Borges ha escrito que
“el destino, que es ciego a las culpas, suele ser despiadado con las mínimas
distracciones”. El destino no nos castiga por perdonar, pero sí por descuidar
cosas que son básicas para impedir que los males se repitan sin fin.
William Ospina / El Espectador
César Gaviria ha
propuesto que, para hacer posible la paz en Colombia, no sólo se incluya en lo
que llaman la justicia transicional a todos los actores de esta guerra de
cincuenta años, sino a los civiles que de cualquier modo participaron en ella.
Guerrilleros, paramilitares, miembros de la Fuerza Pública, políticos,
empresarios, los que han cometido los crímenes, los que los han custodiado, los
que los han financiado, todos los partícipes del horror van a beneficiarse de
este manto de perdón y olvido que, al parecer, es condición para que la guerra
termine.
La propuesta ha
despertado gran debate y fue hecha para ello. Los protagonistas de esta guerra
quieren impunidad y la necesitan, y ese será el punto en que por fin estén de
acuerdo, en un país donde todo en la política polariza, todo lo unido se divide
y todos los diálogos son de sordos.
Desde lo alto hasta lo
más alto, desde el Gobierno hasta las Naciones Unidas, ha empezado a oírse el
rumor de los que adhieren a la propuesta y ven en ese acuerdo de punto final,
en esa amnistía a la medida, el camino viable a la paz. Y es muy posible que
tengamos que pasar por ese arco del triunfo de la impunidad. Pero el doctor
Gaviria sólo tiene la mitad de la razón, y es que la justicia tiene por lo
menos dos caras.
Muchos se oponen a esa
paz sin castigos, sin tribunales, sin cárceles, a ese cósmico archivo de los
procesos de una guerra de medio siglo. Afirman que con ella se repetiría fatalmente
el sainete del Frente Nacional, que hace medio siglo puso fin a la guerra
anterior garantizando la impunidad de los dos partidos que habían predicado,
patrocinado y perpetrado todos los delitos. Sostienen que esa impunidad fue la
causa de la guerra siguiente, que cuando los crímenes no son castigados se
están creando las condiciones de un nuevo baño de sangre. Que es la justicia,
el castigo, lo que hace que los crímenes no se repitan.
Pero lo que hizo que el
Frente Nacional engendrara todas las violencias siguientes no fue la falta de
castigo de los crímenes, no fue la amnistía general, sino que se fingiera la
instauración de un país nuevo dejando en pie todas las injusticias, todas las
exclusiones y todas las vilezas que habían dado origen a la violencia.
El Frente Nacional fue
una solución para los dos partidos degradados por la barbarie, pero no fue una
solución para el país. La impunidad que logró garantizó la paz para los
partidos, y por muy breve tiempo para la gente, pero engendró todas las guerras
siguientes: la de las guerrillas, porque no resolvió los problemas del campo;
la de la delincuencia común, porque no creó empleo, ni protegió el trabajo, ni
favoreció la vida de los millones de campesinos expulsados a las ciudades; la
de los narcotraficantes y las otras mafias, porque cerró las puertas a toda
promoción social y a toda iniciativa empresarial; la de la corrupción, porque
convirtió la política en un maridaje de burócratas, sin que la comunidad
pudiera controlar nada; la del paramilitarismo, porque gradualmente permitió
que el Estado desamparara a los ciudadanos y que la Fuerza Pública se aliara
con el crimen.
Nada de eso es fruto
del perdón, porque la verdad es que las cárceles nada corrigen. Si las cárceles
y la severidad del castigo corrigieran los males de la historia, Colombia sería
el país más pacífico del mundo, porque aquí no se le niega cárcel a nadie; las
prisiones, que aquí son infiernos despiadados, están tan llenas que parece que
los peores delincuentes no caben en ellas por física falta de cupo, y nada se
ha corregido en los últimos 200 años.
Nada corrigió la pena de muerte, ni el cepo,
ni las torturas de Rojas Pinilla, ni los consejos de guerra del Frente Nacional
contra los estudiantes, ni las torturas de Turbay, ni la interminable retahíla
de una justicia meramente formal que exige a los ciudadanos respetar la ley,
pero nunca exigió a la ley respetar a los ciudadanos.
Si el castigo trajera
la paz, estaríamos navegando en mares de dicha, porque ningún país ha sido más
castigado que Colombia.
Aquí lo que hace falta
es la justicia que previene los males, no la que los castiga. Y esa justicia no
le interesa al doctor Gaviria, que destruyó la industria nacional para
favorecer el triunfo arrasador del mercado, ni al doctor Uribe, que le vendió
medio país a las transnacionales, ni al doctor Santos, que fue la mano derecha
de Uribe antes de ser la encarnación de todas las virtudes y ahora está
vendiendo a las multinacionales la otra mitad, y sólo piensa en negociar con
las guerrillas para tener libre el camino para feriar los dos grandes
atractivos que le quedan a Colombia: la megadiversidad de los suelos y la mano
de obra barata que tanto codician los extractores de riquezas.
No, no es la amnistía
general lo que impedirá la paz. La amnistía general, si no niega la verdad y la
reparación, podría favorecerla. Lo que impedirá la paz es el eterno egoísmo de
nuestros dirigentes, que sólo se entusiasman con la paz cuando les conviene,
cuando les parece un buen negocio, pero dejan en pie todas las injusticias y
todas las degradaciones, en un país que es un hondo pozo de dolor para millones
de seres humanos.
Fueron los dueños
inflexibles de la guerra durante décadas, y perseguían al que hablara de paz, y
ahora son los dueños inflexibles de la paz, y no dejan que nadie más entre en
el libreto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario