La emergencia del Frente Amplio, agrupación de fuerzas con una clara
vocación de izquierda, encabezado por
Veronika Mendoza y su irrupción como tercera fuerza política del país, logrando
la sumatoria de organizaciones de izquierda y movimientos regionales, es
expresión de la construcción de la base más potente de la izquierda peruana en
los últimos 20 años.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El
devenir político de Perú en tiempos recientes, viene a confirmar la tradición
histórica de un país que ha desarrollado su acontecer anclado en una clase
política conservadora, reaccionaria y retrógrada que tiende a las dobles caras
y la traición como método desde que San Martín y Bolívar fueran adalides de su
independencia, y daba sus primeros pasos como república independiente.
En
particular, los últimos 25 años han configurado gestiones gubernamentales de
mandatarios que han hecho campaña electoral con un discurso y gobernado con
otro totalmente opuesto. Han sido los casos de Alberto Fujimori (1990-2000),
Alejandro Toledo (2001-2006), Alan García (2006-2011) y el de Ollanta Humala
comenzado en 2011 y que cuenta sus últimos días. Pero, hay una línea conductora
entre todos estos gobiernos, que caracterizan y fijan la dinámica política del
país: la aplicación del modelo
neoliberal que ha generado un gran crecimiento económico a partir de la entrega
de la riqueza del país a las transnacionales, sin que esto signifique una
mejoría en las condiciones de vida de la mayoría de la población, profundizando
las diferencias y el abismo entre ricos y pobres.
Alberto
Fujimori, fue elegido presidente en 1990, pero gobernó de facto desde 1992
cuando cerró el Congreso Nacional, asumiendo plenos poderes que lo llevaron
incluso a rehacer el Poder Judicial para edificar uno a su medida. Ya en el año
en que inició su mandato, siguiendo
recomendaciones del Fondo Monetario Internacional aplicó una política de shock,
que significó la restructuración de precios, lo cual le permitió controlar la
inflación a cambio de una gran devaluación con la consabida pérdida del poder
adquisitivo de los sectores más humildes. Fue el comienzo de la aplicación de
medidas neoliberales, que le dieron todo el poder al mercado, apartando al
Estado de su rol de contralor de la gestión económica. En esa medida, el plan
fujimorista de estabilización de la economía generó grandes réditos al gran sector empresarial, a
costa del despido masivo de trabajadores y empleados públicos y la
liquidación de la protección a la
industria nacional en favor de los consorcios extranjeros.
Todo
esto, en un marco de represión generalizada y violación de los derechos humanos
que incluyó las masacres de los Barrios Altos, Santa y La Cantuta, entre otras
y en las que fuerzas militares ilegales al servicio del gobierno y actuando con
total impunidad protagonizaron asesinatos masivos. Así mismo, Fujimori fue
acusado de esterilizaciones ilegales masivas. En noviembre de 2000, tras la
divulgación de grandes escándalos de corrupción para ganar su tercera elección,
sospechas de tráfico de armas, y soborno a parlamentarios, Fujimori, renunció
al cargo de presidente de la República desde Japón. Viajó a Chile donde fue
detenido y extraditado a su país, enjuiciado en 2009 y condenado a 25 años por
las masacres de los Barrios Altos y La Cantuta. Posteriormente, también fue
condenado a siete años y medio más de prisión por corrupción.
Su
sucesor, Alejandro Toledo dio continuidad a la aplicación de políticas
macroeconómicas de liberalización de la economía y apertura al capital
extranjero. A pesar de haberse comprometido en su campaña electoral a no vender las empresas energéticas,
privatizó dos grandes compañías de ese rubro provocando grandes huelgas y
manifestaciones en contra que provocaron el fin de su primer gabinete y la
caída de la popularidad hasta 7%. Su dudosa moralidad y respetabilidad en hechos de conocimiento público han
generado un gran rechazo hacia su figura.El
intento de regresar a la presidencia en 2011 y en 2016 ha finalizado con
un abrumador rechazo de los peruanos.
