¿Por qué decir hoy,
entrado el siglo XXI y con experiencias socialistas que se han revertido, que
el marxismo sigue siendo vigente? Porque los motivos que lo generan siguen
estando presentes.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
“No se trata de reformar la propiedad
privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase,
sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino
de establecer una nueva…. Nuestro grito de guerra ha de ser siempre: ¡La
revolución permanente!
Carlos Marx, Mensaje a la Liga de los
Comunistas, 1850.
I
“El Amo tiembla aterrorizado delante del Esclavo porque
sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados”. Esta frase, que no es exactamente
de Hegel pero que lleva su cuño, es la fuente inspiradora del joven Marx. Las
luchas de clases son el motor de la historia: la Dialéctica del Amo y del
Esclavo que esbozara Hegel en su Fenomenología del Espíritu sigue siendo de una
precisión meridiana. La simple constatación de nuestro mundo circundante nos
pone en contacto con cotidianas luchas a muerte en torno al poder. La
conclusión de Marx a partir de esa inspiración no podía ser otra: el mundo está
injustamente estructurado, y el trabajo de las grandes mayorías sostiene los
privilegios de unos pocos. Por tanto: es hora de transformar ese estado de
cosas.
El materialismo
histórico y el materialismo dialéctico, comúnmente conocidos como “marxismo”
–término que el mismo Marx denostaba, por el culto a la personalidad que lleva
aparejado– son una potentísima corriente de pensamiento crítico como pocas
veces se encuentra en la historia. Su fuerza es conmovedora: las verdades que
saca a luz, las miserias que denuncia, la propuesta transformadora que encarna,
son todos elementos que tienen una vigencia plena más de siglo y medio después
que fuera formulado.
¿Está muerto el
marxismo, o es un pensamiento vigorosamente vigente? Si tantas críticas recibe,
eso ya indica algo: “Ladran Sancho, señal
que cabalgamos”, como dicen que dijo Cervantes en El Quijote. Ladran, y
ladran estruendosamente los poderes, pues lo que instaura ese pensamiento y el
llamado revolucionario que formula no han “pasado de moda”.
Sigmund Freud dijo en
algún momento que tres son las grandes heridas que produjo al narcisismo el
pensamiento crítico (pensando en grandes formulaciones occidentales): la
revolución astronómica de Nicolás Copérnico –que sacó al planeta Tierra del
sitial de honor en tanto centro del mundo, para convertirlo en un planeta más
que gira en tono al sol–, la teoría de la evolución de Charles Darwin –por
cuanto hace del ser humano un producto de procesos adaptativos al medio,
descentrándolo de su categoría de ente supremo de una pretendida creación
divina– y el psicoanálisis, que muestra que no somos solo conciencia racional,
puesto que en muy buena medida estamos atados a determinaciones inconscientes
no voluntarias (“No somos dueños en
nuestra propia casa”). La subversión teórica que plantea el marxismo es
similar, o incluso mayor.
Es mayor, por cuanto no
solo rompe paradigmas sino que abre la posibilidad de una transformación social
radical. El pensamiento marxista es una llave teórica para llevar a cabo
grandes cambios en la estructura social.
El discurso de la
derecha, obviamente conservador, intenta por todos los medios mantener el
estado de cosas actual. Dicho en otros términos: intenta mantener sus
privilegios. El marxismo es la denuncia volcánica de los mismos, conseguidos a
partir de una injusticia de base. Tamaño pensamiento revolucionario no puede
tener medias tintas. Lo que intenta cambiar es de una envergadura distinta a
las heridas narcisistas que apuntaba Freud: aquí está en juego la roca viva del
poder. Como dice el epígrafe que seleccionamos: “No
se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva”. Eso, por
supuesto, asusta, desespera a quienes lo detentan actualmente. Lo que está en
juego es un cambio radical en la forma de establecer las relaciones entre los
seres humanos. Por eso, quienes hoy ocupan el lugar de privilegio, harán lo
imposible por evitar cualquier cambio. La crítica visceral al marxismo es vital
para mantener el estado de cosas.
