Pocos observadores pronosticaban hace dos años y medio el impacto que
tendría el presidente Donald Trump sobre
el mundo una vez instalado en la Casa Blanca. De igual manera, muchos
fueron sorprendidos por las políticas que aplica al interior de su país. En el
caso de América Latina, actúa con total desprendimiento de las leyes
internacionales y sin respeto alguno para con sus pueblos.
Marco A. Gandásegui, hijo / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
A escala global ha causado pánico, entre los financistas y
especuladores, su declaración de guerra comercial contra la R.P. de China. A esta preocupación se suma la incertidumbre
ya que ni su círculo íntimo de colaboradores sabe cual va a ser su próximo
paso. Descartó el Acuerdo del Cambio Climático. Abandonó el pacto firmado con
Irán para evitar la proliferación nuclear. Sigue activo en el Medio Oriente
provocando zozobra desde Afganistán hasta Libia. En Africa sub-sahariana avala
golpes militares, masacres y toda clase de atropellos con el fin de mantener
ese continente en un estado de inestabilidad permanente. Algo parecido promueve
en Europa, dividiendo el ‘Viejo Mundo’, exigiendo que se militarice (OTAN) y
que se someta a las reglas comerciales que impone la Casa Blanca.
Durante la campaña de 2016 avisó que pondría fin a las propuestas de
‘globalización’, a los tratados comerciales regionales y a las políticas para
frenar el ‘cambio climático’ impulsadas por sus tres predecesores por casi 25
años. Cumplió con su palabra y, además, rompió con el pacto silencioso con
China, se acercó a Rusia y apoyó la salida del Reino Unido de la Unión Europea.
Todo bajo una consigna: ‘Hagamos a EEUU grande nuevamente’. En el plano interno
ha generado una guerra entre los proteccionistas y los partidarios de la
globalización. También ha dado pasos hacia atrás en la historia exacerbando las
diferencias entre las etnias euro-descendientes (‘blancos’) y los
afroamericanos (‘negros’). Logró meter en una sola categoría a negros,
chocolates, orientales y aborígenes (pueblos indígenas) que son denominados
no-blancos. Los latinoamericanos, desde Argentina a México, pasando por los
demás países, los llaman latinos (chocolates). Los blancos se están organizando
en un movimiento de ‘supremacistas’ que gana adeptos, entre otras razones, gracias
a los discursos del propio Trump.
Ya está en campaña presidencial preparándose para las elecciones de
noviembre de 2020. En 2016 derrotó a la favorita Hillary Clinton sobre la base
de un discurso negativo que acabó con sus contrincantes republicanos y
demócratas. A la exprimera dama la acusó de ‘ladrona’ (crooked) y a sus
correligionarios los insultaba en los debates televisivos. Su estrategia,
aunada a una crítica demoledora a la des-industrialización provocada por las
políticas neoliberales, le dio el triunfo.
Trump calcula que puede conservar esa ventaja alcanzada en 2016 e,
incluso, aumentarla ganando en otros estados que perdió en las elecciones
pasadas. Los demócratas opinan lo contrario. En estos momentos hay varios
pre-candidatos demócratas que le llevan ventaja en las encuestas.
Las elecciones en 2020 van a ser un referéndum de aprobación de Trump.
El magnate de Manhattan apuesta a que el crecimiento de la economía (sin
empleos decentes), a la muralla en la frontera con México (que no avanza) y su
discurso étnico (que polariza), movilizará el voto de su base social el próximo
año.
Los demócratas tienen varias cartas en la mano. La principal es la
poderosa maquinaria del ‘establishment’ que tiene recursos financieros de sobra
y controla la mayoría de los medios. Tienen 20 pre-candidatos pero ninguno
tiene la fogosidad de Trump. Pareciera que los demócratas tampoco tienen un
programa coherente que pueda entusiasmar la masa votante. La nueva ‘izquierda’
tiene la fogosidad para derrotar a Trump pero todavía no ha construido su base
social.
Si no pasa algo significativo antes de noviembre de 2020, el que gane
los votos del colegio electoral lo hará por la mínima diferencia.
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