El planeta se encuentra
suspendido de un hilo y sigue con suma expectación las noticias vinculadas a lo
que se ha dado en llamar “guerra comercial” entre Estados Unidos y China. Vale
debatir si en realidad se trata de una guerra y si en verdad las causas de su
inicio y la actual escalada tiene un trasfondo de orden comercial.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Como es sabido, este
conflicto fue iniciado en marzo de 2018 tras un
anuncio realizado por el presidente de
Estados Unidos Donald Trump, quien informó su
decisión de imponer aranceles por un monto 50 mil millones de dólares a los
productos chinos bajo el artículo 301 de la Ley de Comercio de 1974, sustentado
en el supuesto de “prácticas desleales de comercio” y “robo de propiedad intelectual” por parte de la nación asiática.
Unos días después, China respondió aplicando aranceles a 128 productos
estadounidenses, dando origen de esa manera a un escalamiento del diferendo que
pareció entrar en una etapa de tregua y posteriores negociaciones tras el
encuentro de los presidentes de ambos países en Buenos Aires el pasado 1° de
diciembre en el marco de la celebración de la Cumbre del G-20.
Sin embargo, tras 11 rondas de conversaciones realizadas
en ambas capitales, el conflicto lejos de acercase a una culminación exitosa, ha
escalado incluso con la decisión de imponer nuevos aranceles por parte de
Estados Unidos justo cuando estaba por comenzar la realización de ese décimo
primer encuentro bilateral que se habría de realizar en Washington durante la
segunda semana de este mes de mayo.
El 10 de mayo Estados Unidos aumentó los
aranceles a las importaciones chinas por un valor de 300 mil millones de dólares elevándolos
de 10 a 25%, a lo que Beijing respondió anunciando un plan que se propone
introducir gravámenes sobre las importaciones estadounidenses a partir del
1° de junio por valor de 60 mil
millones de dólares.
Pero, como hemos dicho con anterioridad, el verdadero eje
del problema es que la República Popular China va logrando una superioridad
tecnológica respecto de Estados Unidos que la coloca en una mejor posición para
avanzar en su desarrollo hacia una
economía fortalecida que la va a colocar en las próximas décadas en la
vanguardia económica del planeta y que a través del Plan de la Nueva Ruta de la
Seda ha generado un mecanismo que trae prosperidad no sólo a su país sino a
otros pueblos del mundo corroyendo con ello el sistema mediante el cual se usan
las relaciones económicas internacionales como instrumento de opresión,
subordinación y miseria para la mayor parte de la humanidad.
De manera tal que tras la llamada guerra comercial se
esconde en realidad una guerra tecnológica que es expresión de la desesperación
estadounidense por el elevado desarrollo científico chino, que por primera vez
en los últimos 130 años ha coloca a la potencia norteamericana en un lugar
secundario en este ámbito.
El principal conflicto se ha desatado en torno a la nueva
generación de comunicación móvil denominada 5G obtenida por China con un
adelanto de 8 meses respecto de Estados Unidos. Vale decir que este país había
conseguido la primacía en las previas 3G y 4G. La tecnología 5G traerá
indudables implicaciones en las actividades sociales, geopolíticas,
empresariales y militares al ser 40 veces más rápida que la 4G y tener una
capacidad de transmisión de datos ostensiblemente mayor al poder desarrollar a
través de ella la conexión de grandes bases de datos, la expansión de
aplicaciones de inteligencia artificial, incluyendo robótica de carácter
avanzado y la posibilidad de múltiples conexiones ultrarrápidas de internet
entre ciudadanos, organizaciones y cosas como dinero móvil, vehículos sin
conductores, cirugías a distancia, enseñanza virtual y uso de drones, mucho de
lo cual ya está en uso en China.
