El asesinado de
Margarita, Berta y Tomás no es el mero resultado de una campaña de terror en el
marco de una contrainsurgencia anticomunista. Se trata de la violencia necesaria
para llevar adelante una despiadada acumulación capitalista en el marco de la
segunda fase del neoliberalismo, la de la acumulación por desposesión.
Carlos Figueroa Ibarra /
Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El jueves 3 de marzo al
amparo de las sombras de la noche un grupo de sicarios penetró en la casa de la
dirigente indígena Lenca Berta Cáceres y cobardemente la asesinó.
Milagrosamente escapó con vida aunque herido, Gustavo Castro un activista
mexicano contra de las presas, la minería a cielo abierto, el extractivismo y
la defensa de los ríos. Gustavo es también Director de la organización Otros
Mundos Chiapas/Amigos de la Tierra México. Berta fue una dirigente social
ampliamente conocida en Honduras y en el mundo entero. Las veces que he estado
en Honduras supe de ella porque era una referencia y además tuve la oportunidad
de escucharla en septiembre de 2009 en La Habana en ocasión del VIII Taller
Internacional Sobre Paradigmas Emancipatorios.
Berta encabezó desde
hace años el Comité Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras
(COPINH). En los últimos tiempos estuvo dirigiendo la lucha contra la
construcción de la Presa de Agua Zarca que afecta profundamente al río
Gualcarque, fundamental en la cosmovisión del pueblo Lenca. Poderosos intereses
capitalistas se han visto afectadospor
la lucha que encabezó Berta: DESA la compañía hondureña que construye la
presa, bancos Alemán y Finlandés, la AID, la International Corporation del
Banco Mundial y la empresa estatal china Sinohydro. Estas dos últimas
corporaciones se habían retirado del proyecto gracias a la lucha encabezada por
la dirigente del COPINH. En 2015, Berta recibió el prestigioso “Goldman
Enviromental Prize” otorgado a los más reconocidos defensores del ambiente.
El premio se le dio
también para crearle una protección contra las continuas amenazas de muerte de
la que era objeto. Al menos tres
dirigentes campesinos cercanos a ella habían sido asesinados en un país en
donde también lo han sido más de 100 luchadores por tierra, agua y territorio,
entre ellos Tomás García de COPINH y la recordada Margarita Murillo de La Vía
Campesina-Honduras. Hoy le tocó el turno a Berta en su casa en la población de
La Esperanza en el departamento de Intibucá.
Se trata de un terror
de nuevo signo. El asesinado de Margarita, Berta y Tomás no es el mero
resultado de una campaña de terror en el marco de una contrainsurgencia
anticomunista. Se trata de la violencia necesaria para llevar adelante una
despiadada acumulación capitalista en el marco de la segunda fase del
neoliberalismo, la de la acumulación por desposesión. Se trata de despojar a
pueblos indígenas y campesinos de su territorio, tierras, aguas, biodiversidad
para implantar hidroeléctricas, minas, carreteras, nuevos cultivos de
exportación. En el fondo no es más que la reedición de la violencia que Marx
advirtió cuando escribió acerca de la acumulación originaria del capital.
Pero esta acumulación
despiadada tiene también un contexto político. Éste es el régimen instaurado
desde el derrocamiento de Zelaya en junio de 2009. Desde esas fechas Honduras
ha observado un aumento notable de proyectos hidroeléctricos y mineros. El
terror de nuevo signo es al mismo tiempo continuidad de una represión al
servicio de los grandes capitales.
Nada nuevo bajo el sol.
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