El capitalismo es en esencia un
robo legitimado; la corrupción es simplemente un efecto secundario de su
estructura. El problema no está en la corrupción sino en el sistema que la
produce.
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
“Robar un
banco es delito; pero más delito aún es fundarlo.”
Bertolt Brecht
Dado que empezamos con
una cita de Bertolt Brecht, aprovechemos a recordar una famosa obra suya: “Preguntas
de un obrero que lee”, para hacer lo mismo en el tema que ahora nos
convoca: los “Papeles de Panamá”. En esa poesía, un lector anónimo se pregunta
con toda la “ingenuidad” del caso sobre asuntos de importancia capital.
Repitamos la operación: “inocentemente”, como neófitos del mundo financiero,
preguntémonos qué está pasando con todo esto. ¿Por qué ahora la corrupción pasa
a ser el monstruo más terrible que nos ataca? ¿Es cierto eso, o ahí hay “gato
encerrado”? ¿Por qué los “Panama’s Papers” son tan tremendamente importantes?
Por lo pronto, veamos
quién dice que son tan, pero tan importantes: es la gran corporación mediática
global, la encargada de deformar nuestra percepción de la realidad, aquella que
hace parte de lo que los estrategas del Pentágono llaman “guerra de cuarta
generación” (guerra mediático-psicológica). Esa poderosa industria de la
(des)información presenta ahora esta nueva plaga bíblica que es la corrupción.
Es curioso: el
capitalismo actual, en su versión neoliberal global, es estructuralmente
mafioso, corrupto, parásito. El capital dominante es el financiero (¡qué
acertado es el epígrafe de Brecht!). Es decir: el capital parásito, que se
mueve desde hace décadas a través de oscuras transacciones bancarias, en muchos
casos a través de esa infamia que es la banca llamada off-shore, es quien domina
el sistema mundial. Los organismos del Consenso de Washington (Banco Mundial y
Fondo Monetario Internacional), representantes de la gran banca capitalista de
las grandes potencias, marca el rumbo de la Humanidad. Esos parasitarios
capitales han superado con creces al capital productivo (industrial
manufacturero, agrario, de la industria de servicios). Los bancos son los
dueños de las finanzas globales; por tanto, son los que realmente deciden la
marcha de los acontecimientos.
Junto a esos mafiosos
megacapitales, dos de los grandes negocios que dinamizan la economía
capitalista son la fabricación y venta de armas (primer negocio a escala
planetaria), y la narcoactividad. Los flujos de capital que estas ramas
económicas inyectan a las finanzas internacionales son monumentales. En otros
términos, las industrias de la muerte (armas para matar: la destrucción de
países y su posterior reconstrucción, la fabricación de guerras en cualquier
rincón del Tercer Mundo, o psicotrópicos para envenenar y cegar vidas), son los
principales negocios, junto al petróleo (¿otra industria con un buen potencial
de muerte?), negocios que se mueven con lógicas corruptas, oscuras,
gangsteriles.
¿Quién controla el
flujo de armas? (desde una pistola personal hasta un portaviones con energía
nuclear). ¿Por qué los narcotraficantes, los “malos de la película”, nunca son
estadounidenses? Si Estados Unidos es el principal consumidor mundial de
sustancias psicoactivas, ¿por qué nunca aparecen redes mafiosas de narcotráfico
en su territorio? Estudios
consistentes dicen que la DEA es el principal cartel de narcotráfico del mundo.
Y el narcolavado es una de las actividades financieras más “exitosas” en la
actualidad.
Todo eso, ¿no es
altamente corrupto? Por otro lado, la llamada desregulación laboral (léase:
traslado de plantas industriales desde el Norte próspero hacia el Sur pobre),
maniobra artera que busca mano de obra más barata y exclusión de controles
fiscales y medioambientales: ¿no es un prácticamente infinitamente corrupta?
En síntesis: el
capitalismo actual se basa cada vez más en prácticas corruptas, mafiosas,
infames. ¿Por qué ahora surge esta cruzada mundial contra la corrupción?
La
corrupción es una conducta socialmente deleznable. ¿Quién en su sano
juicio podría justificarla, mucho menos aplaudirla? Tal como la caracterizó
hace algunos años un sínodo de obispos (Ecuador, 1988, caracterización que
sigue siendo absolutamente válida al día de hoy), la corrupción es “un mal que corroe las sociedades y las culturas, se
vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y
asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad,
exclusión y miedo (…) mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la
administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a
las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la
comunicación social. (…) Refleja el
deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la
justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática
y el desarrollo de los pueblos”. Sin la más mínima
sombra de duda, la corrupción es una práctica abominable, como tantas otras que
realizamos a diario los seres humanos. Pero, ¿no será una coartada –una más
entre tantas– que intenta alejarnos de las verdaderas causas de las injusticias
y la exclusión social? La corrupción es consecuencia, ¡no causa! Nunca debemos
perder de vista esto.
