasi socialista,
han parecido decididos a resistir.
No tocaremos aquí el caso de Cuba, porque implica matices y una
historia demasiado compleja para desarrollar en unas líneas, pero el hecho
indudable es que el régimen de la isla fue sitiado por el imperio sirviéndose
de infinidad de canales eficaces que en más de un sentido lo hicieron doblegar,
aunque el fin de esa historia está todavía por escribirse.
Naturalmente no es difícil ver lo que ocurre en Brasil, contra el
líder del Partido de los Trabajadores y contra la presidenta actual, donde sin
duda es verdad que prosperó en muchos casos una corrupción rampante, pero en
que también es verdad la concertación política de la derecha para echar por
tierra cualquier medida socializante que pudo tomar ese partido. Otro tanto
ocurre, sin duda, con el régimen de Evo Morales, en Bolivia, con una formidable
base política indígena y campesina, y que también se ve asediado por los
círculos de la derecha más tradicional. Para no hablar del caso venezolano, al
que pudiera añadirse una notoria incompetencia del heredero de Chávez en la
presidencia, cuestión que ha sido ratificada masivamente en las últimas
elecciones legislativas y de autoridades locales.
En esa dirección, con sus condiciones nacionales, se orientarían los
gobiernos actuales, como el de Chile y sobre todo Argentina, en que la derecha
y la ideología de las clases medias, incluyendo en muchas ocasiones a las masas
populares, ha sido ganada aparentemente por las posiciones del neoliberalismo,
es decir, por los puntos de vista del capitalismo más rampante.
Por supuesto que en un recuento así no podemos dejar de mencionar a
México, que en su historia peculiar, al nivel desde luego de los gobernantes,
ha transitado de un nacionalismo independentista a un entreguismo que ya ni
siquiera es solapado, sino que exhibe sus credenciales públicamente. Desde
luego la privatización del petróleo, después de la ardua lucha que significó su
nacionalización por el presidente Lázaro Cárdenas, sería uno de los signos más
reveladores del estado en que se encuentra la política y la ideología de los
gobernantes del país. El hecho es que, casi sin excepción, las decisiones de
las autoridades, a muchos niveles, reflejan con perfecta claridad el signo de
la derecha a que se acogen esas autoridades, y hasta qué punto su creencia en
el capital y el capitalismo sigue representando para ellos la única tabla de
salvación.
Por mi parte reconocería que en México, salvo relativos grupos
apretados de últimos mohicanos, no está presente en la actualidad la
posibilidad de una profunda transformación en México, y menos de carácter
socialista. El control privado de los medios y de infinidad de escuelas y
universidades ha resultado una vacuna extraordinariamente eficaz sobre
cualquier visión de radicalismo (o no tan radical) en México. Esto no significa
que las grandes mayorías en el país se hayan olvidado de sus derechos y
bienestar, y es por eso que a diario presenciamos manifestaciones y actos cuyo
contenido más profundo es la reivindicación de sus derechos, decíamos, la
exigencia de mejores niveles de vida y el fin de la corrupción y las asociaciones
delictuosas, porque en ello arranca el malestar de la mayoría.
En México actualmente no hay propiamente una lucha ideológica abierta,
pero sí la necesidad de limpiar la vida pública y las instituciones de la
corrupción que las ha invadido hasta tal extremo. Y este abanico de luchas es
extraordinariamente amplio, abierto y complejo. Hasta el punto de que la
energía nacional se aplica en su mayoría, muy intensamente, a esta lucha. A
pequeños pasos, pero de pronto vendrán las grandes zancadas en las cuales los
mexicanos lograremos los fines de una sociedad más vivible, justa y decente.
¿Será en 2018? Lo esperamos, muchos lo aguardan con las esperanzas que
ha levantado la mezcla de movimiento social y de partido político que ha
logrado construir Andrés Manuel López Obrador: Morena. Esperamos que así sea.
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