América Latina pierde gravitación a nivel mundial. La carencia de una
visión estratégica regional para lidiar con el desafío de una «doble
dependencia externa» impuesta por la nueva bipolaridad entre Estados Unidos y
China, puede dañar a la región.
Tomás Bontempo / Nueva Sociedad
El
concepto de «hegemonía» ha sido adoptado por los más diferentes paradigmas para
comprender la estructura del sistema internacional, analizar la formación de
diversos regímenes de poder y comprender las funciones y capacidades de los
Estados.
Para
el realismo, la visión dominante en la teoría de las relaciones internacionales
en el marco de la segunda posguerra, la hegemonía era esencialmente
conflictiva. La concentración de poder, afirmaban los llamados «realistas»,
representaba un elemento de riesgo para el sistema internacional. No obstante,
los trabajos de Robert Gilpin, reacomodan esta visión general del paradigma,
sosteniendo una visión benigna de la hegemonía y aduciendo que esta tiene una
función estabilizadora. Sin negar la base coactiva que tiene el poder, aduce
que la hegemonía tiene también una base de consenso. Gilpin atribuye a la
hegemonía el hecho de ser proveedora de bienes públicos colectivos, guardando
los factores financieros, militares y especialmente los tecnológicos en esta
etapa de evolución del sistema capitalista mundial, una importancia ponderada.
La hegemonía es la proveedora e impulsora de la base tecnológica de su época.
Tanto Gilpin como Robert Cox y Robert Keohane coinciden en que la hegemonía no
solo es producto de la acumulación de poder, sino que la misma resulta costosa.
No cualquier Estado está dispuesto a ser hegemon y pagar los costos que
ello implica.
Hace
dos décadas, nadie sabía si China estaba dispuesta a pagar los costos de la
hegemonía. Pero, en la actualidad, las líneas de análisis gravitan sobre las
proyecciones de las potencias a efectos de las disputas interhegemónicas entre
los Estados Unidos y China. El presente año se realizó en Beijing el 2º Foro de
la Franja y la Ruta -One belt, One Road (OBOR)- lanzada en 2013. Se
trata de una imponente iniciativa, diagramada por China a través de obras
tecnológicas y de infraestructura, que cuenta con la adhesión de más de 100
países en todo el mundo.
Al
igual que Estados Unidos con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y
Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) en la segunda posguerra, China
intenta, con la remake de su milenaria iniciativa, presentarse como un
promotor del libre comercio y de un multilateralismo claramente afectado por la
bipolaridad. Las medidas anunciadas en materia de la «guerra comercial» por la
administración de Donald Trump –conjuntamente con otras como el retiro del
Tratado Transpacífico (TPP), parecerían evidenciar en Estados Unidos un actor
que se cierra y que privilegia una confusa táctica de amenazas y advertencias
del uso del hard power. Mientras tanto, la nación asiática parecería
inclinarse por el soft power que ve como una necesidad para avanzar en
la construcción de alternativas a las instituciones originariamente propuestas
por la hegemonía norteamericana.
En
consonancia con las nuevas tácticas hegemónicas enfocadas al comercio -y
particularmente al de tecnología-, China ha aumentado exponencialmente su
participación en las solicitudes mundiales de patentes desde principios de la
década de. En 2017, en términos de solicitantes individuales, tres de las
primeras diez compañías eran chinas y solo dos estadounidenses,
correspondiéndose con aquellas que se disputan el liderazgo del nuevo sistema
digital llamado 5G. Asimismo, según el Foro Económico Mundial, China e India
lideraban en 2016 la mayor cantidad de graduados en ciencia, tecnología,
ingeniería y matemática, relegando a Estados Unidos y Rusia. Mientras Estados
Unidos intenta contener a China, el país asiático intenta afianzar su hegemonía
para 2050 en el marco de la construcción de una globalización con nuevos
elementos.
Si
bien con pequeños puntos en común, la situación actual dista de ser una nueva
Guerra Fría. Ésta era parte de un contexto histórico determinado con
características únicas de un marco de posguerra. En la actualidad, nos
encontramos con un formato aún en construcción de la confrontación y la
bipolaridad. La bipolaridad de la Guerra Fría era, según el politólogo Kenneth
Waltz, rígida y estable. Sin
embargo, ahora la bipolaridad parece ser volátil o flexible. Sin
embargo, el hecho de que cada cual defienda intereses estratégicos en disputa
por la hegemonía, podría llevar nuevamente a una bipolaridad más rígida.
Por
el momento, China y Estados Unidos también experimentan su détente, tal
como los franceses llamaban a la «distensión» en tiempos de la Guerra Fría.
Esto se debe a la existencia de situaciones particulares, como las elecciones
presidenciales en Estados Unidos que, probablemente, generen una necesidad de
calma en la administración republicana.
América
Latina transitó cohabitó históricamente con el poder hegemónico. Una
cohabitación entendida como el modo especifico de limitación de reacción frente
al poder de una potencia de pretensiones continentales y de posterior hegemonía
global, como lo es Estados Unidos. Asimismo, como argumenta José Paradiso, la
región experimenta su condición de perifericidad «como un concepto que abarca
mucho más que la dimensión económica: el mismo evoca una compleja trama de
relaciones de poder, construcciones culturales, ideas y sistemas de creencias,
de asimilaciones, adaptaciones, rechazos o resistencias».
En
el marco de la Guerra Fría, los países latinoamericanos experimentaron una
bipolaridad rígida que limitó sus políticas internas y externas a la voluntad y
las exigencias de Estados Unidos. La presencia de China complejiza el actual
escenario, con una influencia creciente en tratados, inversiones,
financiamiento y memorándums para construcción de obras de infraestructura que
compiten con las instituciones de la hegemonía norteamericana. Panamá fue el
primer país de una ya considerable lista de estados latinoamericanos en sumarse
a la iniciativa de la Ruta de la Seda, a la que le faltan aún las mayores
economías del continente.
Sn
embargo, en este contexto, América Latina manifiesta un estancamiento de las
iniciativas profundas de integración regional. El abandono de la UNASUR o la
paralización de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC),
se eclipsan frente al surgimiento de nuevos
«Frankensteins» como el Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur).
La región parece estar dilapidando la coordinación que había germinado en años
anteriores.
Asimismo,
ante la obtención de beneficios a corto plazo, los proyectos regionales
continúan siendo una tarea sumamente inconclusa. Los tratados de libre comercio
de nueva generación impulsan a los países de la región a mirar hacia afuera e
intentar establecer un relacionamiento privilegiado con países del centro de la
economía mundial. Un relacionamiento amplio y diverso no reemite en sí mismo
una problemática para las relaciones externas de la región, aunque sí se
complementa con un marco de descoordinación política y proyectos de integración
relegados.
Históricamente
desfavorecida por la globalización, pareciera que América Latina pierde
gravitación a nivel mundial. La carencia de una visión estratégica regional
para lidiar con el desafío de una «doble
dependencia externa» impuesta por la nueva bipolaridad, puede hacer
que América Latina desaproveche un potencial poder de negociación colectivo y
reduzca el margen de maniobra en la toma de decisiones.
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