En la escalada del problema creado, el
pasado 12 de mayo el gobierno de Estados Unidos difundió una lista de casi cuatro mil productos chinos a los cuales
podría imponer nuevos aranceles, al mismo tiempo el presidente Trump
dijo que estaba estudiando la posibilidad de decidir aplicar tarifas del 25% al
resto de las mercancías chinas que hasta ese momento no tenían tales gravámenes
y que había dado instrucciones para dar los pasos iniciales en esa dirección a
partir de lo cual la administración estadounidense dio inicio formal al proceso
de aprobación de nuevos impuestos con
la publicación de un listado de 3805 categorías de bienes valorados en 300 mil
millones de dólares anuales, el cual incluye mercancías como celulares,
computadoras personales, leche, acero y aluminio.
De manera frontal, y utilizando un tono inusitado para su
tradición diplomática, la respuesta china fue contundente, el martes 14 de mayo
el portavoz de la Cancillería, Geng Shuang
informó que “La experiencia
anterior fue testimonio de que China no quiere una guerra comercial, pero
tampoco tiene miedo de ella; si alguien provoca una guerra en la entrada a
nuestra casa, vamos a luchar hasta vencer”. Geng también manifestó la esperanza de que Estados Unidos no menosprecie la disposición de
China de defender sus intereses. De manera clara, China ha asumido que lo que
ha decidido Estados Unidos es la realización de una guerra y como tal se está
preparando para defenderse y contrarrestar los efectos de la misma. No hay que
olvidar que la guerra es la continuación de la política y Estados Unidos ha
decidido una política de confrontación y enfrentamiento para lograr la derrota
del enemigo.
Al día siguiente, 15 de mayo, en
un editorial titulado: "China ha
hecho la preparación integral" leída en el noticiero estelar
de la Televisión Central de China (CCTV)
el gobierno envió un mensaje al pueblo en el que se informa acerca
de su posición en torno a la confrontación planteada por Estados Unidos. En el
mismo se comunica que "…no queremos esta lucha, pero no tenemos miedo y
vamos a luchar si es necesario". En el imaginario de los ciudadanos
chinos, el trasfondo del conflicto no tiene carácter comercial ni económico,
sino que lo ha entendido como una lucha por el honor y en salvaguarda de la
integridad del país. El editorial antes mencionado toma nota de este
sentimiento y lo manifiesta de la siguiente forma: "Para la nación china
que ha experimentado varias tormentas en los últimos 5.000 años, ¿hay alguna
situación que no hemos visto antes? En el proceso de la gran revitalización de
la nación, tiene que haber dificultades e incluso olas terribles. La guerra
comercial provocada por Estados Unidos es sólo una barrera en el camino de
desarrollo de China, y no es un gran problema en absoluto".
La respuesta china produjo
irritación extrema en Washington, no acostumbrado a que alguien en el mundo le
responda de igual a igual, el jueves 16 de mayo, el presidente Trump afirmó que China resultaría
gravemente perjudicada si los dos países no llegan a un acuerdo comercial
porque las tarifas impuestas por Estados Unidos obligarán a las compañías a
trasladar la producción a otros países.
Vale
considerar que en su comparecencia ante los medios de comunicación el portavoz
Geng había expresado que Estados Unidos no necesitaba preocuparse por la
estabilidad de China porque durante las cuatro décadas de desarrollo de la
política de reforma y apertura, el entorno de inversión extranjera del país había
mejorado continuamente, lo que ha conducido a que China sea uno de los mayores
destinos en el mundo para la inversión extranjera alcanzando un nivel récord en
diciembre del año pasado.