El
segundo gobierno de Alan García iniciado en 2006, dio continuidad a las
políticas iniciadas por Fujimori, dando especial realce al favorecimiento de la
inversión extranjera, los intentos de inserción de Perú en los grandes mercados
mundiales y la firma de tratados de libre comercio. En octubre de 2008, estalló
un escándalo de corrupción que involucraba a altos funcionarios de su gobierno,
siguiendo también una práctica ya común en tiempos recientes.
García
vivió grandes protestas sociales en contra de la implementación de gigantescos
proyectos mineros que daban imponentes beneficios a las empresas
transnacionales sin que ello significara cambios sustanciales en las
condiciones de vida de las comunidades, generándose además prácticas abusivas
de depredación del medio ambiente sin que el gobierno estableciera controles en
ese sentido. García abandonó el gobierno en un marco de desprestigio absoluto
que lo llevó a obtener una ínfima votación en las elecciones de este domingo
cuando pretendía volver al Palacio de Pizarro.
Hechos
similares, han ocurrido con el feneciente
gobierno de Ollanta Humala, surgido en medio de grandes expectativas de
cambio dado el renovador discurso utilizado en su campaña, razón por lo cual la
decepción de los electores ha sido potencialmente superior. Nada cambió, la
aplicación de medidas neoliberales, la represión de la protesta popular y las
acusaciones de corrupción que incluso involucran a su propia esposa,
invalidándola en sus deseos de acceder a la primera magistratura, dan
continuidad a una tendencia que como se dijo al inicio tiene su origen en el
año 1990. En todo este período, el gobierno de Humala tal vez sea el que pasará
a la historia con la menor trascendencia, dada su gestión mediocre y su
impronta de traición a los intereses populares que prometió defender.
Este
contexto histórico antecedió las elecciones de ayer, domingo 10 de abril, los
resultados auguran que el próximo presidente peruano, dará continuidad a las
políticas neoliberales, profundizando la relación de dependencia del país a los
grandes centros de poder mundial, sin que se vayan a tomar medidas reales
encaminadas a superar los altos niveles de pobreza sobre todo en las regiones
agrícolas y de producción minera.
Sin
embargo, un novedoso y alentador hecho ha marcado la política peruana en la
elección reciente. La emergencia del Frente Amplio, agrupación de fuerzas con
una clara vocación de izquierda, encabezado por Veronika Mendoza y su irrupción
como tercera fuerza política del país, logrando la sumatoria de organizaciones
de izquierda y movimientos regionales es expresión de la construcción de la
base más potente de la izquierda peruana en los últimos 20 años. El liderazgo
de esta muy joven psicóloga y congresista ha logrado generar dirección al
movimiento y un reconocimiento a su
capacidad de conducción, lo cual, siembra una raíz muy sólida en la
política peruana de cara al futuro.
Verónika
Mendoza logró establecer una fuerte comunicación con los sectores del sur
andino, el más afectado y golpeado por las prácticas neoliberales. Sin haber
podido evaluar a esta hora, la votación por regiones, es indudable que a
diferencia de otras organizaciones emergentes que no son más que plataformas
electorales sin base y en contradicción con los viejos partidos social
demócratas y social cristianos tradicionales que fueron barridos por los
electores, la votación del Frente Amplio, a pesar de ser una estructura muy
recientemente creada, va a tener una sólida representación parlamentaria
sustentada en el Partido Socialista, antiguo partido Unificado Mariateguista
que tuvo en Javier Diez Canseco su más preclaro y un consecuente líder capaz de
visualizar este momento. Así mismo, Tierra y Libertad, con una fuerte base
campesina y en comunidades que han luchado contra las empresas mineras
depredadoras y el movimiento Sembrar
configuran una potente alianza de fuerzas de izquierda que presentaron
al país un programa claro que proponía la elaboración de una nueva
Constitución, para cambiar las reglas del juego en materia de inversiones y de
política fiscal a fin de recabar los recursos que Perú necesita para su
desarrollo.
Todo
esto permite pensar que una importante organización ha surgido a fin de seguir
fusionando a la izquierda, junto al movimiento social y, con el liderazgo de Verónika Mendoza, ofrecer
excelentes perspectivas para el futuro político de Perú, que parecía sumido en
una situación de retroceso infinito.
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