Ante un mundo cada vez
más desplazado a la derecha en el que las demandas espirituales son
significativas, el actual papa cree prioritario deslegitimar desde el mensaje
cristiano a un capitalismo desregulado de “ajuste y explotación”, centralizar
la dignidad de cada persona, en especial la “de los más pobres”, “los
excluidos”, los de “las periferias existenciales” y presentar a la Iglesia
Católica como parte de la solución.
Fortunato Mallimaci* / Página12
El Papa Francisco. |
En febrero y marzo de
2013 el mundo cristiano se conmocionó con dos grandes acontecimientos. Un papa
renunció a su misión “siguiendo su conciencia” por no poder solucionar los
escándalos financieros, la filtración de información y abusos de poder en la
propia Curia del Vaticano. Como consecuencia de ese gesto el papado pierde
sacralidad y ya no es más de por vida. Un mes después fue electo como papa un
no europeo, argentino y jesuita que se presentó con el nombre de Francisco, saludó
de manera sencilla y dijo venir del fin del mundo. El carisma papal se recarga
ahora desde Latinoamérica. La dimensión político/religiosa del papado se
mantiene en el siglo XXI: jefe del Estado del Vaticano y líder carismático
universal de la Iglesia Católica.
Francisco es un
inteligente dirigente político-religioso formado en una corriente que considera
que el pueblo, la religiosidad popular y el ethos son fundamentalmente
católicos y que hoy –en América latina– hay que rehacer una Patria Grande de inspiración
católica amenazada por el liberalismo económico y cultural y “el éxodo de
fieles a las sectas y otros grupos religiosos”. Se caracteriza también por su
energía y decisión a la hora de ordenar y hacer cumplir su autoridad. El
imaginario que busca identificar su papado es “misericordia”
Sus historias, sus
memorias y subjetividades cuando era Bergoglio no pueden ser ignoradas o
cambiadas. Sin embargo las ciencias sociales nos han mostrado cómo las
trayectorias son modificadas por las estructuras, cargos, carismas y contextos.
La tensión entre agente y agencia, entre estructura y actor, debe formar parte
del análisis. Recordemos también que una mayoría de creyentes han decidido
creer sin pertenecer y regulan sus creencias por su propia cuenta sin demandar
ni consultar a sus autoridades.
Más de seis mil
periodistas del mundo cubrieron su nominación en el Vaticano creando un
espectáculo único para la globalización mediática. Francisco aprovechó la
vacancia universal de liderazgo humanitario para posicionarse, con sus gestos,
palabras y viajes desde el primer día, como líder político, ético y religioso
católico “extraordinario” a nivel planetario.
Ante un mundo cada vez
más desplazado a la derecha en el que las demandas espirituales son
significativas, el actual papa cree prioritario deslegitimar desde el mensaje
cristiano a un capitalismo desregulado de “ajuste y explotación”, centralizar
la dignidad de cada persona, en especial la “de los más pobres”, “los
excluidos”, los de “las periferias existenciales” y presentar a la Iglesia
Católica como parte de la solución. Propone –como sus antecesores de los cuales
es continuidad– el antiliberalismo de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y
el Catecismo Universal (CU), adaptados al siglo XXI. Incluye sí, al diablo,
como un actor central.
Consagrar santos a dos
papas bien diferentes en sus opciones como Juan XXIII y Juan Pablo II busca
finalizar una época de “guerras culturales” y “sospechas internas” y abre otra
de unidad en la institución. El reconocimiento a los teólogos de la liberación,
al martirio de monseñor Romero y otros y la afirmación que la Iglesia no debe
ocuparse exclusivamente de temas de moral sexual trata mas de bendecir e
incluir que de excluir y condenar o sea más política pastoral que rigorismo
teológico legal.
