Hoy, solo la fuerza
bruta o la conspiración edulcorada con cínicas apelaciones a la democracia
liberal, parecen ser los únicos recursos con los que cuenta el imperialismo. En
ese clima de decadencia, el presidente estadounidense toma ánimo para aventuras
cuyo desenlace podría ser trágico, una vez más, para nuestra América.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Si Obama leyó Las venas abiertas de América Latina, el libro que le obsequió Hugo Chávez en 2009, solo lo hizo para repetir la historia nefasta del imperialismo en la región. |
Barack Obama está en
carrera abierta contra el tiempo, contra su destino y contra la historia. Su
segundo mandato ya entró en la vuelta final y el cambio prometido al son del yes, we can, sigue siendo un objeto de
estudio para la comunicación política, pero no una realidad constatable, que
llene las enormes expectativas que despertó. Como bien lo dijo el columnista colombiano Héctor
Abad Falcione, con motivo de la derrota republicana en las elecciones
de medio período, “las esperanzas desmedidas y
las grandes ilusiones (todos soñamos con que el primer presidente negro de
Estados Unidos iba a cambiar el mundo) suelen terminar en grandes decepciones”. El mandatario que
hoy recorre los pasillos de la Casa Blanca ha de llevar sobre sus hombros una
pesada carga: esa de no reconocer en el espejo de la realidad continental y
global, los escenarios que su refinada retórica y su equipo de expertos
políticos y de marketing le hicieron augurar en sus discursos y declaraciones
públicos.
Lejos de su optimismo
sobre el liderazgo americano, lo cierto es que los Estados Unidos se
encuentran en un auténtico pantanal, en lo que a política exterior se
refiere, hecho que se advierte, por ejemplo, en el debilitamiento de su hegemonía ante
las reconfiguraciones del mundo multipolar; en el retorno de las fórmulas y
estratagemas de la geopolítica “pura y dura”;
y por supuesto, en la apertura de nuevos frentes de conflicto en África
del Norte, Medio Oriente, Ucrania y hasta Venezuela, en los que no se avizoran
–por ahora- soluciones favorables a Washington.
Hoy, solo la fuerza
bruta o la conspiración edulcorada con cínicas apelaciones a la democracia
liberal, parecen ser los únicos recursos con los que cuenta el imperialismo. En
ese clima de decadencia, el presidente estadounidense toma ánimo para aventuras
cuyo desenlace podría ser trágico, una vez más, para nuestra América. En
concreto, nos referimos a lo que parece ser una suerte de “operación limpieza”, que se ha radicalizado a partir del
enfriamiento de las tensiones diplomáticas con Cuba –decisión que despierta
tantas ilusiones como justificadas sospechas-, y que tiene como objetivos a
Venezuela, Argentina y Brasil: pilares de la nueva integración regional, de los
nuevos equilibrios de fuerzas, y en definitiva, países estratégicos por su
potencial económico y sus recursos energéticos.
Una combinación de
acciones de guerra económica y mediática, de conflictos institucionales entre
los poderes republicanos, y el asedio diplomático permanente, se enmarcan en
esa impúdica concertación entre el gobierno de Obama y la derecha criolla, para “doblar brazos” a varios gobiernos
suramericanos. Aunque estos empeños
desestabilizadores han sido contenidos, en unos caso, y frustrados en otro, el
horizonte de este conjunto de maniobras apunta a la Cumbre de las Américas
2015, que se celebrará en Panamá, y en la que las autoridades estadounidenses
apuestan a encontrar un foro favorable a sus sempiternas aspiraciones de
control bajo la égida ideológica del panamericanismo. Algunos analistas incluso
afirman que esta cita podría ser última oportunidad diplomática de mantener con
vida las instituciones panamericanas, que han sido punta de lanza de la
política imperial en América Latina, pero que ceden terreno progresivamente
frente a la UNASUR o la CELAC.
En la Cumbre de Puerto
España, en 2009, el presidente venezolano Hugo Chávez obsequió a Obama un
ejemplar del libro Las venas abiertas de
América Latina, la obra clásica del uruguayo Eduardo Galeano. Aquel regalo,
tan audaz como oportuno, tenía un propósito bienintencionado: apelar a la
integridad y la conciencia de un hombre culto, que incluso había sido crítico
del intervencionismo militar de su país, para que no se repitiera bajo su
mandato la tragedia del imperialismo en nuestra América. No sabemos si Obama
finalmente leyó o no el libro. Pero, si lo hizo, hoy nos va quedando claro que
la suya fue una vez más la lectura del opresor que se regodea en su poder y su
dominación, y no la del oprimido que descubre la necesidad impostergable de la
liberación.
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