La
América a la que Neruda evoca es la que José Martí llamara Nuestra América,
años después de que Bolívar convocara a su unidad;
es la misma sobre la cual Francisco Bilbao advirtiera su condición de peligro
por el deseo lascivo de los Estados Unidos y de las potencias europeas,
como Francia, de apoderarse por completo de sus
recursos destruyendo su belleza y saberes.
Cristóbal León Campos / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Mérida, Yucatán. México.
“América,
no invoco tu nombre en vano” intituló Pablo Neruda la sexta parte de su
poemario Canto General publicado originalmente
en el año de 1950 en México. La obra es un llamado a despertar para los pueblos
desterrando de la memoria el olvido y la apatía fragmentaria e inconsciente, un
reconocimiento a la raíz profunda y negada por los siglos de colonialismo, es la
voz o el conjunto de voces reunidas desde la medula original de las tierras
despojadas por la conquista, es también, el anhelo revestido de historia que teje
el sendero escondido entre la selva de la dominación y la esperanza. Neruda
evocó cada rincón de la geografía y de los confines hermanados por el empeño de
sobrevivencia, canto épico que reconstruye la historia con sus héroes y
villanos, con los hechos formativos de las naciones presentes y las tragedias
maltrechas por la infamia de la soberbia, con la belleza natural, el dolor
humano en la grandeza primigenia y los rezos despiadados de la espada, cuya
esencia replanteó la idea misma de los seres cargados de vigor y resistencia
para hoy mantenerse firmes en las cordilleras, llanos y montes cubiertos de
misterio y belleza.
El
llamado al reconocimiento de nuestra matriz se acompaña del amoroso desvelo del
cultivador que acaricia la Patria Grande de Simón Bolívar y reconoce los
nombres de los libertadores. “América, no invoco tu nombre en vano”, es una
parte esencial del Canto General, compuesta
por nueve poemas que recorren la composición natural, los mares que bañan los
puertos en donde los obreros marítimos forjan con el esfuerzo, los climas
seductores y torrenciales, las noches de larga oscuridad cargada de dolor que
significan las dictaduras y el gesto encarnecido del otoño vuelto primavera, es
un llanto germinal que entre sus estrofas dice: “De tierra es la materia
apoderada/del fulgor y del pan de mi victoria/y no es sueño mi sueño sino
tierra/Duermo rodeado de espaciosa arcilla/y por mis manos corre cuando vivo/un
manantial de caudalosas tierras/Y no es vino el que bebo sino tierra/tierra
escondida, tierra de mi boca/tierra de agricultura con rocío/vendaval de
legumbres luminosas/estirpe cereal, bodega de oro”. El canto es también
auto-reconocimiento de la esencia identitaria latinoamericana del propio autor
y de los pueblos nuestros configurados en lo material como en lo espiritual por
la dialéctica naturaleza-humanidad.
El
sufrimiento, la esclavitud, la violencia despojante de suelo y riqueza está
presente en el poemario, otro de los versos invoca la resistencia digna de los
seres explotados: “De noche y día veo los martirios/de día y noche veo al
encadenado/al rubio, al negro, al indio/escribiendo con manos golpeadas y
fosfóricas/en las interminables paredes de la noche”. El lacerante presente que
Neruda observó en los países centroamericanos donde las grandes corporaciones
estadounidenses se apropiaban del fruto de las tierras, minas y bosques
condenando a los pueblos y culturas a la marginación hoy continuada, se
presenta no solo como el dolor compartido en la historia, sino como la flama
que enciende en anhelo libertario de las luchas que vendrán años después de la
publicarse el poemario, a mediados del siglo XX, con la dignidad extendida y la
mirada puesta a combatir al imperialismo y consumar las independencias
mancilladas.
La
América a la que Neruda evoca es la que José Martí llamara Nuestra América,
años después de que Bolívar convocara a su unidad;
es la misma sobre la cual Francisco Bilbao advirtiera su condición de peligro
por el deseo lascivo de los Estados Unidos y de las potencias europeas,
como Francia, de apoderarse por completo de sus recursos destruyendo su
belleza y saberes; esa misma América que nuevamente canta por su
libertad y defiende sus proyectos sociales en Cuba, Venezuela, Nicaragua,
México y tantos otros rincones rebeldes más allá incluso de las fronteras
nacionales, donde se extienden los contornos culturales tan frágiles ante
las definiciones. La América de nuestros pueblos labrados en la
cordillera del río humano con la singular partícula de la diversidad, con el
hambre de porvenir que la hace moverse día a día por rumbos desconocidos e
inciertos pero cargados de sueños.
En
el Canto General no fue el único
poemario en donde Neruda habló de América, en realidad, su deseo de libertad
para los pueblos latinoamericanos acompañó sus versos a lo largo de su vida,
para 1952 en Nápoles, Italia, se publicaron Los
Versos del Capitán, obra que durante muchos años permaneció anónima, por su
nacimiento íntimo, en ella, el poema “Pequeña América”, resalta entre el amor
del amante y el deseo corporal, entre las caricias y las tormentas, sus líneas
celebran: “Y así a lo largo de tu cuerpo/pequeña América adorada/las tierras y
los pueblos/interrumpen mis besos/y tu belleza entonces/no solo enciende el
fuego/que arde sin consumirse entre nosotros/sino que con tu amor me está
llamando/y a través de tu vida/me está dando la vida que me falta/y al sabor de
tu amor se agrega el barro/el beso de la tierra que me aguarda”. La América
simbolizada por la amante y viceversa, la tierra añorada durante sus días de
lucha y placer en Europa, el cuerpo tierno ofrendado para el florecer y como la
espiga del trigo que alimenta a los pueblos, Neruda cantó al amor humano y al
sentir de su umbral.
En
las Odas elementales de 1954, puede
leerse la continuación del llamado a la consciencia y a la unidad: “Que
tu voz y tus hechos/América/se desprendan/de tu cintura verde/termine/tu amor
encarcelado/restaures el decoro/que te dio nacimiento/y eleves tus espigas sosteniendo/con
otros pueblos/la irresistible aurora”. Lo cotidiano vuelto fundamente para dar
registro al deseo de asunción, el nuevo nacimiento de los pueblos libres frente
a la aurora que traerá los frutos reverdecidos y expropiados de las manos
usurpadoras, para redituar el presente. El último poema “América,
no invoco tu nombre en vano” de la sección homónima en el Canto General finaliza diciendo: “América, no invoco tu nombre en
vano/Cuando sujeto al corazón la espada/cuando aguanto en el alma la gotera/cuando
por las ventanas/un nuevo día tuyo me penetra/soy y estoy en la luz que me
produce/vivo en la sombra que me determina/duermo y despierto en tu esencial
aurora/dulce como las uvas, y terrible/conductor del azúcar y el
castigo/empapado en esperma de tu especie/amamantado en sangre de tu herencia”:
El
porvenir épico de nuestros pueblos conducido por la esperanza nacida de la
historia común, tiene por nombre maternal el mismo que desde las alturas de las
cordilleras de los andes, los valles estrepitosos de fulgor y las profundas
selvas caudalosas por sus ríos, llamara Neruda a ser conocido y reconocido ante
las negaciones y opresiones vividas, ese nombre común escrito en sus culturas,
sus gentes y pueblos es el que retumba en la obra del poeta chileno, legado
para la humanidad bajo el denominador de América.
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