Este último aumento de las tasas, impulsado por el
presidente Trump y los planes de China de contrarrestarlas, han influido
negativamente en las empresas estadounidenses afincadas en el país asiático. En
ese marco, contradiciendo a Trump quien afirmó que lo que tenían que hacer las
empresas estadounidenses era construir sus fábricas o manufacturar sus
productos en Estados Unidos, para lo cual no tendrían que pagar ningún arancel,
algunas de las principales compañías han dudado de ese ofrecimiento e incluso
Exxon Mobil decidió establecer un proyecto de productos petroquímicos a gran
escala en China. De la misma manera, la fabricante de vehículos eléctricos
Tesla comenzó oficialmente la construcción de una planta de fabricación en
Shanghái, su primera en el extranjero, y la corporación agrícola Cargill
decidió ampliar su capacidad de procesamiento central en la provincia china de
Jilin en abril. De la misma manera, un grupo de 170 empresas de la industria
del calzado encabezadas por Adidas,
Nike, Converse, Puma y Clarks entre otras, han enviado una carta al presidente
Donald Trump en la que le instaron a reconsiderar los aranceles a
los zapatos fabricados en China, al estimar que tal política puede resultar
"catastrófica" para "empresas, consumidores y la economía
estadounidense en general", considerando que el 72% de los zapatos que
importa Estados Unidos, provienen de China.
Tales hechos dan cuenta de que estas empresas, dado su
carácter transnacional no necesariamente actúan en sintonía con su país de
origen, sino que deciden sus destinos de inversión y eligen a sus socios comerciales
a partir de sus mejores intereses en la búsqueda de mayor ganancia. Retirarse
de China podría significar para estas empresas la pérdida del mayor mercado
mundial, que además está en permanente expansión dados los importantes avances
de China en la lucha contra la pobreza y el incremento constante en los niveles
de consumo de su población.
Por otra parte, en un esfuerzo por atraer nuevos
inversionistas y mantener los que tienen, China continúa reduciendo las
limitaciones para la inversión extranjera, reservándose para si, solo las áreas
estratégicas de la economía y las que están vinculadas a la industria para la
defensa.
En ese ámbito, la nueva Ley de Inversión Extranjera, que
entrará en vigencia el 1° de enero de 2020, fomentará más inversiones en China
ya que generará una mayor confianza en un entorno estable, transparente,
previsible y justo para las inversiones extranjeras. Las medidas para la
ampliación y mayor eficiencia (que incluye una fuerte lucha contra la
corrupción) en la aplicación de la política de reforma y apertura permitirán
además la racionalización y una mayor descentralización en la toma de
decisiones incidiendo en la creación de un mejor ambiente empresarial en el
país.
En esa medida, Estados Unidos se enfrenta a racionales políticas
de Estado asumidas por la dirección china, encaminadas a hacer avanzar la
economía, evitando en todo momento el conflicto y enfrentándolo solo porque es
un escollo que la insensata administración Trump ha planeado como vía para que
su país pueda salir del marasmo económico en el que se encuentra.
En ese sentido, los datos que aporta una encuesta realizada entre el 16 y el 20 de mayo de manera conjunta por la
Cámara de Comercio Americana en Shanghái (AmCham Shanghai) y la Cámara de
Comercio Americana en China, con sede en Beijing (AmCham China) establece con
claridad que las medidas tomadas por el presidente Trump están incidiendo negativamente en las empresas estadounidenses que se
encuentran en China. La pesquisa da cuenta que el mayor impacto viene dado por
el perjuicio a la competitividad de la gran mayoría de los encuestados (el
74,9%), lo cual se ha reflejado en una menor demanda de mercancías, mayores
costos de producción y superiores precios de venta de productos que condujeron
a mayores costos operativos que tuvieron fuerte impacto en el 45,6% de
las empresas que se vieron impelidas a localizar fuentes alternas para la
colocación de sus productos.