Esa crítica se dirige hacia la teoría, pero
más aún, a su puesta en práctica. De hecho, las ideas marxistas ya cobraron
vida en varios puntos del planeta a lo largo del siglo XX. Rusia, China, Cuba,
entre los lugares más connotados, son la expresión patente de su viabilidad.
¿Qué pasó ahí? ¿Fracasaron las ideas revolucionarias? En todos los casos,
países que transitaron por la senda del socialismo, es decir: que construyeron
sus proyectos de sociedad a partir de los ideales marxistas, tuvieron enormes
avances sociales. Nadie puede negar que del atraso comparativo, de la miseria y
la super explotación que los caracterizaba, todos estos países mejoraron
sustancialmente sus condiciones de vida, pasando a tener desarrollos que
superaron en muchos casos a las potencias capitalistas. El hambre, la exclusión
social, la ignorancia y las injusticias comenzaron a desaparecer.
El discurso de la derecha verá en todas estas
experiencias “dictaduras sangrientas”, contrapuestas al pretendido reino de la
libertad que prima en las democracias capitalistas. Sin dudas los primeros
pasos dados por estas iniciales experiencias socialistas tuvieron, junto a los
grandes éxitos, también grandes problemas, grandes falencias que deben ser
revisadas críticamente. “El escándalo de la
Inquisición no hizo que los cristianos abandonaran los valores y las propuestas
del Evangelio. Del mismo modo, el fracaso del socialismo en el este europeo no
debe inducir a descartar el socialismo del horizonte de la historia humana”, razonaba
acertadamente Frei Betto. La burocracia, el afán de poderío, las diversas
mezquindades humanas (machismo, racismo, autoritarismo, doble discurso) son la
argamasa de la que estamos hechos todos: ¡también los socialistas! Las
experiencias burocráticas y autoritarias del socialismo real, fundamentalmente
de lo visto en el área soviética, no desacredita el revolucionario y subversivo
pensamiento marxista. Por el contrario, puede decirse que lo ratifica, pues un
cambio genuino nunca termina, dado que lo humano es ese proceso de
transformación perenne.
¿Por qué decir hoy,
entrado el siglo XXI y con experiencias socialistas que se han revertido, que
el marxismo sigue siendo vigente? Porque los motivos que lo generan siguen
estando presentes.
II
No se trata de un mero
capricho, de un fanatismo fundamentalista o de una cuestión de nostalgia
reivindicar el marxismo. Las causas estructurales que provocan la injusticia de
la sociedad global no han cambiado en lo sustancial. La explotación del hombre
por el hombre, el trabajo alienado, el enfrentamiento a muerte de clases
sociales, el saqueo y explotación inmisericorde de los más a manos de minorías
privilegiadas, todo ello continúa siendo el motor de las sociedades. Las
injusticias van cambiando a través del tiempo, toman nuevos rostros, se
reciclan. Pero no han desaparecido.
Una inmensa mayoría
planetaria no goza aún de los beneficios del portentoso desarrollo tecnológico
que alcanzó nuestra especie. Pese al mismo, y disponiendo de la cantidad de
comida necesaria para alimentar bien a toda la población mundial, el hambre
sigue siendo un flagelo dramáticamente presente, provocando un muerto cada 4
segundos a escala planetaria. Del mismo modo, otras miserias son elemento
cotidiano: el analfabetismo, la falta de acceso a servicios básicos, la
ignorancia supersticiosa, el machismo patriarcal. En otros términos: la dialéctica
del Amo y del Esclavo. Se llega al planeta Marte pero no se puede resolver el
hambre… Evidentemente, algo anda mal en ese modelo. El marxismo es su denuncia
radical. ¿Qué es lo que fracasa: el marxismo o el modelo social viegente?
