Reducir las emisiones
de gases de efecto invernadero únicamente es posible frenando los excesos del
capitalismo. El mercado no podrá hacerlo. La autoridad pública (el Estado) es
la única que puede orientarnos en esa dirección. Pero eso necesita un cambio de
paisaje político, que hoy está lejos de presentarse.
El Panel
Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) filtró un adelanto de un
estudio sobre la relación entre suelos, agricultura y cambio climático. Es un
poderoso llamado de atención sobre las fuerzas que amenazan con desfigurar la
biósfera y destruir la especie humana. El análisis hace hincapié en el uso de
suelo, la producción de alimentos y las emisiones de gases de efecto
invernadero.
La advertencia del IPCC
señala que la agricultura, la ganadería y la silvicultura generan 23 por ciento
del total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) cada año. Por otra
parte, el IPCC recuerda que los suelos del planeta son responsables de absorber
alrededor de 30 por ciento del bióxido de carbono emitido cada año por la
industria y el sector energético. En la medida en que los suelos se degradan,
se reduce su capacidad de absorción del bióxido de carbono (CO2) y su capacidad
productiva se ve limitada. Esto aumenta la concentración de GEI en la atmósfera
y agrava el cambio climático, lo que genera nuevamente mayor degradación de
suelos. El riesgo de desencadenar un ciclo acumulativo vicioso es hoy día muy
alto.
El informe del IPCC es
importante, pero, como siempre ocurre con estas evaluaciones sobre la
destrucción ambiental en el mundo, adolece de una grave omisión: no contiene
ninguna referencia sustantiva a las fuerzas económicas que están promoviendo
esta degradación ambiental.
El IPCC indica que
cerca de 30 por ciento de la producción mundial de alimentos se pierde o
desperdicia. La reducción de estos desechos haría una contribución importante
para restringir las emisiones de GEI. El IPCC también reconoce que es necesario
combatir la desigualdad que impera en los paisajes rurales del mundo para
frenar las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, los patrones de
consumo y el tipo de dieta imperante afectan la cantidad de tierra y agua que
se necesitan para la producción de alimentos. El consumo de carne es uno de los
factores más negativos en la contribución del sector a las emisiones de gases
de efecto invernadero. Además, por cada kilogramo de proteína animal producida
se necesitan 10 mil litros de agua, nueve kilogramoss de granos y el
equivalente a 18 kilogramos de capa orgánica de tierra.
Es cierto que la
agricultura mundial está hoy profundamente distorsionada y sumergida en un
círculo vicioso, en el que la degradación de suelos está asociada a mayores
emisiones de gases de efecto invernadero. Pero no será fácil implementar los
cambios que se necesitan para reducir las emisiones de GEI del sector agrícola.
Y es que, hoy, la agricultura mundial se comporta tal como el capitalismo
siempre quiso que lo hiciera. El desperdicio y la desigualdad son dos signos
distintivos de este fenómeno. La desigualdad es resultado de la lucha que el
capital siempre ha mantenido por controlar el proceso de producción en el
campo, buscando someter al campesinado y la población rural a la relación
salarial. El acaparamiento de tierras es una faceta de este proceso. Por su
parte, el desperdicio es un subproducto del control de la producción agrícola
por el capital. No hay que olvidar que bajo el capitalismo, el objetivo de la
producción mercantil agrícola no es generar alimentos para la población, sino
producir ganancias para las corporaciones. En la producción capitalista el
desperdicio es parte del valor agregado que se vende como mercancía.
Un rasgo esencial del
capitalismo es la tendencia a la concentración del poder de mercado en pocas
empresas. En la agricultura mundial esta consolidación corporativa se manifiesta
no sólo en las grandes plantaciones y fábricas de carne, sino en todos los
eslabones de la cadena de valor: comercialización, procesado y empaque,
transporte y producción y venta de semillas e insumos agroquímicos (muchos
profundamente tóxicos). Los abusos de la concentración de poder van desde la
manipulación de precios hasta las violaciones de los derechos humanos de
poblaciones campesinas.
El IPCC es incapaz de
examinar el verdadero motor de la destrucción ambiental provocada por las
grandes plantaciones de aceite de palma en el sudeste asiático, o por la
ganadería y la soya transgénica en América Latina. Y es que el IPCC critica
esas plantaciones, pero considera que están relacionadas con las necesidades de
una población constantemente en aumento. No puede ver que esos proyectos tienen
muy poco que ver con las necesidades de la gente y en cambio, sí, mucho con la
transformación de la agricultura en una fuente de ganancias. Las emisiones de
gases de efecto invernadero en la agricultura están vinculadas con la
transformación de la producción de alimentos y del paisaje rural en general en
un simple espacio de valorización para el capital.
Reducir las emisiones
de gases de efecto invernadero únicamente es posible frenando los excesos del
capitalismo. El mercado no podrá hacerlo. La autoridad pública (el Estado) es
la única que puede orientarnos en esa dirección. Pero eso necesita un cambio de
paisaje político, que hoy está lejos de presentarse.
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