Se completa un marco de
relaciones que garantiza la presencia dinámica de EE. UU. en la región,
asegurada dócilmente por el presidente Macri en los próximos cuatro años,
quien, seguramente como lo expresa frecuentemente, le preocupa lo que viene y
no las lecciones del pasado.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza,
Argentina
Eric Hobsbawm en su
Historia del siglo XX, el siglo corto, refería que “La destrucción del pasado,
o más bien de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea
del individuo con las generaciones anteriores, es uno de los fenómenos más
característicos y extraños de las postrimerías del siglo XX”[1].
Aunque hayan pasado más de dos décadas de cuando lo escribió y transitemos el
nuevo milenio, su insistencia en mantener viva la memoria histórica sigue
vigente, sobre todo en sociedades en donde se fomenta el olvido alentando a
mirar al futuro, como si esa construcción ideal que todavía no llega, surgiera
de la nada. Mucho más sabios son los pueblos originarios que se refieren al
pasado mirando hacia adelante porque es lo que más se conoce, mientras que al
porvenir lo echan a la espalda y no se ve.
Las exhortaciones “de
aquí en adelante”, “pronto saldremos de la crisis y seremos felices”, la
promesa de “pobreza cero” y “el nuevo marco de relaciones que hoy inauguramos
será beneficiosa para nuestros pueblos”, expuestas por el presidente Macri en
la bienvenida al presidente Barak Obama, amén de asegurarle que “ésta es su
casa”, pretenden por arte de magia borrar el manto espeso y oscuro que siempre
tuvo la sombra de Estados Unidos en Argentina. No sólo en los hechos
comprobables sino en el marco de sospechas que su indudable y poderosa
hegemonía siempre ha ejercido. Esta visita presidencial hecha a cuarenta años
del golpe militar más sangriento y terrorífico de la historia argentina
reciente, cuyas consecuencias y heridas aún están abiertas, aunque Obama confíe
en su carisma y poder de convencimiento y seducción, no puede aceptarse como el
gesto de confianza del nuevo marco de las nuevas relaciones bilaterales. Su
país, aunque se lo consultó al respecto y reconoció los vaivenes históricos,
participó activamente en los procesos políticos que nos impidieron la vida
democrática y nos arrastraron a épocas aberrantes, como la que se conmemora y
es justo no olvidarla por respeto a las víctimas y nuestra propia dignidad.
Muchos oficiales de las
FF. AA. se formaron en la Escuela de las Américas en Panamá y se asimilaron al
Plan Cóndor, cuyo mentor fue Henry Kissinger, el célebre Secretario de Estado
de Nixon, son hechos que perduran en la memoria colectiva y no pueden olvidarse
así nomás, por lo menos así lo expresa esa consigna de verdad y justicia que
invocan las organizaciones de derechos humanos.
Luego vino Malvinas,
una salida desesperada de los militares cuando se iban cayendo a pedazos,
intentaron recuperar las islas en la creencia que los ingleses no las
defenderían. Allí, con Costa Méndez como canciller, creyeron que el socio les
iba a ayudar, pero él era parte de la OTAN y no podía luchar contra su aliado
Reino Unido. Cargaron con más muertes inocentes y una rendición vergonzante:
los jóvenes conscriptos padecían horrores, mientras ellos negociaban las
migajas de poder en sus escritorios y se perdían las colectas patriotas, de una
solidaridad derrochada.
La recuperación
democrática no puedo recomponer los estragos sociales que dejaron ni pudo
siquiera satisfacer las demandas postergadas. El chaleco del endeudamiento
externo y los nuevos grupos económicos surgidos del pillaje cómplice de
aquellos años, maniató al presidente Alfonsín, quien se propuso de restablecer
la justicia juzgando a los principales responsables de los crímenes ocurridos.
Emergieron los derechos humanos desde los escombros, muchos participaron en
aquellos juicios memorables, intentando esclarecer lo inexplicable. El libro
Nunca más, intentó dar testimonio de lo ocurrido. Pero no se pudo avanzar, las
bestias aún disponían de poder suficiente como para poner en jaque al gobierno
democrático. El cerco se fue cerrando, las grandes empresas formadoras de
precios decretaron la hiperinflación y el primer gobierno de la recuperada
democracia se vino a pique y anticipó la llegada de Menem, quien de espaldas al
pueblo acordó con la derecha, coincidente con dos hechos trascendentes: la
caída del muro de Berlín y la desintegración de la URSS y el Consenso de
Washington, que el nuevo gobierno seguiría a pie juntilla, proponiéndose como
modelo a seguir: se abrió la economía, destruyó el Estado y se entronizó al
mercado. Allí tuvimos relaciones carnales con los EE. UU. y, sendos presidentes
participaban de idénticos intereses. No era necesario pedir la visa para
ingresar al país del Norte.
Hubo de transcurrir más
de una década para que George Bush hijo, fuera defraudado en la Cumbre de Mar
del Plata, ante el rechazo colectivo de ingresar al ALCA. Allí tomó vuelo la
generación del Bicentenario, liderada por el presidente venezolano Hugo Chávez
Frías, acompañado por Kirchner y Lula. El esfuerzo valió la pena y amplios
sectores de la población se beneficiaron con las políticas públicas orientadas
a la educación, la salud, la construcción de viviendas, la seguridad social y
la investigación y desarrollo científico.
Más temprano que tarde
la sangre en el ojo de Polifemo ha vuelto las aguas al antiguo cauce y el patio
trasero, a ser patio trasero. El nuevo orden surgido del cambiante dinamismo de
fuerzas en el mundo exige otro rol de la periferia alineada, habrá que
reprimarizar la economía y precarizar salarios y condiciones de trabajo.
Cuestión que grandes sectores deberán distraerse en la lucha cotidiana por la
subsistencia, garantizando la paz social mediante el incremento de la represión
– hecho que ya justificaba Weber al reconocer el monopolio del poder punitivo
del Estado – sobre todo en la lucha contra ese enemigo omnímodo que es el
narcotráfico, para cuyo cometido dispondremos de ayuda extra. Habremos cumplido
disciplinadamente también con los fondos buitres, mientras la “crisis heredada”
obligará al ajuste en la esperanza que una vez alcanzados los objetivos
propuestos por la nueva administración, se elimine la pobreza. Una letanía de
la teoría del derrame aggiornada.
De allí que la
seductora presencia de Obama lejos de tranquilizar deja muchos interrogantes,
más allá de su distensión, elocuencia y ditirambo local.
En una vasta y rica
geografía despoblada y con alta concentración en escasas ciudades, no sólo
resulta un espacio atractivo para el narcotráfico sino también y por esto,
justifica el establecimiento de bases militares, así de paso vigilan recursos
naturales altamente preciados, como el acuífero Guaraní, el potencial minero u
otros requerimientos que, con la inmensa tecnología a su disposición, la tienen
al alcance de la mano. Se completa así un marco de relaciones que garantiza la
presencia dinámica de EE. UU. en la región, asegurada dócilmente por el
presidente Macri en los próximos cuatro años, quien, seguramente como lo
expresa frecuentemente, le preocupa lo que viene y no las lecciones del pasado.
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