Como al lector en la
poesía de Brecht, me quedan muchas preguntas sin respuestas en esta affaire de los Papeles de Panamá. ¿No
hay agenda oculta aquí? El año pasado, en abril de 2015 –hace exactamente un
año– se comenzó a desarrollar una furiosa campaña anticorrupción en Guatemala,
promovida por la “ciudadanía democrática” (así, en abstracto). Ello sirvió para
quitar del poder al entonces binomio presidencial de Otto Pérez Molina y Roxana
Baldetti. Todo indicaría que eso fue un banco de pruebas, un laboratorio para
lo que vendría luego: al poco tiempo la lucha contra la corrupción emergió como
una gran cruzada del “espíritu democrático”. Al poco tiempo, esa lucha frontal
contra el cáncer de la corrupción, elevado a la categoría de nuevo pandemonio
universal, dio resultado a una lógica imperial proveniente de Washington:
gobierno díscolos a los dictados de la potencia del Norte comenzaron a verse
atacados bajo las denuncias de hechos corruptos. Así fueron sacados del poder Cristina
Fernández, en Argentina, se bloqueó la posibilidad de reelección de Evo Morales
en Bolivia, se prepararon las condiciones para un derrocamiento de Dilma
Roussef en Brasil. Curiosamente, todas administraciones molestas para la
geopolítica estadounidense. Y valga agregar que pese a la “democrática” y
“políticamente correcta” lucha contra la corrupción en Guatemala, las cosas no
cambiaron en sustancia, porque en el país centroamericano al menos un 11% de su
producto interno bruto sigue dado por la narcoactividad y el crimen organizado.
Sugestivamente también,
si seguimos en las preguntas al modo del obrero lector de Brecht, se denuncian
meses atrás casos de corrupción en la FIFA (¿intento de bloquear el próximo
mundial de fútbol en Rusia?) ¿Por qué ahora esta práctica que sigue dominando
las finanzas mundiales preocupa tanto? Pero, ¿a quiénes preocupa?
Evidentemente este
“espíritu democrático” anticorrupción cala en la moral común. Atacar a otro por
“degenerado corrupto” reconforta. ¿Por qué no se ataca con similar virulencia
el hambre y la explotación, el racismo o el patriarcado? ¿No son todos estos
elementos igualmente lacras que deberían desecharse? Acusar de corrupto a otro
satisface a una ramplona y morbosa moralina clasemediera. El poder saber implementarla
a su favor (véanse los casos de recientes derrotas electorales en los países
con gobiernos de centro-izquierda a partir del bombardeo mediático contra la
corrupción).
El combate monumental
contra las prácticas corruptas que parece haberse desatado huele raro. Huele
mal, diríamos. En definitiva, puede servir como mecanismo de control
político-social. ¿Por qué es corrupto el presidente de Venezuela y no así el de
Colombia o el de México? (países estos últimos donde, es sabido, la corrupción
campea libremente). ¿Gato encerrado? Tanto revuelo en la corporación mediática
global suena llamativa. ¿Acaso terminó la corrupción en Guatemala luego del
encarcelamiento de presidente y vicepresidenta, o puede verse ahora, a la
distancia, que allí hubo un fabuloso montaje mediático?
Ahora aparecen los
sugestivos Papeles de Panamá. Uno de los principales acusados, si no el
principal, llamativamente es el presidente ruso Vladimir Putin. Se hace cargo
de la investigación el Consorcio Internacional
de Periodistas de Investigación, instancia que tiene su base en
Washington (¿curiosa casualidad?) Y en un santiamén la noticia de ese estudio
panameño: Mossack Fonseca, sospechoso de
opacidad, se difunde por todo el mundo (¿otra curiosa casualidad?)
“El escándalo de los llamados 'papeles de Panamá' es un
intento de redirigir los grandes flujos financieros de las zonas 'off shores' o
paraísos fiscales hacia Estados Unidos”, declaró recientemente el experto
financiero alemán Ernst Wolff en entrevista concedida al medio germano Sputnik.
Según apreciaciones del referido analista, es significativo que ninguna empresa
estadounidense aparezca en la lista de corruptos. “Lo que está sucediendo ahora es que Estados Unidos está tratando de
'secar' ciertos paraísos fiscales para presentarse a sí mismo como el nuevo y
mayor paraíso fiscal del mundo”, afirma Wolff. “En estos 'off shores' hay distribuidos alrededor de 30-40 billones de
dólares. Y Estados Unidos, claramente, está interesado en redirigir estos
fondos a su país”, indica el estudioso.
Por lo pronto no puede
desconocerse que los estados de Nevada, Dakota del Sur, Wyoming y Delaware, en
territorio estadounidense, funcionan como paraísos fiscales, rigiendo ahí un
secreto bancario ilimitado, similar al de Suiza, o al de los enclaves off
shore. La jugada podría consistir en intentar desacreditar a los actuales
puntos financieros incontrolados (como Panamá, y tantos otros países que viven
en buena medida de esas prácticas corruptas) para redirigir esos cuantiosos
fondos a la economía de la potencia americana.
Maniobra financiera o
maniobra política para control de “indeseables peligrosos”, la actual cruzada
anticorrupción no parece destinada a terminar realmente con ese tumor
canceroso. En realidad, el capitalismo es en esencia un robo legitimado; la
corrupción es simplemente un efecto secundario de su estructura. El problema no
está en la corrupción sino en el sistema que la produce.
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