Sabemos que Washington no va a desdecirse y, por
consiguiente, la suerte de la VII Cumbre dependerá de la habilidad de Miguel
Insulza y Luis Almagro ‑‑como secretarios saliente y entrante de la OEA‑‑ y de
la canciller panameña ‑‑anfitriona de la cita‑‑ para reacomodar las piezas desparramadas
y apaciguar el ambiente.
Nils Castro /
Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Temporalmente pareció que lo principal de la
próxima VII Cumbre de las Américas sería el reencuentro entre Cuba y EEUU y sus
consecuencias. Ello le aseguraba una trascendencia de la que esos cónclaves ya carecían.
Sin embargo, el recrudecimiento de la ofensiva de la derecha en Argentina,
Brasil y Venezuela ‑‑donde ella incluso desconoce los recientes resultados
electorales o enturbia los próximos comicios‑‑, así como el abrupto deterioro
de las relaciones entre Washington y Caracas, ahora someten al evento a riesgos
adicionales.
La decisión de la Casa Blanca de declarar que
Venezuela constituye “una amenaza extraordinaria e inusual a la seguridad
nacional” estadunidense relanzó desconfianzas en La Habana y en varias otras
capitales, en la región y ultramar. El canciller Bruno Rodríguez señaló que esa
determinación se tomó “sin fundamento alguno”, que las sanciones son
“arbitrarias y agresivas” y que con esto Washington “ha provocado un daño grave
al ambiente hemisférico en vísperas de la Cumbre”, y advirtió: “Espero que el gobierno de EEUU
comprenda que no se puede manejar a Cuba
con una zanahoria y a Venezuela con un garrote”.
Significativamente, un responsable del Departamento
de Estado dijo que Washington está “decepcionado” con esta reacción, pero que
eso “no tendrá impacto en el avance” de las conversaciones con La Habana, según
la AFP reportó el 16 de marzo. Tal comentario admite que ‑‑pese a toda la
historia transcurrida‑‑ allá aún habían supuesto que Cuba pudiera trocar sus
principios y aliados por una eventual zanahoria. Y, además, que semejante
decisión se tomó sin prever que el rechazo a la declaración del presidente
Obama sería continental, como inmediatamente lo demostraron las resoluciones de
la Unasur y otras organizaciones regionales; esto es, la mayoría de quienes
asistirán a la Cumbre.
¿Qué explica tan inoportuna decisión? Se dice que
buscaba compensar a los halcones del Congreso por las presuntas “concesiones” a
Cuba, o hacerle saber a Latinoamérica que EEUU no aceptará complacer otras demandas
extranjeras. Es inútil especular. Ante las pueriles explicaciones de los (o
las) voceras estadunidenses, sabemos que Washington no va a desdecirse y, por
consiguiente, la suerte de la VII Cumbre dependerá de la habilidad de Miguel
Insulza y Luis Almagro ‑‑como secretarios saliente y entrante de la OEA‑‑ y de
la canciller panameña ‑‑anfitriona de la cita‑‑ para reacomodar las piezas desparramadas
y apaciguar el ambiente.
En última instancia, la fortuna de sus gestiones va
a depender de la responsabilidad de las partes y la autenticidad de los
propósitos que ellas han anunciado. Una buena realización de la Cumbre es del
interés de Cuba y de EEUU para terminar más de medio siglo de barbarie político‑diplomática
‑‑originada por Washington y padecida por el pueblo cubano‑‑. Sin esto la Casa
Blanca no podrá restaurar la credibilidad de sus relaciones con América Latina,
ni Cuba mejorar condiciones para impulsar su proceso de reformas y desarrollo. Lo
que asimismo interesa a los demás países de Latinoamérica y el Caribe, y a sus
socios de ultramar.
Como, a la vez, normalizar relaciones con Venezuela
pasa tanto por implementar la oferta de diálogo entre ambos gobiernos, como por
facilitar la celebración de las próximas elecciones legislativas venezolanas,
sin auspiciar la campaña internacional contra su gobierno ni las actividades de
la oposición violenta que busca un vuelco subversivo y golpista.
Ambos cosas tienen amigos y enemigos activos y las
dos son verificables. La fecha está cerca y los hechos permitirán enjuiciar a
las partes mejor que sus declaraciones.
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