Los enormes aparatos
creadores de ideología que bombardean día y noche las mentes humanas por todos
los rincones del planeta se están volviendo disfuncionales. La civilización
moderna aparece cada día como una gigantesca maquinaria dedicada a la doble
explotación que realiza una minoría de minorías sobre el trabajo humano y el
trabajo de la naturaleza.
Víctor M. Toledo /
LA JORNADA
“Nosotros cantaremos a
las grandes masas agitadas por el trabajo, por el placer o por la revuelta:
cantaremos a las marchas multicolores y polifónicas de las revoluciones en las
capitales modernas, cantaremos al vibrante fervor nocturno de las minas y de
las canteras, incendiados por violentas lunas eléctricas; a las estaciones
ávidas, devoradoras de serpientes que humean; a las fábricas suspendidas de las
nubes por los retorcidos hilos de sus humos; a los puentes semejantes a
gimnastas gigantes que husmean el horizonte, y a las locomotoras de pecho
amplio, que patalean sobre los rieles, como enormes caballos de acero
embridados con tubos, y al vuelo resbaloso de los aeroplanos…” Esto y más
escribió Filippo Tommaso Marinetti (1867-1944) en su Manifiesto futurista de
1909, y acaso esta proclama, capte y refleje como nada ese impulso nunca visto
en la historia humana con que el capital se lanzó de lleno a la
industrialización imparable, ya recién descubierto el petróleo, su fórmula
secreta.
El maravilloso mundo que
se avecinaba para la humanidad a inicios del siglo XX, mediante la innovadora
combinación de capital, petróleo y tecnología, se vio, sin embargo, casi de
inmediato interrumpido por su sentido inverso. Y esos tres supuestos pináculos
del progreso, el confort y la vida convertida en sueño, se utilizaron en cambio
para la destrucción masiva, la magnificación de la fuerza y el genocidio nunca
visto en la historia del planeta Tierra. La relativa era pacífica que surgió
con la posguerra volvió a animar por medio siglo las expectativas de un futuro
lleno de plenitudes fincadas en el mercado, las innovaciones científico
tecnológicas y el uso de los combustibles fósiles (petróleo, gas y uranio),
especialmente tras la caída de la Unión Soviética, la otra cara de la
civilización industrial, convertida en el bastión mundial de una quimera
colectivista que se volvió un infierno. El capitalismo entraba de lleno como la
única opción de una civilización tecnocrática y materialista basada en el
individualismo, la competencia, la corporación, el confort, el consumismo y una
necia necesidad de dominar y explotar la naturaleza. El mejor de los mundos
posibles. Marinetti renacía de sus cenizas.
Hoy, Los papeles de
Panamá culminan, son el último eslabón de una cadena de sucesos que tras
casi una década colocan las ilusiones del capital en pleno descrédito. Toda
civilización se mueve en el tiempo, a través de la historia, en la medida en
que es capaz de mover la imaginación de los individuos en torno a expectativas
de vida. La falsa conciencia opera entonces como el mecanismo que mueve las
energías individuales, las cuales, articuladas, generan los procesos
societarios que hacen que las sociedades se muevan. El capitalismo ha sido el
motor de la civilización moderna o industrial y sus fuegos artificiales, luces
y luminarias los impresionantes avances tecnoeconómicos y el bienestar y confort
que ofrecen. Pero cada vez queda más al descubierto una realidad distinta. La
fórmula por la que apuesta el capitalismo no sólo se queda corta, sino que da
señales de fatiga, decadencia y aun de ineficacia y perversidad. Los enormes
aparatos creadores de ideología que bombardean día y noche las mentes humanas
por todos los rincones del planeta se están volviendo disfuncionales. La
civilización moderna aparece cada día como una gigantesca maquinaria dedicada a
la doble explotación que realiza una minoría de minorías sobre el trabajo
humano y el trabajo de la naturaleza.
Una explotación que se
adereza, oculta, desvanece, maquilla e incluso justifica por todos los medios
posibles. El capitalismo no sólo no cumple con las expectativas de bienestar,
equidad, justicia, seguridad y democracia que siempre pregonó, sino que a los
ojos de los ciudadanos del mundo aparece como un mecanismo indetenible que
parasita y depreda. En este nuevo panorama el Estado va quedando al descubierto
como la instancia dedicada a defender, legitimar, justificar o imponer los
intereses del capital corporativo, en el brazo al servicio de la concentración
y acumulación de riquezas. Las figuras de los grandes plutócratas, que
idealizan y alaban revistas, programas de televisión, películas y medios
digitales e impresos, desde Walt Disney o Henry Ford hasta Steve Jobs, Bill
Gates o Carlos Slim, se van desplomando y sustituyendo por los cientos de
empresarios corruptos en pleno contubernio con criminales y mafias políticas.
El mercado, concebido como la vara mágica de la innovación, el desarrollo y el
progreso, se va delineando por la fuerza de los hechos en un escenario brutal
de competidores sin escrúpulos o corruptos y en un inexorable perfeccionamiento
de los monopolios. El mundo se ha ido convirtiendo en un gran casino y el
devenir del mismo en una guerra despiadada entre el capital y el Estado de un
lado y la humanidad y la naturaleza del otro.
El mundo ficción que ha
construido el capital se resquebraja. Antes de Los papeles de Panamá aparecieron
la gran crisis financiera de 2008 y el rescate de los bancos quebrados con los
impuestos de los ciudadanos, el espionaje masivo, el lavado de dinero, las
trampas de VKW y los actos corruptos de reyes, presidentes, primeros ministros,
cardenales y obispos, magnates y ejércitos, la comprobación científica de la
inequidad social y económica, la megaconcentración de las riquezas, la
injusticia agraria mundial, la depredación despiadada de la naturaleza, el
peligroso desequilibrio del ecosistema global y los cambios del clima, el gasto
bélico y la amenaza nuclear. La tecnología, el petróleo y el mercado conducidos
por la racionalidad del capital han creado un mundo más, no menos, peligroso e
injusto. Quedan de testimonios irrefutables los datos duros derivados de
estudios. Los 62 seres más ricos del mundo (de los cuales sólo nueve son
mujeres) poseen una riqueza igual a la de 3 mil 600 millones de otros miembros
de la especie (Oxfam Internacional), situación que se agravó entre 2010 y 2015.
Por otra parte, tres investigadores suizos develaron, tras el análisis de la
base de datos ORBIS 2007, que lista 37 millones de empresas, que un grupo de
solamente mil 318 corporativos y bancos domina la mayor parte de la economía
mundial (New Scientist, 19/10/2011). Ello mientras, tras dos décadas de
reuniones mundiales, no se logra detener el calentamiento del planeta que la
triada mercado/tecnología/petróleo, la civilización moderna, ha generado.
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