El Leviatán
cibernético previsto por el fraile dominico francés Dominique Duberle hoy tiene
un nombre: Google, Facebook, WhatsApp, etc. Esas corporaciones devoran todos
nuestros datos para que los algoritmos los transmitan a las herramientas
incapaces de vernos como ciudadanos. Para ellas, somos meros consumidores. Es
la era del Big Data.
Frei Betto / Rebelion
Caníbal
es todo aquel que devora a individuos de su misma especie. Para hacerlo,
necesita dominar a la presa, tornarla indefensa, entonces tratar de devorarla.
Ese es el rostro alarmante de las redes digitales, tan útiles para facilitar
nuestra intercomunicación. Al igual que los vehículos –aviones, autos, motos–
que resultan útiles para movilizarnos más rápidamente y, sin embargo, son
utilizados para llevar a cabo actos terroristas como el atentado a las Torres
Gemelas de Nueva York, las redes digitales tienen su lado sombrío.
Si no
sabemos usarlas adecuadamente, devoran nuestro tiempo, nuestro humor, nuestra
civilidad. De ahí mi resistencia a llamarlas redes sociales. La sociabilidad no
siempre supera a la hostilidad. Incluso devoran nuestro sueño, pues hay quienes
ya no logran desconectar el Smartphone a la hora de dormir. Devoran también
nuestra capacidad de discernimiento, en la medida en que nos tribalizan y nos
confinan a una única visión del mundo, sin apertura a lo contradictorio ni
tolerancia para quien adopta otra óptica.
La
medicina ya está atenta a una nueva enfermedad: la nomofobia. El término surgió
en Inglaterra, derivado de no-mobile, esto es, privado del aparato de
comunicación móvil. En síntesis, es el miedo a quedarse sin celular. Es la
enfermedad adictiva más reciente, que estudian actualmente los terapeutas.
Hay
quien permanece horas en las redes, naufragando más que navegando. El rostro
caníbal del celular devora también nuestro protagonismo. Es el celular el que,
mediante sus múltiples herramientas y aplicaciones, decide el rumbo de nuestras
vidas. El diluvio de informaciones que cae una y otra vez sobre cada uno de
nosotros, casi todas descontextualizadas, nos conduce ineluctablemente al
territorio de la posverdad. Tocan nuestra emoción y, vertiginosas, neutralizan
vuestra razón. No hay dudas de que la mayoría de nosotros es incapaz de ofender
gratuitamente a un desconocido en la panadería de la esquina. Pero en las redes
muchos endosan difamaciones, acusaciones sin fundamento y calumnias: ¡Las
famosas fake news!
Hace
más de 70 años, mi cofrade Dominique Duberle escribió a propósito de la
cibernética: «Podemos soñar con un tiempo en el que una máquina de gobernar
supla la hoy evidente insuficiencia de las mentes y los instrumentos habituales
de la política» (Le Monde, 28 de diciembre de 1948).
El
Leviatán cibernético previsto por el fraile dominico francés hoy tiene un
nombre: Google, Facebook, WhatsApp, etc. Esas corporaciones devoran todos
nuestros datos para que los algoritmos los transmitan a las herramientas
incapaces de vernos como ciudadanos. Para ellas, somos meros consumidores. Es
la era del Big Data.
Las
redes digitales devoran incluso la realidad en la que nos encontramos
insertados. Nos desplazan hacia la virtualidad y activan en nosotros
sentimientos nocivos de odio y venganza. El príncipe encantado se transforma en
monstruo. Los valores humanitarios se destejen, la ética se disuelve, la buena
educación se descarta. Lo que importa ahora, con esta arma electrónica en las
manos, es trabar la batalla del «bien» contra el «mal». Eliminar con un clic a
los enemigos virtuales después de crucificarlos con injurias que se multiplican
mediante el hipervínculo, el video, la imagen, el sitio web, la etiqueta, o
simplemente una palabra o una frase.
He
ahí lo que pretende cada emisor: lograr que lo que posteó se haga viral. El
adjetivo se deriva de virus, un sustantivo empleado en la biología que proviene
del latín y significa «veneno» o «toxina». ¡Se crea así la pandemia virtual! Es
necesario leer rápido este correo o zapp, porque aguardan por mí otros tantos.
Y de ser el caso, responder con un texto conciso, aunque vulnere todas las
reglas de la gramática y la sintaxis. Según la investigadora Maryanne Wolf,
accedemos diariamente como promedio a 34 gigabytes de información, lo que
equivale a un libro de cien mil palabras. Sin tiempo suficiente para la
absorción y la reflexión.
Corremos
el riesgo de dar un paso atrás en el proceso civilizatorio. A menos que las
familias y las escuelas adopten algo similar a lo que acompañó el advenimiento
del automóvil, cuando se percibió la necesidad de crear autoescuelas para
educar a los conductores. El celular está exigiendo también una pedagogía
adecuada para su buen uso.
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