Rutilio, según Monseñor
Romero, representa un testimonio ejemplar de quien ha unificado, desde la fe
cristiana, evangelización y liberación. Este es el marco para comprender su
vida y su muerte.
"Rutilio Grande", obra de William McNichols |
Carlos Ayala Ramírez / ALAI
Este 12 de marzo se cumplieron
38 años de la muerte de quien ha sido considerado el primer mártir de la
Iglesia salvadoreña y cuya causa de beatificación ha sido sugerida por el
propio papa Francisco. Hablamos del padre Rutilio Grande, asesinado en 1977
junto a dos campesinos: Manuel Solórzano, de 72 años, y Nelson Rutilio Lemus,
de 16. ¿Quién era Rutilio Grande? Veamos cómo lo describe monseñor Romero en la
homilía que pronunció durante las exequias del padre Grande, el 14 de marzo de
1977.
Monseñor Romero mostró
gran pena por cada uno de sus sacerdotes asesinados; y en el caso de Rutilio,
ese dolor caló más hondo por la amistad entrañable que había entre ellos. Las
primeras palabras de su homilía son elocuentes en ese sentido: “Si fuera un
funeral sencillo, hablaría aquí, queridos hermanos, de unas relaciones humanas
y personales con el padre Rutilio Grande, a quien siento como un hermano. En
momentos muy culminantes de mi vida, él estuvo muy cerca de mí y esos gestos
jamás se olvidan; pero el momento no es para pensar en lo personal, sino para
recoger de ese cadáver un mensaje para todos nosotros, que seguimos
peregrinando”. Y en seguida el arzobispo explica cuál es ese mensaje, siguiendo
las enseñanzas de la Exhortación apostólica de Pablo VI, Evangelii nuntiandi,
un texto de suma importancia eclesial, porque en él se plantea cómo evangelizar
considerando las problemáticas y desafíos del llamado mundo moderno.
Pues bien, siguiendo el
espíritu y letra de ese documento, Romero recuerda que ante la angustia de los
pueblos en condiciones de hambre y miseria, la Iglesia tiene el deber de
anunciar la liberación de millones de seres humanos, el deber de ayudar a que
nazca esa liberación, de dar testimonio de ella y de hacer que sea total. Así,
la Iglesia trata de suscitar que cada vez más cristianos se dediquen a la
liberación de los demás. A estos cristianos “liberadores” les da una
inspiración de fe, una motivación de amor fraterno, una doctrina social a la
que no solo deben prestar atención, sino ponerla como base de su prudencia y de
su experiencia para traducirla concretamente en categorías de acción, de
participación y de compromiso. Rutilio, según Romero, representa un testimonio
ejemplar de quien ha unificado, desde la fe cristiana, evangelización y
liberación. Este es el marco para comprender su vida y su muerte.
En vida, enfatiza Romero,
Rutilio fue “un sacerdote, un cristiano que en su bautismo y en su ordenación
sacerdotal ha hecho una profesión de fe: creo en Dios Padre revelado por Cristo
su Hijo, que nos ama y que nos invita al amor. Creo en una Iglesia que es signo
de esa presencia del amor de Dios en el mundo, donde los hombres se dan la mano
y se encuentran como hermanos”. En vida hizo realidad el mensaje de la Iglesia
plasmado en su doctrina social, que dice a todo ser humano “que la religión
cristiana no tiene un sentido solamente vertical, espiritualista, olvidándose
de la miseria que lo rodea. Es un mirar a Dios, y desde Dios mirar al prójimo
como hermano y sentir que todo lo que hicieran a uno de estos a mí lo hacen”.
Y en la muerte de
Rutilio, continúa monseñor, se puso de manifiesto su generosa y total entrega.
“Es significativo que mientras el padre Grande caminaba para su pueblo, a
llevar el mensaje de la misa y de la salvación, allí fue donde cayó
acribillado. Un sacerdote con sus campesinos, camino a su pueblo para
identificarse con ellos, para vivir con ellos”. Y luego una paradoja. Monseñor
Romero, en medio de la persecución y frente al cadáver de Rutilio, anuncia una
esperanza: “Hermanos, salvadoreños, cuando en estas encrucijadas de la patria
parece que no hay solución y se quisieran buscar medios de violencia, yo les
digo, hermanos: Bendito sea Dios que en la muerte del padre Grande, la Iglesia
está diciendo: Sí hay solución, la solución es el amor, la solución es la fe”.
Monseñor Romero, pues,
destaca el carácter liberador del modo de ser cristiano del padre Rutilio. Y lo
hace para que, inspirados en ese amor y en esa fe del protomártir, podamos
también ser cristianos liberadores. Esto es, creyentes proféticos, utópicos y
comprometidos. Tres rasgos cuyos contenidos quedan planteados en una de las
homilías más emblemáticas pronunciadas por el padre Grande en febrero de 1977.
Terminamos recordando algunos fragmentos.
Profecía. “Mucho me temo, mis queridos hermanos y
amigos, que muy pronto la Biblia y el Evangelio no podrán entrar por nuestras
fronteras. Nos llegarán las pastas nada más, porque todas sus páginas son
subversivas. ¡Subversivas contra el pecado, naturalmente! (…) Es ilegal ser
cristiano auténtico en nuestro país. Porque el mundo que nos rodea está fundado
radicalmente en un desorden establecido, ante el cual la mera proclamación del
Evangelio es subversiva”.
Utopía. “Manteles largos, mesa común para todos,
taburetes para todos. ¡Y Cristo en medio! Él, que no quitó la vida a nadie,
sino que la ofreció por la más noble causa. Esto es lo que Él dijo: ¡Levanten
la copa en el brindis del amor por mí! Recordando mi memoria, comprometiéndose
en la construcción del Reino, que es la fraternidad de una mesa compartida, la
eucaristía”.
Compromiso. “Hermanos míos, algunos quieren un dios de
las nubes. No quieren a ese Jesús de Nazaret, que es escándalo para los judíos
y locura para los paganos. Quieren un dios que no les interrogue, que les deje
tranquilos en su establecimiento y que no les diga estas tremendas palabras:
‘Caín, ¿qué has hecho de tu hermano Abel’?”. Este era el sentir del mártir
Rutilio Grande. Que nuestro homenaje sea convertirnos en cristianos
liberadores.
- Carlos Ayala Ramírez es
director de radio YSUCA, El Salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario