sábado, 15 de junio de 2019

La crisis Oslo de la derecha venezolana

La derecha venezolana tiene un patrón de conducta repetido: plantea estrategias a todo o nada sin tener condiciones para lograrlo. Sucedió por vez anterior en el 2017 y ha vuelto a ocurrir en este 2019. En ambas oportunidades convocó a sus seguidores a derrocar a Nicolás Maduro sin abrir la posibilidad de una negociación intermedia.

Marco Teruggi / Sputnik

En el 2017, el resultado fue una derrota con efecto dominó que se tradujo en disputas internas frontales y fracasos electorales. En este momento la pregunta es: ¿sucederá lo mismo? Esa posibilidad opera como acelerador desesperado en algunas de sus filas.

Este nuevo asalto tiene una variable que complejiza el cuadro: el diseño de un Gobierno paralelo sin capacidad de gobernar internamente, pero con reconocimiento diplomático internacional parcial y como forma de legalizar agresiones unilaterales de EE.UU.

¿Cómo deshacer la construcción de Juan Guaidó como presidente interino con sus representantes en organismos como la OEA y reconocidos como embajadores en varios países? La jugada fue planteada como punto de no retorno ante una lectura equivocada del campo de batalla.

Ese error de cálculo inicial se basó sobre bases similares al 2017: subestimación del chavismo como fuerza con identidad y arraigo social, reducción de la dirección a Nicolás Maduro y un puñado de civiles y militares, el quiebre inminente de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB), el estallido de las barriadas populares ante el cuadro económico y los sabotajes directos.

Toda la combinación de factores iba a resolver la cuestión Maduro. Sucedió en cambio lo que se preveía: la imposibilidad del objetivo de máxima.

Esa situación aparece con claridad al ser situada en la cronología de los cuatro hechos principales de este año. El primero alrededor del 23 de enero, fecha de autoproclamación de Guaidó acompañado por acciones violentas en los días previos y posteriores. El segundo el 23 de febrero con el intento de ingreso por la fuerza vía Colombia.

El tercero con el ataque sobre el sistema eléctrico a principios de marzo que empujó al país a una situación límite. El cuarto la maniobra militar del 30 de abril que resultó fallida y desembocó en pedidos de asilo en Embajadas, arrestos y lamentos. Luego de eso vino el reconocimiento público de los diálogos en Oslo y lo que aparece ante cada escenario que toma forma de derrota: las divisiones expuestas.

Oslo es más que Oslo: es uno de los dos escenarios que dividen automáticamente a la derecha venezolana. Uno es el diálogo, el otro las elecciones. En Noruega se mezclan ambas cuestiones, el diálogo es, entre otras cosas, para acordar una posible resolución en clave electoral.

La oposición entra así en grado de enfrentamiento y disparos cruzados, ya no está contenida por el paraguas que Guaidó repite como mantra: cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres.

El secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, lo dijo en un audio revelado el día miércoles: “Mantener unida a la oposición nos resultó ser diabólicamente difícil”.

De sus palabras resultan claras tres cuestiones: en primer lugar, que quienes han ordenado la estrategia han sido los operadores norteamericanos, como Pompeo, John Bolton, Elliot Abrams y Marco Rubio; en segundo lugar, que lo que se logró de unidad inestable fue gracias a ellos, y, en tercer lugar, que una posible resolución favorable a la derecha depende de EE.UU.

Resulta necesario caracterizar a la derecha venezolana, sus narrativas acerca de una posible salida de Maduro y lo que vendría después, dentro de los hipotéticos escenarios de victoria que construyen.

En primer lugar, existe un sector que tiene cinco puntos nodales: la salida de Maduro como condición para cualquier otro paso, la negación a todo tipo de diálogo con el chavismo, a toda forma de arquitectura de transición compartida —un fantasma que nombran de forma recurrente— a la participación del chavismo en unas elecciones, y a su misma existencia una vez que habrían ocupado el poder político.

Esto último significa borrar tanto el principal instrumento político que es el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), así como a cada persona que haya ocupado cargo de Gobierno. Esta narrativa es enarbolada por figuras como María Corina Machado, Antonio Ledezma, y operadores comunicacionales desde Miami como Patricia Poleo.