Por supuesto que el Amo
(la clase dominante) sabe que sus privilegios vienen de la explotación en
juego. Lo sabe, y se prepara día a día, minuto a minuto para que eso no cambie.
El marxismo, por el contrario, es el llamado a ese cambio. ¿Fracasó entonces
como propuesta de transformación?
Resultaron
cuestionables –cuestionables en parte, porque también hubo grandes logros– las
primeras experiencias socialistas. Ello no significa que las causas de la
injustica, que son las que ponen en marcha el radical pensamiento revolucionario
de Marx, hayan desaparecido. En ese sentido, el marxismo en tanto expresión de
ese espíritu de cambio, sigue vigente, profundamente vigente. Si la derecha, en
cualquiera de sus expresiones, ve en él un peligro, eso es altamente
significativo. Significa, en concreto, que su denuncia y su apelación al cambio
horrorizan a la clase dominante.
La horrorizaron en el
momento en que aparece, digamos 1848 con el Manifiesto Comunista. Sigue
horrorizándola ahora, pese al mal sabor que pueden haber dejado los primeros
balbuceos del socialismo (que continuó aún con un perfil autoritario y
no-crítico). En síntesis: a la clase dominante le hace recordar que las fuerzas
de cambio siguen estando siempre esperando para levantar la voz. El Amo tiembla
aterrorizado delante del Esclavo porque sabe que, inexorablemente, en algún
momento este último abrirá los ojos. En tal sentido, sabe que tiene sus días
contados, por eso hace lo imposible para extender sus privilegios. Todos los
mecanismos de control (militares, culturales, político-ideológicos) no son sino
formas de prolongar esa dominación.
A la luz de lo
acontecido en estas últimas décadas, con la reversión de grandes experiencias
socialistas como la rusa y la china, el discurso conservador canta victoria. De
ahí que, inmediatamente después de la caída del Muro de Berlín, un ideólogo
como Francis Fukuyama pudo proferir su grito triunfal: “La historia ha terminado”. Pero no hay falacia más grande que esa:
la historia continúa su marcha –sin que se sepa bien hacia dónde va–. Continúa,
y sigue moviéndose por la eterna, interminable lucha de contrarios. La
dialéctica, en tanto incesante choque de opuestos, no es un método de análisis
de la realidad, dirá Hegel, idea que retoma luego Marx. La realidad misma es dialéctica: cambia, se transforma
continuamente.
Negar eso es querer
desentenderse de la realidad. Pero la realidad es tozuda, obstinada, y siempre
se nos impone. La realidad es cambio permanente, a partir del choque de
contrarios que se patentiza en la lucha de clases y en otras luchas igualmente
trascendentes: de género, étnicas, etáreas, culturales, etc.
A partir de la caída de
las primigenias experiencias socialistas la derecha cantó exultante el fin del
marxismo, la inviabilidad de las tesis que alientan el ideario socialista.
Ahora bien: el marxismo no es sino la expresión teórica de esa lucha. ¿Se
acabaron esas luchas? Obviamente no, aunque hoy esté en retroceso. A partir de
eso, la “moda” dominante busca limar las luchas presentando la “civilizada”
idea de “resolución pacífica de conflictos”. Así, de Marx pasamos a Marc’s:
métodos alternativos de resolución de conflictos. Pero, con sinceridad: ¿se
pueden resolver pacíficamente los conflictos sociales para lo que la derecha
responde con bombas, aviones y misiles? ¿Qué será posible negociar ahí?
Las causas que generan
las luchas de clases ahí siguen vigentes. ¿Terminó acaso la explotación?
¿Terminaron acaso la exclusión social de grandes mayorías, la propiedad privada
de los medios de producción cuyos dueños los defienden a muerte, la explotación
y la consecuente miseria de tantos y tantos? El marxismo es una chispa que
busca el cambio de todo eso. ¿Cómo podría decirse que eso no sigue vigente?
En tal sentido, el
marxismo sigue más vigente que nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario