Nuestra América cuenta
hoy en día con el valioso aporte de un ambientalismo socialmente vigoroso y de
creciente riqueza teórica, en desarrollo de la década de 1980 – esto es, desde
el momento de origen de nuestra crisis- a nuestros días.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para Rafael
Colmenares, en su Bogotá
Nuestra América, junto
al resto del Planeta, atraviesa por una crisis prolongada, en la que se
combinan una crecimiento económico incierto, una inequidad social persistente,
una degradación ambiental constante, y un deterioro sostenido de la
institucionalidad de la mayoría de sus Estados nacionales. Esta situación
general se expresa en lo particular de nosotros, por las consecuencias devastadoras
de economías dependientes de la extracción y exportación masiva de recursos
naturales, desde hidrocarburos y metales hasta la fertilidad de sus suelos
agrícolas, y aun de sus atractivos naturales y culturales, agravadas por la
huella ambiental de procesos de urbanización desordenados en los que hoy se
encuentra inmerso el 70% de nuestra población.
En estas
circunstancias, nuestra América cuenta hoy en día con el valioso aporte de un
ambientalismo socialmente vigoroso y de creciente riqueza teórica, en
desarrollo de la década de 1980 – esto es, desde el momento de origen de
nuestra crisis- a nuestros días. De esa riqueza da fe lo que va de la
publicación de la antología Estilos de
Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, editada por los chilenos
Osvaldo Sunkel y Nicolo Gligo, a la de la Encíclica Laudato Si’, del Papa Francisco, primer Pontífice latinoamericano,
para citar dos ejemplos de especial relevancia.[1]
Hoy, el desarrollo de
ese ambientalismo transcurre en una circunstancia que no deja de recordar
aquella descrita por José Martí hacia 1881, cuando en el liberalismo
hispanoamericano, hecho Estado tras las Guerras de Reforma de mediados del XIX,
se enfrentaban ya tendencias democráticas y oligárquicas. “Estamos en tiempos
de ebullición”, decía, “no de condensación; de mezcla de elementos, no de obra
enérgica de elementos unidos”. Y culminaba así la idea:
Están
luchando las especies por el dominio en la unidad del género.[…] Las
instituciones que nacen de los propios elementos del país, únicas durables, van
asentándose, trabajosa pero seguramente, sobre las instituciones importadas,
caíbles al menor soplo del viento. Siglos tarda en crearse lo que ha de durar
siglos. Las obras magnas de las letras han sido siempre expresión de épocas magnas.
Al pueblo indeterminado, ¡literatura indeterminada! Mas apenas se acercan los
elementos del pueblo a la unión, acércanse y condénsanse en una gran obra
profética los elementos de su Literatura.[2]
Tres parecen ser las
tendencias que hoy animan el desarrollo de nuestra cultura ambiental. Una, a la
que cabe llamar liberal, se orienta
sobre todo a tareas de conservación del patrimonio natural en el marco del
orden social y económico vigente. En su actividad, presta especial atención al
desarrollo y el cumplimiento de las normativas legales y los acuerdos
internacionales correspondientes esas tareas; a la educación ambiental y, en
una medida creciente, al fomento de los llamados negocios “verdes”.
Su base social
fundamental se encuentra en profesionales de capas medias, residentes en áreas
urbanas, que a menudo cuentan con una valiosa formación académica y experiencia
de trabajo en sus campos de interés. Su forma básica de organización consiste
en asociaciones vinculadas a la atención de problemas correspondientes a los
intereses de sus integrantes, las cuales mantienen relaciones más o menos laxas
entre sí, y con organismos internacionales afines a sus campos de interés. No
mantienen relaciones orgánicas con sectores o movimientos populares, y cuando
lo hacen éstas suelen tener un carácter vertical, de dirección y acompañamiento
antes que de colaboración entre iguales. Sus disciplinas principales de apoyo
son la ecología de la conservación y el derecho ambiental, y sus ámbitos
mayores de relacionamiento están en las Organizaciones No Gubernamentales de
ambiente y desarrollo, y organismos internacionales afines.[3]
Una segunda tendencia
procura dar expresión y sistematizar las experiencias que surgen de las luchas
de resistencia popular a la transformación del patrimonio natural en capital
natural – la llamada “acumulación por desposesión” – que resulta de la
expansión de las prácticas extractivistas que sustentan el modelo de desarrollo
vigente en la región. Esta tendencia neo
populista (en el sentido ruso de neonarodniki, término felizmente creado
por Joan Martínez Alier), se orienta sobre todo a tareas de acompañamiento
solidario a ese ambientalismo popular. Su base social fundamental se encuentra
en sectores intelectuales y estudiantiles que han roto con el liberalismo y con
el marxismo leninista.
