Tuve la
oportunidad de participar en varios encuentros con la delegación que acompañó
al Presidente Obama y
escucharlo en tres intervenciones; y siento ahora el deber de compartir con mis
compañeros lo que interpreté de lo que se dijo, y también de lo que no se dijo,
pues en política lo que se deja de decir suele ser tan importante como lo que
se dice.
Agustín Lage Dávila / Cubadebate
Hay dos
direcciones complementarias de pensamiento para interpretar esta visita y todo
el proceso de intento de normalización de las relaciones: interpretar lo que
significa para una valoración del pasado, e interpretar lo que significa para
una proyección hacia el futuro.
De cara al
pasado es evidente que el proceso de normalización recién iniciado en las
relaciones entre Cuba y los Estados Unidos hay que interpretarlo como una
victoria mayúscula del pueblo revolucionario y socialista cubano, de sus
convicciones, de su capacidad de resistencia y sacrificio, de su cultura, de su
compromiso ético con la justicia social; así como también como una victoria de
la solidaridad con Cuba de América Latina.
Hay cosas
que nos resultan tan evidentes a los cubanos que a veces olvidamos subrayarlas.
1. Se inició esta normalización en vida de la generación histórica que
hizo la Revolución, y conducida por líderes de esa misma generación.
2. Implicó un reconocimiento de la institucionalidad revolucionaria
cubana, reconocimiento que no hubo hacia el Ejército Libertador en 1898, ni
hacia el Ejército Rebelde en 1959 (si lo hubo, sin embargo, hacia las
dictaduras de Gerardo Machado y Fulgencio Batista).
3. Incluyó un reconocimiento explícito de los logros de la Revolución,
al menos en Educación y Salud (que fue lo que se mencionó).
4. Incluyó un reconocimiento explícito a la ayuda solidaria de Cuba
hacia otros pueblos del mundo, y su aporte a causas nobles tales como la salud
mundial, y la eliminación del apartheid en África.
5. Incluyó una aceptación explícita de que las decisiones sobre los
cambios y los modelos socioeconómicos en Cuba corresponden exclusivamente a los
cubanos, que tenemos (hemos ganado) el derecho a organizar nuestra sociedad de
manera diferente a como otros lo hacen.
6. Implicó la declaración del abandono de la opción militar y
subversiva, así como la intención de abandonar la coerción, como instrumentos
de la política norteamericana hacia Cuba.
7. Expresó el reconocimiento del fracaso de las políticas hostiles
contra Cuba de las administraciones precedentes, lo que implica (aunque no
fuese declarado así) el reconocimiento de resistencia consciente del Pueblo
Cubano, ya que las políticas hostiles solamente fracasan ante las resistencias
tenaces.
8. Reconoció el sufrimiento que el bloqueo ha causado al Pueblo Cubano.
9. No partió este proceso de concesiones cubanas en uno solo de nuestros
principios. Tampoco en los reclamos de cese del bloqueo y devolución del
territorio ilegalmente ocupado en Guantánamo.
10. Incluyó el reconocimiento público de que los Estados Unidos estaban
aislados en América Latina y en el mundo por su política hacia Cuba.
No creo que
haya nadie medianamente lúcido e informado en el mundo que pueda interpretar
este proceso de normalización en curso como otra cosa que no sea una victoria
de Cuba en su diferendo histórico con los Estados Unidos.
De cara al
pasado es esa la única interpretación posible.
Ahora bien,
de cara al futuro las cosas son más complejas, y hay al menos dos
interpretaciones extremas posibles, y sus variantes intermedias:
- La hipótesis de la conspiración perversa.
- La hipótesis de las concepciones divergentes sobre la sociedad humana.
En las
calles de Cuba se discute hoy sobre ambas. Alerto al lector en este punto que
no voy a argumentar por ahora a favor o en contra de una de estas dos
hipótesis, o de las combinaciones diversas de ambas. Los acontecimientos
futuros se encargarán de hacerlo, y cada cual sacará “sus propias conclusiones”
en este “pasaje a lo desconocido”.