Desde su nombramiento
ha sido activo y visible en lo internacional. Propone la “geopolítica vaticana
de la misericordia que defiende a las personas, a los pobres y a las víctimas
sin dejarse atrapar por los juegos del poder de las grandes potencias”. La
describe así su vocero, en enero de 2016: el Papa está lejos de “todos los
teóricos del enfrentamiento de Civilización” y de los predicadores del
“enfrentamiento final, con amargo gusto religioso, que alimenta el imaginario
de jihadistas y neo cruzados”. Exige justicia para los miles de cristianos
asesinados y desplazados en el Oriente Medio. La libertad con la que se
relaciona con líderes como Obama (EE.UU.), Putin (Rusia), Raúl Castro (Cuba) o
Rouhaní (Irán), el deseo de reunirse con Xi Jinping (China), el reconocimiento
del Estado de Palestina y el de Israel, la disponibilidad para impulsar el
proceso de paz entre el gobierno de Colombia y los guerrilleros de las FARC...
son indicios de que “la Santa Sede ha establecido o quiere establecer
relaciones directas y fluidas con las superpotencias, sin querer quedar
atrapada en redes preconfeccionadas de alianzas e influencias”. Hoy mas de 180
países tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano.
Para enfrentar al
“mundo moderno” hay acentos y prioridades. Al igual que Juan Pablo II reafirma
la importancia del vínculo directo del Papa con el pueblo, viajando por el
mundo, predicando y movilizando un catolicismo de masas. En uno fue el
anticomunismo y en otro es el anticapitalismo. Ambos forman parte de la DSI. La
diferencia es notable con Benedicto XVI que creía que esa movilización no daba
respuesta a la crisis interna y buscaba una iglesia selecta y para pocos, con
fuerte reafirmación identitaria y de verdades doctrinales.
Francisco no habla
específicamente de la defensa de los derechos humanos individuales como Juan
Pablo II y Benedicto XVI sino que insiste más en los derechos y en los
movimientos sociales. Proclama el proyecto de las Tres T: trabajo, tierra y
techo. Su Encíclica “Cuidado de la Casa común” le permitió entrar en la
discusión global sobre las causas y consecuencias de la degradación del medio
ambiente, continuar sus criticas al capitalismo depredador, acompañar a
movimientos y actores que se movilizan por esa temática y mostrar que sólo una
ecología integral que sume a los grupos religiosos puede dar soluciones para el
largo plazo.
Bergoglio en Argentina
no propuso reformas a la organización parroquial territorial, se sintió lejano
de las comunidades de base y de la democratización del poder eclesial y no
construyó otras mediaciones organizativas. Francisco, cree que hay que mejorar,
ampliar y perfeccionar la estructura de regulación y negociación que ya existe
–de obispos, sacerdotes, parroquias y colegios– sin proponer tampoco reformas
ni al matrimonio, ni al sacerdocio ni la elección de los obispos. La poca
repercusión en las iglesias nacionales del Sínodo de la Familia muestra la
enorme distancia entre una estructura que gira demasiado sobre sí misma y las
pocas respuestas a la crisis en las subjetividades y las sociabilidades
católicas individuales y comunitarias del día a día.
Francisco presta poca
atención y repite a sus antecesores a la hora de repensar el papel de la mujer
en la vida de la Iglesia. Los deseos de las mujeres son dejados de lado en una
institución que sigue siendo patriarcal y donde varones célibes toman la
totalidad de las decisiones. Para él es más fácil hablar de los pobres que de
los derechos de las mujeres.
Con respecto a la
pedofilia y abuso sexual en el mundo clerical no ha habido grandes
transformaciones. La cultura de cuidar la institución y no denunciar a los
abusadores al poder público está fuertemente arraigada más allá de los
esfuerzos, que especialmente Benedicto XVI hizo para cambiarla. Sólo allí donde
hubo fuertes denuncias y movilizaciones locales se rompieron complicidades
judiciales, políticas, mediáticas y eclesiales.
¿Como impacta la figura
internacional de Francisco en los catolicismos en cada uno de los países donde
es significativa su presencia? ¿Alcanza con predicar la dimensión social y
espiritual del catolicismo para revertir la crisis de sentido? ¿Cuánto los
esfuerzos por la unidad de los cristianos como la reunión con el Patriarca de
Moscú y de Constantinopla, en pocos días con los luteranos y el valioso diálogo
interreligioso con islámicos y judíos, dan respuesta a la crisis de
credibilidad, identidad y pertenencia que viven fieles y especialistas
católicos? ¿Cuánto cambian las estructuras de las iglesias locales? Tres años es
poco tiempo. Podemos decir que hay voluntades en marcha, apropiaciones
múltiples de sus mensajes, mayor libertad interna y poca discusión sobre temas
estructurales y en otros casos la indiferencia y resistencia de las iglesias
nacionales.
* UBA - CEIL Conicet.
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