Si alguien no se ha dado cuenta que vivimos en medio de profundas
transformaciones de la política, basta mirar el viaje del presidente Obama a
Cuba y Argentina para que cambie de opinión.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Aunque resulte paradójico, mientras en la Cuba socialista, el mandatario
estadounidense fue “bienvenido por el Gobierno de Cuba y su pueblo con la
hospitalidad que los distingue” y fue “tratado con toda consideración y
respeto, como Jefe de Estado”, tal como anticipó el diario “Granma” órgano
oficial del Partido Comunista de Cuba en una editorial publicado el pasado 8 de
marzo, en la Argentina de gobierno ultra neoliberal y represivo, el patrón de
la Casa Blanca, fue recibido con muestras de repudio, manifestaciones y marchas
en contra de su presencia el día que se
conmemoraban 40 años de la entronización de la más horrenda dictadura que haya
sufrido el país austral en su historia. Junto con recordar a los alrededor de
treinta mil desaparecidos que produjo el gobierno represor, auspiciado y
apoyado por Estados Unidos, los argentinos, -sin olvidarlo- quemaron banderas
de ese país e imágenes del propio Obama, quien se refugió en un insulso acto
organizado por el presidente argentino Mauricio Macri, que solo presenciaron
funcionarios de ambos gobiernos y algunos invitados especiales, ninguno de los
cuales -probablemente- tuvo un familiar entre las víctimas de la dictadura.
Muchos se preguntarán porque es posible que pueda ocurrir un hecho tan
contradictorio en las antípodas ideológicas de nuestra región. Tal vez, la
explicación sea que el pueblo cubano y su gobierno actúan como un todo, y que
el primero entrega plena representación y confianza a sus autoridades para que
manejen esta compleja relación con Estados Unidos, sobre todo en la nueva
situación creada a partir del 17 de diciembre de 2014. Igual, eché de menos al
pueblo cubano, ordenada y respetuosamente como siempre ha sido, en las calles
de La Habana, exigiéndole a Obama el fin del bloqueo y la devolución de la base
de Guantánamo, de la misma manera que lo hacemos en todos los países de América
Latina, cuando somos convocados para ello y expresamos nuestro solidario apoyo
a las justas reivindicaciones del pueblo cubano.
Por el contrario, en Argentina, no hay conjunción del pueblo con el
gobierno, más allá que éste tenga los votos de aquél. Tal incongruencia, sobre
todo cuando se produce en momentos de franco ataque conservador contra los
gobiernos democráticos y anti neoliberales de América Latina, entraña solo una
de las tantas contradicciones de la política actual en la región y una de las
múltiples preguntas que muchas personas se hacen, cuando tratan de entender la
situación política que se vive desde hace unos meses.
Resulta que no hay nada más falso que suponer que la democracia, tal
como está hoy concebida en América Latina es el súmmum de la libertad, la
igualdad y la fraternidad que preconizó la revolución burguesa de Francia en
julio de 1789. La libertad de los mercados para imponer comportamientos
económicos en beneficio de la minoría, no ha sido capaz de generar la igualdad
proclamada, América Latina y el Caribe es el continente más desigual del
planeta según el coeficiente de Gini, ideado precisamente para medir tal
índice. Así mismo, lejos de la fraternidad pregonada, lo que florece son
sociedades de consumo, en las que el valor de las personas se mide por la
acumulación de bienes que ha podido conseguir, por el individualismo y falta de
espíritu colectivo.
La pregunta entonces, es por qué si esto es así, los sectores
reaccionarios y retrógrados siguen ostentando el poder y tienen capacidad para
revertir su posesión por fuerzas políticas opuestas o distintas. La explicación
está en la propia concepción de la democracia que la sustenta, creada
precisamente por la burguesía, para perpetuarse en el poder. La falsa
suposición de que el poder reside en la administración del Estado, no en la
propiedad de los medios de producción ha conducido a no pocos errores en la
conducción de aquellos gobiernos que han impulsado políticas anti neoliberales
en el pasado reciente. Por supuesto, llegar ahí, crea superiores condiciones
para avanzar mejor y más rápido hacia la transformación de la sociedad, pero
solo si las cosas se hacen bien. En ese sentido, la llegada al gobierno no es
un fin, es solo el punto de partida como lo entendió perfectamente el
Comandante Fidel Castro con su preclara visión de futuro, el 1° de enero de
1959 en el parque Céspedes de Santiago de Cuba: “La Revolución empieza ahora,
la Revolución no será una tarea fácil, la Revolución será una empresa dura y
llena de peligros…”. Pero, reitero, hay que hacer bien la tarea.
