Si América Latina ha
sido considerada por Washington como su patio trasero, el Caribe ha sido
considerado por el gobierno estadounidense casi como una posesión colonial. Por
ello la visita de Obama, buena para su país y para Cuba, no está exenta de esta
vocación imperialista.
Carlos Figueroa Ibarra /
Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El 21 y 22 de marzo de
2016, el presidente Barack Obama visitará Cuba. Es un hecho histórico
porque implica un paso más en la
normalización de las relaciones entre la isla y el imperio estadounidense. No
hay que equivocarse con el sentido de esta visita. Es solamente una adecuación a las circunstancias actuales de la
política imperialista de los Estados Unidos de América, con respecto a Latinoamérica y con respecto a
Cuba en particular. Llama la atención que en la reanudación de las relaciones
entre ambos países y aún en el cese del embargo, incluso el ultraderechista
Donald Trump esté de acuerdo. Terminada la guerra fría, Washington ha tardado
mucho en desideologizar las relaciones con La Habana porque ha tenido en la
extrema derecha republicana y cubana en Miami una férrea oposición.
Así las cosas, el
restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países y la visita
de Obama es un signo de los tiempos y una derrota para el fundamentalismo
anticomunista de un sector de los cubanos asentados en Miami. No ha sido poca
cosa la influencia de este sector en la política interior de los Estados Unidos
en tanto que han sido un factor muy
importante en el voto en Florida, lo cual resulta decisivo cuando las
elecciones presidenciales se tornan reñidas como sucedió en la contienda entre
Al Gore y George Bush en 2000.
Obama ha expresado de
manera clara la agenda del imperio. Restablece las relaciones con Cuba y espera
que el embargo sea levantado en la próxima presidencia, independientemente de
que el ocupante de la Casa Blanca sea demócrata o republicano. Saldrá de Cuba
hacia Argentina donde abrazará al presidente de la restauración neoliberal en
Argentina, Mauricio Macri, a cuyo
gobierno ha elogiado. Más aún, ha
deplorado que la anterior presidenta
Cristina Fernández se haya quedado atrapada en el discurso de “los setenta y
ochenta” al reivindicar una independencia frente a Estados Unidos de América.
Obama también ha extendido un año más la absurda disposición de que Venezuela
es una amenaza para Estados Unidos y ha expresado esperanzas de que pronto haya
un cambio de gobierno, es decir que la derecha venezolana retome el control del
gobierno en ese país.
La última vez que un
presidente estadounidense estuvo en Cuba fue en 1928 cuando Calvin Coolidge le
estrechó la mano al “asno con garras”, el dictador Gerardo Machado. Eran los
años de la Enmienda Platt que estipulaba que los Estados Unidos de América
podía intervenir unilateralmente en los asuntos internos de Cuba. Si América
Latina ha sido considerada por Washington como su patio trasero, el Caribe ha
sido considerado por el gobierno estadounidense casi como una posesión
colonial. Por ello la visita de Obama, buena para su país y para Cuba, no está
exenta de esta vocación imperialista.
Conviene recordarlo y
repetir con Martí lo que dijo en su carta póstuma a su amigo mexicano Manuel
Mercado: que la independencia de Cuba sería un freno para las intenciones de
Estados Unidos de América para todas las Américas.
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