Quienes se
adhieren a la hipótesis de la conspiración perversa ven las palabras del
Presidente Obama como una falsa promesa o un sutil engaño que responde a un
plan concebido para que abramos las puertas al capital norteamericano y a la
influencia de sus medios de comunicación; para que permitamos la expansión en
Cuba de un sector económicamente privilegiado, que con el tiempo se iría
transformando en la base social de la restauración capitalista y el
renunciamiento a la soberanía nacional. Serían los primeros pasos del camino de
retorno hacia la Cuba de ricos y pobres, dictadores y mafiosos, que teníamos en
los años 50.
Los cubanos
que piensan así, tienen derecho a hacerlo: hay muchos hechos en la historia
común que justifican esa enorme desconfianza. Son conocidos y no necesito
enumerarlos aquí.
Mucha gente
recuerda la famosa frase atribuida al Presidente Franklin D. Roosevelt cuando
dijo del dictador nicaragüense Anastasio Somoza: “Tal vez Somoza sea un hijo
de puta, pero es nuestro hijo de puta”.
Ciertamente
ni el Presidente Obama, ni las actuales generaciones de norteamericanos de
buena voluntad (que hay muchos) tienen la culpa, como personas individuales, de
las primeras etapas de esa trayectoria histórica. Pero también es innegable que
esa historia está ahí, y que impone condicionamientos a lo que ellos pueden
hacer, y a nuestra manera de interpretar lo que ellos hacen. Los procesos
históricos son mucho más largos que una vida humana, y eventos ocurridos hace
muchas décadas influyen en nuestras opciones de hoy, porque condicionan actitudes
colectivas que tienen una existencia objetiva, relativamente independiente de
las ideas y las intenciones de los líderes.
Aún
distanciando al Presidente Obama de las políticas agresivas e inmorales de
administraciones precedentes, que organizaron invasiones, cobijaron
terroristas, estimularon asesinatos de líderes cubanos e implementaron el
intento de rendir por hambre al Pueblo Cubano; aún estableciendo esa
distinción, no se puede olvidar que Obama solo no es la clase política de los
Estados Unidos. Hay muchos otros componentes del poder ahí, que siempre han
estado presentes, lo están hoy, y lo estarán cuando termine el mandato de Obama
dentro de algunos meses, y en el futuro previsible. Los estamos viendo en la
campaña electoral en curso.
Para ser
honesto con todo el que lea esta nota, debo reconocer que el Presidente Obama
no dio aquí la impresión de ser el articulador de una conspiración perversa,
sino la de ser un hombre inteligente y culto, que cree en lo que dice. Lo que
sucede entonces es que las cosas en las que él cree (con todo su derecho) son
diferentes a las que creemos nosotros (también con todo nuestro derecho).
Esa es la
segunda hipótesis, la de las concepciones divergentes sobre la sociedad humana,
las cuales fueron muy evidentes en todos los momentos de la visita a Cuba del
Presidente Obama y su delegación, en todo lo que se dijo, y también en lo que
se dejó de decir.
Fue muy
claro que la dirección principal de la relación de los Estados Unidos con Cuba
estará en el campo de la economía, y dentro de este, la estrategia principal
será relacionarse con el sector no estatal y apoyarlo.
Fue muy
claro, en el discurso y en los mensajes simbólicos, en tomar distancia de la
economía estatal socialista cubana, como si la propiedad “estatal” significase
propiedad de un ente extraño, y no propiedad de todo el pueblo como realmente
es.