No
obstante, China había tomado medidas en ese aspecto, cuya comprensión generó
grandes debates en diferentes escenarios, en torno al estado real de la
economía china, toda vez que las mismas expusieron que ella se encontraba en un
proceso de ralentización indetenible, sin embargo, el gobierno chino explicaba
que dadas las dificultades por las que atravesaba la economía global se hacía
necesario disminuir las metas en el crecimiento del PIB, y trasladar el producto que emanaba de esa
mengua en el flujo de las exportaciones a su gigantesco mercado interno que todavía
posee un gran potencial para absorber los excedentes de producción que el
conflicto generado por el gobierno de Estados Unidos podría crear. Así, muchas
empresas estadounidenses y de otros países, se han acogido al plan “En China,
para China” que consiste en ubicar su producción en el mercado local de un país
poseedor de un potencial de 1.4 mil millones de consumidores. El gigantesco
mercado chino es la primera arma que tiene ese país para enfrentar la guerra de
Trump…pero no es la única.
Efectivamente, en el desenvolvimiento de este conflicto
se ha podido observar como China con su habitual pensamiento de largo plazo,
comienza a prepararse para enfrentar el diferendo en esos términos, tal vez esa
sea otra ventaja a su favor: mientras Estados Unidos lo asume en el plano
coyuntural y específicamente hoy con la mirada puesta en las elecciones del
próximo año, el país oriental –fiel a su tradición- lo encara en perspectiva
estratégica y no circunscrito a la figura que está dirigiendo el ejecutivo.
En este momento la frase más socorrida en los
ámbitos políticos y académicos chinos es que esta confrontación es una
oportunidad para ampliar, mejorar y acelerar los planes de inversión en ciencia
y tecnología a fin de lograr en cortos plazos, aquellos objetivos que se habían
propuesto un margen superior de realización.
Así mismo, sin ocultar la preocupación por los
impactos que la guerra comercial y tecnológica tendrá en lo inmediato en el
país, los dirigentes chinos no dudan en afirmar que al final saldrán
fortalecidos y poseedores de una significativa autonomía e independencia en
todos los planos, pudiendo colocarse en mejor situación para cumplir los planes
de largo plazo, en especial aquellos
encaminados a la conmemoración en 2049, del primer centenario de la fundación
de la República Popular China cuando se han propuesto llegar a ser un “país moderno,
próspero, fuerte, democrático, culturalmente avanzado, armonioso y hermoso” tal
como lo declarara el presidente Xi Jinping en 2017 durante su informe al XIX
Congreso del Partido Comunista de China, asegurando además que este país y su
sociedad, serán socialistas.
En lo que respecta a la
confrontación actual, otra de las herramientas poderosas que posee China es la
dependencia de Estados Unidos del suministro de tierras raras por parte del
país asiático, que representa el 80% de las compras mundiales que hace
Washington de estos materiales estratégicos, imprescindibles para la
fabricación de instrumentos y equipos de alta tecnología como teléfonos
inteligentes, paneles solares, vehículos eléctricos, computadoras y hasta
innovadores modelos de la industria militar como sistemas de guiado de misiles
y sensores avanzados para los aviones caza bombarderos. China tiene las mayores
reservas y es el primer productor mundial, en especial en molibdeno, tungsteno,
antimonio y magnesio cuya producción estuvo controlada por Estados Unidos desde
la guerra fría a través de convenciones y acuerdos internacionales. En la
actualidad, al tener China la supremacía y ser Estados Unidos deficitario, se
ha generado una situación que la potencia asiática podría hacer valer o
incluso, debería hacer valer, como afirma Jin Baisong, investigador retirado de
la Academia China de Comercio Internacional y Cooperación Económica en un
reciente artículo publicado en inglés en Beijing en el periódico China Daily.
En otro ámbito, los
especialistas anuncian que las pérdidas previstas en la economía estadounidense
duplicarán el impacto que las sanciones tendrán sobre China. Esto se desprende
de las declaraciones que ha hecho un grupo de economistas del Banco de la
Reserva Federal de Nueva York quienes aducen una serie de factores para hacer
esta afirmación. Entre ellos, la necesidad de importar con menor eficiencia
productos de otros países, que además son más caros. Explican que”…el costo anual de los aranceles a las importaciones chinas
—valorado anteriormente en alrededor de 52.800 millones de dólares para la
economía de Estados Unidos en general y 414 dólares para una familia promedio—
subirá hasta los 106.074 millones y 831 dólares, respectivamente”. De
esta manera las medidas tomadas por la administración Trump tendrán un efecto
directo en las familias estadounidenses quienes finalmente serán las que paguen
por las sanciones.
