El dilema sigue siendo Justicia
Social o esos mercados que saludan entusiastas el corrimiento al bolsonarismo
de Cambiemos con la incorporación a la fórmula presidencial de octubre del
senador Pichetto.
Carlos María Romero Sosa /
Especial para Con Nuestra América
Desde
Buenos Aires, Argentina
Mauricio Macri y Miguel A. Pichetto. |
Un mandato, ordenanza o advertencia de los medios
concentrados y hegemónicos, se impone con especial virulencia en los días que
corren en forma de disyuntiva de hierro: gobernabilidad o caos. Aunque en
nombre de la república y de la gobernabilidad se han venido cometiendo desde
diciembre de 2015 toda clase de infamias y agachadas por buena parte de lo que
debió ser la oposición. El límite a lo creíble, algo que viene a contradecir la
sentencia de Nietzsche en “El caminante y su sombra”: “Ninguna naturaleza da
saltos”, lo acaba de traspasar el senador
Miguel Ángel Pichetto integrándose a la fórmula con Mauricio Macri para
las próximas elecciones presidenciales de octubre.
Ahora la propaganda oficial pone
énfasis en que con semejante traición -palabra que para nada molesta al
candidato dado que sostuvo en un reciente reportaje que “la traición no es algo
degradante” y hasta encontró antecedentes a su paso que no lo es de baile, en la Junta de Mayo
abjurando del absolutismo de Fernando
VII-, se garantiza la cacareada gobernabilidad. Lo peor es que cierto público
proclive a aceptar como dogmas el
monocorde relato oficialista, repite ya como un mantra “gobernabilidad”, otro nombre de la trenza y del corrupto do ut des en beneficio de los de arriba, para el caso de Pichetto
que se quedaba sin trabajo al finalizar este año su período de senador por Río
Negro.
Es curioso, el peronismo hizo un
mito del valor de la lealtad así como el radicalismo en su hora de la reparación en palabra de Yrigoyen; sin
embargo, la historia del movimiento justicialista puede dar cuenta de cómo y cuánto se desarrolló a
partir de la caída del líder, en septiembre de 1955, la plaga de los que defeccionaron. Una plaga
que inició o poco menos el almirante Alberto Teisaire y después continuaron los
sindicalistas Augusto Vandor o los participacionistas José Alonso y Rogelio Coria durante el
onganiato, por no abundar en otras referencias escatológicas como
la de Jorge Triaca y su
procesismo apoltronado en la CGT Azopardo mientras otros gremialistas como Saúl
Ubaldini peleaban en la calle contra la dictadura genocida de Videla y sus
sucesores.
Si anteayer era San Perón, ayer
fue el neoperonismo y el peronismo sin Perón pergeñado por dirigentes siempre
dispuestos a la rosca con el poder gorila de turno en aprovechamiento de la
proscripción de la mitad del electorado. Fueron ellos los antecesores de los
peronistas republicanos o racionales
funcionales al macrismo durante estos tres años y medio de inflación desbocada,
de destrucción del salario, de las jubilaciones, de la recesión económica sin
piso, del consiguiente industricidio y de la arbitrariedad de una justicia
convertida en instrumento de las operaciones lanzadas desde el Poder Ejecutivo
contra la ex presidenta, su hija y sus ex funcionarios.
En cuento al Partido Radical, la
historia puede dar cuenta, asimismo, que
el hoy convidado de piedra en la alianza Cambiemos o como se llame en el
futuro, no reparó nada o casi nada en
materia social después de luchar con innegable heroísmo y fe democrática desde
1890 hasta conseguir el voto universal, secreto y obligatorio instaurado por la
ley promovida por el presidente
conservador Roque Sáenz Peña y su ministro del Interior Indalecio Gómez. La Semana Trágica y los muertos de la
Patagonia en 1920 y 1921, son suficiente prueba de que “la Causa de los
desposeídos” de la visión redentora y romántica de Leandro Alem, varió
pronto a ser la de los intereses oligárquicos que al
presente –salvo excepciones de ciertos
afiliados y algunos simpatizantes con dignidad- garantiza el centenario
partido mediante su triste destino de
furgón de cola de la política neoliberal y reaccionaria del Pro, su socio
contranatura si se piensa en la visión social que ciertamente tuvo Moisés
Lebensohn, en la industrialista de Amadeo Sabattini y en la progresista en
materia de derechos humanos de Raúl Alfonsín.
Sucede que la religión de los ceos
del gabinete de Macri y sus socios de las multinacionales que constituyen la
moderna versión del “régimen falaz y descreído” es monoteísta y tiene como
único dios al mercado; se trata propiamente del “Capitalismo como religión”
advertido por Walter Benjamin. Por eso a esos prósperos empresarios les debe sonar a populista aquel
apotegma del filósofo Krause: “el hombre
es el principio y el fin de todas las cosas”, algo que
Yrigoyen” asumía proclamando los “augustos fines” de la actividad
política en orden a que “Los hombres son sagrados para los hombres y los
pueblos son sagrados para los pueblos”.
En general los radicales son en sí
mismo un oxìmoron, como que hace décadas que se hicieron conservadores. Hoy, a
lo más, algunos se volvieron díscolos de la ultra reacción y huyen de las
maquinaciones de Durán Barba y el inefable jefe de gabinete Peña para refugiarse en el dúo Lavagna-Urtubey.
Empero no hay una tercera vía y la famosa avenida del medio es menos transitada
que la pueblerina y entrañable “calle angosta” que evoca la cueca cuyana.
Bien lo demuestra la historia
reciente de nuestros partidos políticos
y las alianzas electorales que, en general de centro izquierda, buscaron ser
opciones tanto al peronismo con su
derecha fascistoide y su izquierda nunca del todo consolidada, como al rejunte
de los sectores oligárquicos en épocas que
no precisaban tener votos porque las Fuerzas Armadas eran su tabla de
salvación frente a los gobiernos civiles. Ejemplos de proyectos para romper con
el bipartidismo y la dialéctica peronismo-antiperonismo fueron la Alianza
Popular Revolucionaria en 1973, el Partido Intransigente liderado por el más
que valioso y “progre” doctor Oscar Alende
por el que sufragué en 1983 y el Frente Grande durante el menemismo que despertó tantas
ilusiones de cambio y terminó como sabemos.
No, ahora tampoco hay tercera vía
posible y menos si se trata de un rejunte de dirigentes de centro derecha y de
sindicalistas de la calaña del gastronómico Hugo Barrionuevo que apuntan a enamorar a un electorado de
desengañados del macrismo. El dilema
sigue siendo Justicia Social o esos mercados que saludan entusiastas el
corrimiento al bolsonarismo de Cambiemos con la incorporación a la fórmula
presidencial de octubre del senador Pichetto. Sobre tal recepción del mundo del
dinero y la usura internacional a uno de los peronistas más derechosos cabe recordar
aquellos versos del autor español del
siglo XVIII Tomás de Iriarte de su fábula “El oso, la mona y el cerdo”, cuya
moraleja es que hay que tomar con pinzas el elogio de los malos: “Mas ya que cerdo me alaba/ muy mal debo de
bailar”.
Por cierto que este triste personaje Pichetto no cesa de dar signos de
su macartismo con sus declaraciones sobre el presunto comunismo del candidato a
gobernador de la provincia de Buenos Aires, el kirchnerista Axel Kicillof. Y es que les falló la máquina
del tiempo a todos estos antipopulistas y el futuro con el que tanto se llenan
la boca se les perdió en el túnel del pasado y atrasa en la Guerra Fría.
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