Así como el ciclo de
luchas de finales de los 90 y comienzos de 2000 deslegitimó el modelo
neoliberal, sólo un nuevo ciclo de luchas puede volver a modificar la relación
de fuerzas en la región.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Propongo entender la
coyuntura por la que atraviesa Sudamérica como el ingreso de la región en la
situación de caos sistémico que atraviesa el mundo. Postulo que las
manifestaciones del pasado fin de semana en algunas grandes ciudades de Brasil
y el acoso interno y externo que sufre el gobierno de Venezuela encarnan un
salto cualitativo en esa dirección, en la que se despliegan cuatro grandes
fuerzas cuyas fricciones y choques conforman una situación de creciente caos.
La primera frase del
informe Tendencias globales hacia 2030, emitido por el Consejo Nacional
de Inteligencia de Estados Unidos en 2012, destaca que en 2030 el mundo habrá
sufrido “cambios radicales” y que ningún país ostentará la hegemonía global. El
quinto informe de la agencia concluye que el poder se ha desplazado hacia el este
y el sur y que el espacio económico y estratégico asiático habrá superado al de
Europa y Estados Unidos juntos. Estamos en plena transición hacia ese mundo.
Con base en esa
previsión, las élites estadunidenses se aferran al análisis de su principal
geoestratega, Nicholas Spykman. Más de la mitad de su obra America’s
strategy in world politics, publicada en 1942, está dedicada al papel que
debe jugar la potencia en América Latina, y en particular, en Sudamérica. Como
bien lo recuerda el cientista político brasileño José Luis Fiori, la clave es
la separación de una América Latina “mediterránea” del resto, que incluye
México, Centroamérica, el Caribe, Colombia y Venezuela, como una zona donde la
supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada, “un mar cerrado” cuyas
llaves pertenecen a Washington.
El resto de Sudamérica,
los países fuera de la zona de su “inmediata hegemonía”, tienen un trato sólo
parcialmente diferente. Spykman plantea que si los grandes estados del sur
(Argentina, Brasil y Chile) se unieran para contrabalancear la hegemonía
estadunidense, se les debe responder mediante la guerra. Fiori se lamenta de
que los países de la región, y particularmente Brasil, no tengan esto tan claro
como la superpotencia ( Valor, 29/1/14).
La hegemonía estadunidense,
en ambas zonas, está siendo socavada por tres fuerzas: China, los gobiernos
progresistas y los movimientos populares. En conjunto, tenemos cuatro fuerzas
en disputa cuya colisión definirá el escenario latinoamericano por largo
tiempo. De algún modo, representan los papeles que tuvieron españoles (y
portugueses), ingleses, criollos y sectores populares durante las
independencias.
La primera de esas
fuerzas, Estados Unidos, cuenta con poder militar, económico y diplomático,
además de aliados poderosos, como para desestabilizar a quienes se le opongan.
Ciertamente, ya no tiene un poder casi absoluto como el que le permitió
encadenar golpes de Estado para disciplinar la región a su antojo en los años
60 y 70.
La segunda fuerza, China,
está desplegando básicamente poder económico y financiero. Ha realizado fuertes
inversiones en Venezuela, Argentina y Ecuador, mantiene relaciones importantes
con Brasil y Cuba, y adelanta proyectos arriesgados (para Estados Unidos) como
el canal de Nicaragua, que competirá con el de Panamá. El primer Foro
China-CELAC, celebrado en enero en Pekín, es una muestra del avance de las
relaciones chinas con América Latina y anuncia que este proceso no se va a
detener.
La tercera fuerza, los
gobiernos progresistas, es la más vacilante y contradictoria. Por un lado, se
apoyan en los países emergentes, sobre todo China, y en menor medida Rusia. Por
otro lado, se apoyan en el modelo extractivo, que implica alianza con China (y
otros), pero, sobre todo, es un modo de acumulación que fortalece a las
derechas y a las burguesías, así como el modelo industrial fortalecía a
trabajadores, sindicatos y partidos de izquierda.
El rentismo petrolero
venezolano necesita de intermediarios separados de los trabajadores, sean
gestores, administradores o militares. Brasil es un buen ejemplo. El
extractivismo minero/soyero/inmobiliario debilita a los movimientos, le da más
poder y fuerza a las multinacionales y a los especuladores urbanos, a tal
punto que sus más conspicuos representantes están en el gabinete de Dilma
Rousseff. Continuar con el modelo extractivo es un suicidio político. Polariza
a la sociedad y aleja a los sectores populares de las izquierdas. No genera
corrupción: es corrupción, porque se basa en el despojo de campesinos y pobres
urbanos.
Para la cuarta fuerza,
los sectores populares organizados que son el eje de este análisis, el
extractivismo/acumulación por despojo/cuarta guerra mundial es una agresión
permanente a sus modos de vida y sobrevivencia. La gran novedad de los dos
últimos años es que progresivamente se están autonomizando de los gobiernos
progresistas, en gran medida a consecuencia del modelo imperante, que los
condena a ser dependientes de las políticas sociales, afectando su dignidad.
Esas políticas están
perdiendo su capacidad de disciplinar, como quedó demostrado en Brasil en junio
de 2013 y cada vez más en toda la región. Los nuevos-nuevos movimientos que
están emergiendo, sumados a los viejos movimientos que han sido capaces de
reinventarse para seguir en la pelea, están reconfigurando el mapa de las
luchas sociales.
Si los gobiernos
progresistas persisten en su alianza con los emergentes y con franjas de las
burguesías de cada país, seguirán ensanchando la brecha que los separa de los
sectores populares organizados. Los movimientos de los de abajo son la única
fuerza capaz de derrotar el actual ascenso de las derechas y la injerencia
estadunidense.
Así como el ciclo de
luchas de finales de los 90 y comienzos de 2000 deslegitimó el modelo
neoliberal, sólo un nuevo ciclo de luchas puede volver a modificar la relación
de fuerzas en la región. Como demuestra el caso de Brasil luego de junio de
2013, los gobiernos progresistas se muestran temerosos de los movimientos
autónomos y prefieren tejer alianzas con los poderes conservadores.
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