Otra respuesta de China a
esta crisis podría ser la reducción de sus inversiones en la deuda
estadounidense, lo cual ha comenzado a estudiarse como posibilidad en China que
posee bonos
por valor de 1,13 billones de dólares. En todo caso, los analistas
especializados creen que esta “solución” es poco probable dado que podría
provocar la devaluación de los bonos estadounidenses, lo que infligiría más
daño a China que a Estados Unidos. Sin embargo, la probabilidad de aplicar esta
opción tiene más que ver con la defensa de su moneda como ya se hizo en 2016
que con una acción retaliativa de parte de China.
En cualquier caso, Beijing podría escalar el conflicto,
vendiendo bonos estadounidenses, (lo que se ha dado en llamar la opción nuclear
china) provocando el aumento de las tasas de interés al inducir el aumento del rendimiento
de los bonos y muy probablemente el encarecimiento de los créditos a empresas y
ciudadanos, e incluso generando un desplome del precio del dólar y una
inmediata desaceleración de la economía norteamericana. Aunque Beijing ha truncado en aproximadamente un 4% su participación en el mercado de bonos de Estados Unidos durante los últimos
12 meses, todavía ocupa el primer lugar entre los acreedores extranjeros, lo
cual tiene enorme incidencia en medio del conflicto actual.
En el plano global, esto podría significar un caos mundial
absoluto en los mercados de divisas y en los mercados de valores globales, por
lo que es poco probable que China lleve adelante acciones en este ámbito.
En
la perspectiva de la posibilidad de que se desate un conflicto de alcance
global, hay que observar que el valor de las acciones en New York cayó
bruscamente el lunes 13 de mayo, cuando China informó que aumentaría los
aranceles sobre algunos productos estadounidenses, después de que el presidente
Trump dijo que podría incluir en los mismos aranceles unos 325.000 millones de
dólares adicionales en mercancías chinas: el NASDAQ tuvo el peor día del
año cayendo 3,4%, el Dow Jones cayó 617 puntos, o casi 2.4%. El S&P
500 también bajó 2.4% en una muestra de lo que podría ocurrir en las
bolsas de valores en caso de mantenerse el conflicto. Un observador externo podría decir que es
completamente inequitativo el aumento de aranceles de 325 mil millones de
dólares por parte de Estados Unidos frente a “sólo” 60 mil millones de China,
pero Beijing está siendo fiel a su tradición: efectivamente el monto podría ser
mayor, pero al hacerlo de esta forma no agotan todas sus posibilidades que son
mucho mayores y dejan un espacio a la negociación, en la cual creen como vía de
solución de la controversia. Por otro lado, el aumento de aranceles chinos está
orientado a afectar áreas vitales para Estados Unidos y en especial para Trump
en la cercanía de las elecciones, sobre todo en el sector agrario de estados
tradicionalmente republicanos que serán los primeros afectados por las medidas.
La decisión estadounidense de centrar sus ataques contra
las empresas tecnológicas chinas, en especial Huawei, ha sido interpretado en
el país asiático como una “declaración de guerra” en los campos económico y
tecnológico, ocasionando una radicalización de ciertos sectores de la sociedad
china que han empezado a enarbolar un discurso nacionalista radical que
contrasta con la mesura con la que el gobierno ha manejado el conflicto. De
esta manera, se insta a las autoridades de Beijing a "desprenderse
de sus ilusiones", ya que el compromiso "no conducirá a la buena
voluntad de Estados Unidos" por lo que solo queda prepararse para el
“escenario extremo” en el que habría nula cooperación entre ambos países, para
el cual las compañías chinas se han preparado desde hace mucho tiempo con la
convicción de que no serán derrotadas.