En la
necesidad de que exista un sector no estatal en la economía cubana no tenemos
divergencias. De hecho la expansión del espacio de los cuentapropistas y las cooperativas
es parte de la implementación de los Lineamientos surgidos del 6º Congreso del
Partido. Donde está la divergencia es en el rol que debe tener ese sector no
estatal en nuestra economía:
- Ellos lo ven como el componente principal de la economía; nosotros lo
vemos como un complemento al componente principal que es la empresa estatal
socialista. De hecho hoy ese sector no estatal, si bien se acerca a ser el 30%
del empleo, no alcanza a aportar el 12% del PIB, lo que indica su carácter
limitado para la generación de valor agregado.
- Ellos lo hacen equivaler a “la innovación”; nosotros lo vemos como un
sector de relativamente bajo valor agregado. La innovación está en la alta
tecnología, la ciencia y la técnica, y sus conexiones con la empresa estatal
socialista. El espíritu innovador del pueblo cubano se expresó en estos
años de muchas otras maneras, tales como el desarrollo de la biotecnología y
sus medicamentos y vacunas, la formación masiva de informáticos en la UCI, la
agricultura urbana, la revolución energética y otros muchos logros del periodo
especial, nada de lo cual se mencionó en los discursos de nuestros visitantes.
- Ellos ven el emprendimiento privado como algo que “empodera” al
pueblo; nosotros lo vemos como algo que empodera a “una parte” del pueblo, y
relativamente pequeña. El protagonismo del pueblo está en las empresas
estatales, y en nuestro gran sector presupuestado (que incluye la salud, la
educación, el deporte, la seguridad ciudadana) que es donde se trabaja
realmente para todo el pueblo y donde se genera la mayoría de la riqueza. No se
puede aceptar el mensaje implícito de hacer equivaler el sector no estatal con
“el pueblo cubano”. Eso no fue dicho de esa manera tan brutal, pero se
interpreta del discurso de una forma demasiado clara.
- Ellos separan tácitamente el concepto de “emprendimiento”, y el de
propiedad estatal. Nosotros vemos en el sector estatal nuestras principales
opciones de emprendimientos productivos. Así lo explicamos en el Foro de
empresarios al ilustrar la organización en que trabajo (El Centro de
Inmunología Molecular) como “una empresa con 11 millones de accionistas”.
- Ellos ven al sector no estatal como una fuente de desarrollo social;
nosotros lo vemos en un rol doble, pues también es una fuente de desigualdades
sociales (de lo que ya tenemos evidencias, como ilustran los recientes debates
sobre los precios de los alimentos), desigualdades que habrá que controlar con
una política fiscal reflejo de nuestros valores.
- Ellos creen en la función dinamizadora de la competencia (aunque este
concepto ha sido cuestionado ya incluso por ideólogos serios de la economía
capitalista). Nosotros conocemos su función depredadora y de erosión de la
cohesión social, y creemos más en la dinámica que proviene de programas de
país.
- Ellos creen en que el mercado distribuye eficientemente la inversión
respondiendo a la demanda; nosotros creemos que el mercado no responde a la
demanda real sino a la “demanda solvente”, y profundiza las desigualdades
sociales.
- Ellos se apoyan en la trayectoria de desarrollo empresarial de los
Estados Unidos, cuya economía despegó en el Siglo XIX, en condiciones de la
economía mundial que son irrepetibles hoy. Nosotros sabemos que las realidades
de los países subdesarrollados de economía dependiente son otras, especialmente
en el Siglo XXI, y que el desarrollo económico y científico-técnico no ocurrirá
a partir de pequeños emprendimientos privados en competencia, ni intentando
reproducir la trayectoria de los países hoy industrializados, con 300 años de
diferencia. Sería la receta de la perpetuación del subdesarrollo y la
dependencia, con una economía diseñada como apéndice y complemento de la
economía norteamericana, cosa que ya ocurrió en el Siglo XIX, cuando esa
dependencia nos sumió en el monocultivo y cerró el camino de la
industrialización. Para entender eso sirve la Historia, y por ello no podemos
olvidarla.