Su horizonte de
referencia se sostiene en la noción de una crisis de civilización que debe ser
enfrentada mediante el fomento de comunidades de gran autonomía política,
integradas por pequeños propietarios y organizaciones cooperativas dedicados a
la producción de valores de uso, de bajo impacto ambiental. Sus disciplinas
principales de apoyo son la ecología política, la economía ecológica y la
teología de la naturaleza – como tendencia a su vez de la teología de la
liberación-, y sus ámbitos mayores de relacionamiento se ubican en movimientos
campesinos de resistencia a la acumulación por expropiación, y en comunidades
sociales y académicas urbanas de crítica y resistencia al extractivismo.
Cabe mencionar, por
último, a una tendencia aún heterogénea que se vincula sobre todo al análisis
de la crisis ambiental en nuestra América como expresión y elemento activo de
aquella otra, más amplia, que aqueja a lo que algunos llaman la ecología mundo creada por el capitalismo
en su desarrollo desde el siglo XVI y, sobre todo, desde el XIX. Esta tendencia
– que hasta hoy carece entre nosotros de un término adecuado para designarla -
opera en una perspectiva que tiene como referentes a autores como Carlos Marx e
Immanuel Wallerstein.[4]
Su base social está integrada por académicos e investigadores que a menudo
carecen de vinculaciones políticas directas con movimientos sociales, aunque
mantienen una presencia creciente en el debate ambiental. Sus disciplinas
principales de apoyo son la historia ambiental – que en este caso enfatiza la
dimensión ambiental del proceso de desarrollo del moderno sistema mundial - y
la economía ambiental, con especial referencia al concepto de metabolismo
social en su elaboración marxiana.
No podemos saber aún
cómo será la cultura ambiental que resulte de las interacciones y
contradicciones entre estas tendencias en los años por venir. Cada una de ellas
tiene elementos de gran importancia que aportar a ese resultado. Nuestro
ambientalismo liberal, por ejemplo, ha sabido resaltar la importancia de los
problemas asociados a la legalidad y la institucionalidad, y al papel de las
ciencias naturales en la fundamentación de las políticas ambientales.
El ambientalismo de
inspiración popular destaca por su compromiso con una democracia sustentada en
la participación organizada de los pobres del campo y de la ciudad; resalta la
primacía del valor de uso sobre el valor de cambio, de la solidaridad sobre la
competencia entre iguales, y del cuidado de la naturaleza y de nuestros
semejantes sobre la explotación y el despilfarro. Y quienes practican un
abordaje de nuestros problemas ambientales desde los procesos de formación y
las transformaciones del mercado mundial capitalista como ámbito de relación de
nuestra especie con la biosfera de la que formamos parte contribuyen sin duda a
resaltar la historicidad de la crisis que encaramos y el dilema político mayor
que ella nos plantea: la necesidad de construir sociedades distintas si
aspiramos a crear un ambiente diferente, capaz de sostener el desarrollo futuro
de nuestra especie, hoy amenazada de extinción.
Boquete, Panamá, 27 de abril de 2016
[1] Estilos de
Desarrollo y Medio Ambiente en América Latina, selección de O. Sunkel y N. Gligo. Fondo de Cultura
Económica, El Trimestre Económico, No. 36, 2 tomos. México, 1980.
Carta Encíclica Laudato Si’ del Santo Padre Francisco
sobre el cuidado de la casa común. http://w2.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20150524_enciclica-laudato-si.html
[2] Cuadernos de Apuntes,
5 (1881). Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975.
XXI, 164.
[3] Para Carmelo Ruiz Marrero, por ejemplo, se trataría aquí de “un ambientalismo keynesiano, la idea de que el
estado es el garante del desarrollo sustentable y la protección del ambiente y
los recursos naturales”, que habría tomado cuerpo desde los Estados Unidos a partir
de las manifestaciones del primer Día de la Tierra, en 1970. Para la década de
1990, agrega, “esta doctrina fue empujada a un lado por el ambientalismo
neoliberal, el cual postula que el estado no es más que un estorbo y que sólo
la empresa privada y mercados libres pueden proteger el ambiente.” “El Día de la
Tierra: Entre el ambientalismo keynesiano y la ecología revolucionaria”, http://www.alainet.org/es/articulo/176954, 22 / 04 / 2016
[4] Así, por ejemplo:
Burkett, Paul (1999): Marx and Nature. Haymarket
Books, Chicago, Illinois, 2014; Foster, John Bellamy (2000): La Ecología de Marx. Materialismo y
naturaleza. El Viejo Topo, España, 2004, y Moore, James W.(2015): Capitalism in the Web of Life. Ecology and
the accmulation of capital. Verso, London, y “La Naturaleza y la Transición del Feudalismo al
Capitalismo”. Review, XXVI, 2, 2003, 97-172 . [Traducido de “Nature and the Transition from
Feudalism to Capitalism.”]
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