La radicalización del discurso de
algunos actores chinos en el diferendo es expresión de un cambio en la
mentalidad tradicional del país asiático. Hoy es normal escuchar que Estados
Unidos ha planteado llevar adelante una guerra real que va más allá de lo
estrictamente comercial, ante lo que Beijing ha dicho que no se quedará con los
brazos cruzados, pero respetando las normas internacionales y las propias
tendencias de sus desarrollo iniciado en 1978, bajo la opinión de que en las
condiciones creadas China no debería "ser demasiado amable o estar
preocupado por la opinión occidental" según afirma el periódico Global
Times, que a su vez indica que "una rivalidad estratégica más feroz es
inevitable" y que "Huawei no
puede perder, ni China tampoco".
Por otra parte, aunque es indudable que
las sanciones han traído impactos en la economía china, la realidad es que
hasta el momento, el país ha podido responder positivamente a la agresión. Para el primer trimestre de 2019 la economía creció
6.4%, tal como en el período previo. No son los ritmos de años anteriores,
pero, a pesar de todo, los indicadores son muy superiores a los de Estados
Unidos y Europa, impulsados tal vez por proyectos estratégicos como la Ruta de
la Seda que además de generar crecimiento, producen una mayor influencia de
China en la economía mundial, a tal punto que, incluso Italia, país miembro del
G-7, se incorporó oficialmente al programa en marzo de este año durante una
visita al país del presidente chino.
Debe considerarse también que la contribución de las
exportaciones al crecimiento del PIB desde 2011 no ha sido superior al 1%,
mientras que, por ejemplo, en el año 2017 cuando este indicador fue de 0,6%, el
consumo final público aportó el 3,9% y el privado 2,3%. Además, es de destacar
que en 2018, primer año del aumento de los aranceles estadounidenses a los
productos chinos, su superávit comercial con ese país continuó aumentando.
Por otra parte, la estructura exportadora china muestra
que contrario a lo que se supone, el 50% está referido a productos de
tecnología, en esto Huawei ha tenido un papel esencial, además de haber
arribado primero a obtener la tecnología 5G, esto podría permitir entender la
causa del encono estadounidense contra la empresa.
Estas cifras posibilitan afirmar que China está
preparada para afrontar los retos de esta guerra económica. Se espera que su economía mantenga sus ritmos de crecimiento con una cifra estable
alrededor del 6% anual, la cual duplica y en algunos casos triplica a los
países industrializados. Según un informe de los académicos de la Universidad
Nacional Autónoma de México Oscar Ugarteche y Alfredo Ocampo: “Para 2018 su importancia [de la economía china] en el
PIB mundial fue de 18.7% seguido de los EE.UU. con un 15.1%. No obstante, la
diferencia entre el PIB per cápita de ambos países está muy lejos, para el
primero es de 16,000 dólares PPA y para el segundo de 55,600 dólares PPA. Tomando
como referencia los últimos 6 años y suponiendo constantes las tasas de
crecimiento del producto y la población, el PIB per cápita chino superaría al
de los EE.UU. para 2045”. Justo cuatro años antes de la celebración del
centenario de la fundación de la República Popular China.
Todo esto es lo que se manifiesta en la superficie del
problema, pero en las profundidades del mismo subyace la idea de que Estados
Unidos y Trump en particular están tratando de usar el dispar comercio con
China para justificar las debilidades de su economía tras varias décadas de
deslocalización de sus empresas y aprovechando supuestas ventajas de la
globalización que hoy se le revierten. Esto es lo que lo que ha llevado a
Estados Unidos a regresar al proteccionismo en lo económico y al unilateralismo
en lo político.
Su problema es que se ha encontrado con una nación
china cohesionada en lo político, fuerte en lo económico y poderosa en lo
militar que no acepta avasallamientos de otras potencias, de manera tal que las
presiones no tienen resultados positivos, al contrario la primera respuesta que
ha dado China ha sido la aceleración de sus procesos de innovación tecnológica
con lo que la grieta tenderá a profundizarse.