En segundo lugar, se encuentran quienes plantean que el primer paso debe ser —acorde con la narrativa anterior— la salida de Maduro, pero luego dejan abiertas las posibilidades. El diálogo es posible y necesario para avanzar, pueden existir amnistías para altos mandos militares y de los poderes públicos, y la existencia del PSUV como partido es reconocida.

Quien expresa esta idea de manera clara, sin la presión de otros sectores de derecha y de la misma base social, es Elliott Abrams, quien sostuvo en reiteradas oportunidades que lo innegociable es Maduro, y que lo demás puede estar sujeto a acuerdo, reconociendo al PSUV y su incidencia social.

Esa línea es la que carga Guaidó en tanto que pieza directa y sin autonomía de EE.UU., así como sectores de la oposición que fueron a Noruega, como del partido Un Nuevo Tiempo.

En tercer lugar, se encuentra un sector que acompaña la política pública de Guaidó —habiéndolo reconocido como presidente encargado a pesar de su voluntad— sin exponerse a anunciar cómo podría ser la resolución del conflicto, de un posible acuerdo.

Dentro de este sector puede incorporarse al partido Acción Democrática, figuras de Primero Justicia, así como partidos menores de la derecha. La táctica es la de dejar puertas abiertas para aprovechar oportunidades, o de recurrir a la metáfora política de desensillar hasta que aclare cuando la tormenta aprieta demasiado.

La inestabilidad es permanente dentro de cada sector y de cada partido, un cuadro sobre el cual la misma derecha monta operaciones para crear peleas, confundir, traicionarse. Como dijo Pompeo en ese mismo audio: “En el momento en que Maduro se vaya, todo el mundo va a levantar la mano y (decir) ‘elígeme a mí, soy el próximo presidente de Venezuela’, serían más de cuarenta personas las que se creen que son el legítimo heredero de Maduro”.

El secretario de Estado situó ese diagnóstico acerca de la derecha a partir del año 2017, cuando él mismo era director de la CIA.

Oslo divide aún más y solo EE.UU. puede mantener una porción de unidad. El primer problema de la estrategia a todo o nada planteada en el cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres, es que una negociación por lo bajo sería percibida como claudicación/traición por la base social de la derecha.

El segundo es que una resolución que incluya elecciones con la presencia de Maduro sería boicoteada por el primer sector. El resultado sería presentarse a elecciones con poco apoyo de la base social y una participación parcial de la oposición con fuego cruzado. Un cuadro similar al 2017, que se tradujo en la derrota electoral de las elecciones a gobernadores y alcaldes.

La correlación de fuerzas no le permite exigir la salida de Maduro a EE.UU. ni a los sectores internos dispuestos a negociar. En el plano nacional el chavismo ostenta una posición de mayor fuerza, en el internacional existe un empate. El punto de debilidad para el gobierno reside en la economía, donde el bloqueo dificulta una estabilización.

¿Qué está dispuesto a ceder el chavismo? Ya anunció el probable adelantamiento de elecciones de la Asamblea Nacional. Exige un cese del bloqueo que EE.UU. no parece dispuesto a ofrecer.

El juego está trancado y el paso del tiempo pone en situación de desesperación a la derecha que encabeza las acciones: pierde capacidad y credibilidad. Esa posición la obliga a intentar acciones de fuerza para mejorar su correlación a la hora de sentarse en una mesa con el Gobierno y mediadores internacionales. Por el momento ha afirmado que no existe acuerdo en Oslo y que su hoja de ruta se mantiene igual. En ese marco el presidente Maduro anunció que el Consejo de Seguridad y Defensa estará en sesión permanente.

¿Qué intentará EE.UU.? ¿Hasta dónde están dispuestos a avanzar posiciones para su objetivo? ¿Hasta cuándo en vista de su próximo escenario electoral? Abrams escribió el jueves que una de las posibles formas de resolución es que el chavismo deshaga la Asamblea Nacional Constituyente —que ya votó mantenerse en ejercicio hasta fin del 2020—, se incorpore a la AN, y desde allí se avance en una transición sin Maduro.

El enviado especial para Venezuela apunta a dividir, abrir puertas de escape, maniobrar para alcanzar sus objetivos. La derecha en todo su espectro queda fuera de esas decisiones: quienes mandan están fuera del país.

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