Emprender
el camino de la convivencia civilizada “con nuestras diferencias”, implica
conocer bien a fondo y por todo el Pueblo Cubano, dónde es que están esas
diferencias, para poder evitar que decisiones puntuales aparentemente
racionales ante problemas económicos tácticos, nos puedan llevar a errores
estratégicos; y peor aún, que otros nos empujen a ello, a través de las cosas que
se dicen y las que no se dicen.
Supimos
evitar esos errores en los inicios del periodo especial, ante la desaparición
del campo socialista europeo y la marea ideológica neoliberal de los 90.
Sabremos hacerlo mejor ahora.
La
convivencia civilizada ciertamente nos aleja del riesgo y la barbarie de la
guerra (militar y económica), pero no nos exonera de dar la batalla en el plano
de las ideas.
Necesitamos
vencer en esa batalla de ideas para poder vencer en la batalla económica.
La batalla
económica del Siglo XXI cubano se dará en tres campos principales:
1. El de la eficiencia y capacidad de crecimiento de la Empresa Estatal
Socialista, y la inserción de esta en la economía mundial
2. El de la conexión de la ciencia con la economía a través de empresas
de alta tecnología, con productos y servicios de alto valor añadido que
enriquezcan nuestra cartera de exportaciones
3. El de la limitación consciente de la expansión de las desigualdades
sociales, a través de la intervención del Estado Socialista.
En esos
campos se decidirá el Siglo XXI de los cubanos.
La batalla
de ideas consiste en consolidar pensamiento y consenso sobre hacia donde
queremos ir, y sobre los caminos concretos para llegar.
Las aguas
del estrecho de La Florida no deben ser un campo de conflicto bélico, y es muy
bueno para todos que así sea, pero esas aguas seguirán separando por mucho
tiempo dos concepciones diferentes de la convivencia humana, de la
organización de los hombres para la vida social y el trabajo, y de la
distribución de sus frutos. Y también es muy bueno que así sea. Nuestro ideal
de sociedad humana está enraizado en nuestra experiencia histórica y en el alma
colectiva de los cubanos, sintetizada magistralmente por el pensamiento de José
Martí. Él estudió y entendió mejor que nadie en su tiempo la sociedad
norteamericana y dijo: “nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en
muchos puntos asemejarse”.
La creencia
básica del capitalismo, incluso en los que así lo creen honestamente, es la
construcción de prosperidad material basada en la propiedad privada y la
competencia. La nuestra se basa en la creatividad movida por los ideales de
equidad social y solidaridad entre las personas, incluidas las generaciones
futuras. Nuestro concepto de sociedad es el futuro, y aunque el futuro se
demore, atrapado en los condicionamientos objetivos del presente, sigue siendo
el futuro por el que hay que luchar.
La
propiedad privada y la competencia son el pasado, y aunque ese pasado siga
existiendo necesariamente dentro del presente, pasado sigue siendo.
Hay que
saber siempre ver los conceptos que están detrás de las palabras que se dicen,
y las razones que están detrás de las palabras que no se dicen.
La batalla
por nuestro ideal de convivencia humana estará en las manos de las actuales
generaciones de jóvenes cubanos, que enfrentarán en su tiempo desafíos
diferentes a los de las generaciones revolucionarias del Siglo XX, pero
igualmente grandes y trascendentales, y también más complejos.
Al analizar
la complejidad de sus desafíos les confieso que quisiera ingresar otra vez en
la Unión de Jóvenes Comunistas, cuyo carnet (Nº7784, de 1963) tengo ahora mismo
sobre mi mesa. Sigo siendo comunista, pero he de aceptar que ya no puedo seguir
siendo “joven”. Pero sí puedo compartir con los jóvenes el análisis de lo que
hoy se dice, y la develación de lo que no se dice, y construir junto con ellos
las herramientas intelectuales que necesitamos para las batallas que vienen.
José Martí
escribió en abril de 1895: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos
hace: Ganémosla a pensamiento”.
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