No obstante, a diferencia de Occidente, China no apela
ni apelará a la guerra y seguirá insistiendo en una negociación entre iguales.
Es difícil comprender tal situación desde esta parte del planeta, pero quien
conoce el talante del pueblo chino, su filosofía milenaria y una cultura
firmemente acendrada en la población, entenderá que ese comportamiento está
soportado en estos pilares de carácter identitario.
Negociando con la mayor flexibilidad posible para
llegar a un acuerdo mutuamente ventajoso, China, sin embargo, se ha negado a
hacer el más mínimo cambio en aquellos aspectos que dan viabilidad y solidez a
su sistema político. En esa medida, China no aceptará el tradicional chantaje,
la habitual arrogancia ni la conocida intimidación con que Estados Unidos se
conduce en sus relaciones internacionales y no es un país susceptible de
amilanarse ni amoldarse a Occidente como lo hizo Japón en el pasado.
China no aceptará hacer modificaciones en cuanto a un
sistema económico que tiene en las empresas estatales el soporte principal para
la realización de las metas económicas de desarrollo y combate a la pobreza y
considera esta demanda de Estados Unidos como una “invasión a su soberanía”.
Así mismo, ha asumido esta guerra con carácter nacional
y patriótico, su confianza se basa en la solidez económica del país, pero de la
misma manera está resurgiendo el espíritu que la llevó en solo 40 años de ser
un país pobre y atrasado a convertirse en la segunda potencia mundial. Junto a
ello, los medios de comunicación del país transmiten apelaciones a su poderoso
desarrollo industrial, científico y tecnológico, sus tierras abundantes, su
gigantesco capital humano, además de sus históricas tradiciones de lucha y de
victoria.
Por todo ello, consideran que este conflicto es una
batalla más que será superada. La coyuntura los ha llevado a enarbolar un nuevo
lema "Si
quieren hablar, la puerta está abierta; si quieren luchar, lucharemos hasta el
final". En este marco, el investigador gallego Xulio Ríos, uno de los
sinólogos más reconocidos de Occidente ha destacado que el presidente chino Xi
Jinping ha depositado una ofrenda floral en un “monumento
conmemorativo al inicio de la Larga Marcha en la provincia de Jiangxi”,
mientras que “En paralelo, en diferentes medios, se anunciaba la disposición a
iniciar ´contraataques` a modo de respuesta a las invectivas estadounidenses,
reiterándose asimismo una incólume voluntad de resistencia. La disposición
moral y el patriotismo tocan a rebato como claves de la nueva etapa que se abre
en el serial sino-estadounidense”. La mención de la Larga Marcha hace alusión a
la que tal vez sea la epopeya más trascendente de la historia china reciente.
Sin
estar ajena a sus debilidades, China invoca hoy sus fortalezas, la primera de
las cuales es su “conciencia histórico-nacional compartida que hoy invita a no bajar la
cerviz apoyándose en la escala de sus dimensiones y en la fortaleza de su
economía”, como afirma Ríos. Vienen tiempos difíciles, advirtió el presidente
Xi, haciendo un llamado al pueblo para prepararse para los avatares que el
devenir de la historia les pueda traer.
Mientras tanto, apelan a la música
para enfrentar el conflicto. Una canción titulada “Guerra comercial” se ha vuelto viral en China. En
una de sus partes, dice "Si el perpetrador quiere pelear, lo superaremos
en ingenio" y repite el estribillo "¡Guerra comercial! ¡Guerra
comercial! ¡No temamos este indignante desafío!”
En el contexto,
a partir del pasado 27 de mayo los medios audiovisuales de comunicación en
China comenzaron a transmitir el
himno nacional del país, “La
marcha de los voluntarios”, todos los días a las siete de la
mañana hasta el final del año.
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