Como ha quedado demostrado, la llegada al gobierno, no es un cheque en
blanco que el pueblo entrega para que en su nombre se haga cualquier cosa,
porque cuando es así, solo se está copiando aquello que durante siglos, durante
muchos años, el pueblo y los revolucionarios han reclamado como prácticas que
deben ser desterradas, entonces la pregunta es, cómo desprenderse de la
democracia representativa si se ha llegado al poder a través de ella.
No es un secreto, ni está al margen de la ley, solo se trata de que la
democracia además de representativa, sea efectivamente participativa en la que
el pueblo organizado tenga el principal papel protagónico. La alianza
estratégica debe ser con el pueblo, con otros sectores de la sociedad, solo se
hacen alianzas tácticas para avanzar en determinados momentos, los pueblos
hacen pagar caro el olvido de esta máxima. En Cuba, no lo han olvidado y 57
años después, Obama ha tenido que reconocer que no se enfrentaba solo a “los
Castro”, sino a un pueblo enhiesto que a pesar de errores y reveses, apoya mayoritariamente
a su gobierno.
Así, observamos otra paradoja en la realidad reciente de América Latina,
la izquierda aparece como la más férrea defensora de la democracia burguesa, ha
costado tanto conquistarla, que se ha olvidado cambiarla, mientras que la derecha
que aprecia que la misma ha dejado de servirle, se…defeca impolutamente en
ella, (como si fuera posible hacer esto). De esta manera, el Estado de derecho,
la independencia de poderes, los períodos electorales, el respeto al voto
popular y otras linduras, son sencillamente pasadas a llevar cuando no sirven a
los designios del poder. Pareciera que la sangre de Salvador Allende, -firme y
convenido defensor de la democracia representativa, pero que no vaciló en tomar
las armas cuando la oligarquía y los militares la aplastaron y mancillaron-
hubiera sido derramada en vano.
De la misma manera, parece que obviamos el papel de los grandes medios
de comunicación que hoy ejercen la función de ser el principal partido político
de la derecha. Hay banalidad, superficialidad y hasta mediocridad en algunos
casos en la construcción de políticas comunicacionales, mientras se sigue
aferrado a métodos caducos y retrógrados que incluso expresan subestimación por
la inteligencia del pueblo. Y hoy, son los medios de comunicación los que ganan
las batallas. ¿Quién puede explicar que el presidente Evo Morales pierda el
referéndum de reforma de la Constitución y dos semanas después las encuestas le
den 58% de popularidad? Es verdad que la brutal campaña de desprestigio del presidente
jugó su papel, pero también es verdad que la derecha se ha adueñado del
concepto de cambio y poco o nada se ha hecho para revertirlo. Ahora resulta que
las fuerzas conservadoras son portadoras del cambio, eso es un gran
contrasentido hasta gramáticamente. Pero, se subestimó su potencial y el
peligro que eso significaba. Al presidente Evo Morales se le impidió postularse
nuevamente a las próximas elecciones, pero se olvida que el Presidente
Roosevelt fue reelegido tres veces cuando se necesitaba de la continuidad y
fortaleza de un gobierno en Estados Unidos durante la segunda guerra mundial.
Finalmente, el tema de la corrupción, tan combatida y repudiada por la
izquierda en los gobiernos del pasado, por ser expresión de valores burgueses
que debían ser exterminados. Era característico que los líderes revolucionarios
vivieran dignamente pero de forma modesta, era un orgullo mostrarlo y expresión
de respeto de las jóvenes generaciones que veían como sus jefes predicaban con
el ejemplo. Era la única forma de ser superiores al enemigo que se enfrentaba,
más poderoso financiera, económica y militarmente. Solo el sustento de valores
superiores, daba la fuerza para enfrentar y vencer a un adversario por muy
poderoso que fuera. La pérdida de esa fortaleza crea no solo debilidad, también
desmoralización, dando posibilidades a la penetración de la ideología que
glorifica el consumo y el individualismo.
Estos olvidos se manifiestan en votos, pero sobre todo expresan la
necesidad de reflexionar para encontrar los errores cometidos. En Cuba y
Argentina, los pueblos han demostrado mantenerse en pie de lucha. No es culpa
de ellos, el imperio intentará siempre retrotraer los procesos de
transformación, el papel subjetivo, el de la organización y los líderes, son
los decisivos en la América Latina de hoy.
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