La
debacle del macrismo y su casi segura derrota en las presidenciales de octubre
de este año y la reciente revelación de las ilegales e inmorales argucias
fraguadas entre el corrupto juez Sergio Moro y los fiscales del poder judicial
brasileño para enviar a la cárcel a Lula asestan un duro golpe a los dos
puntales sobre los cuales reposaba el inicio del supuesto ciclo
“pos-progresista”.
Atilio Borón / Página12
Fueron
muchas y muchos los que a mediados de esta década y en coincidencia -¿casual,
involuntaria?- con el despliegue de la ofensiva restauradora del imperio se
apresuraron a anunciar el “fin del ciclo” progresista en Latinoamérica. La derrota
del kirchnerismo en el 2015 y el ilegal e ilegítimo derrocamiento de Dilma
Rousseff en 2016 así como el grotesco juicio y encarcelamiento de Lula
aparecían como signos inequívocos del inicio de un nuevo ciclo histórico. Sólo
que los profetas de esta epifanía jamás se aventuraron a arriesgar algo muy
elemental: ¿qué venía después? Terminaba un ciclo, bien, pero: ¿quería esto
decir que comenzaba otro? Silencio absoluto.
Dos
alternativas. O bien adherían a las tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de
la historia, cosa absurda si las hay; o como los más audaces insinuaban, con
fingida preocupación, estábamos al comienzo de un ciclo largo de gobiernos de
derecha. Digo fingida porque, hipercríticos con los gobiernos del ciclo
supuestamente en bancarrota in pectore preferían la llegada de una derecha pura
y dura que, supuestamente, acentuaría las contradicciones del sistema y
mágicamente abriría la puerta a quien sabe qué … porque, sorprendentemente,
ninguno de esos acerbos críticos del ciclo progresista hablaba de revolución
socialista o comunista, o de la necesidad de profundizar la lucha
antiimperialista. Por lo tanto, su argumento meramente retórico y academicista
moría en la mera certificación del presunto cierre de una etapa y nada más.
Ahora
bien: todos esos discursos se derrumbaron abruptamente en las últimas semanas.
En realidad, ya venían cuesta abajo desde el inesperado triunfo de López
Obrador en México y su tardía incorporación al “ciclo progresista”. Su victoria
demostraba que si bien herido seriamente éste no había muerto. La debacle del
macrismo y su casi segura derrota en las presidenciales de octubre de este año
y la reciente revelación de las ilegales e inmorales argucias fraguadas entre
el corrupto juez Sergio Moro y los fiscales del poder judicial brasileño para
enviar a la cárcel a Lula asestan un duro golpe a los dos puntales sobre los
cuales reposaba el inicio del supuesto ciclo “pos-progresista”.
En
la Argentina los macristas esperan lo peor, sabiendo que sólo un milagro los
salvaría de una derrota. Y Bolsonaro está al borde del abismo por la crisis
económica del Brasil y por haber designado como super-ministro de justicia a un
letrado inescrupuloso que da un rotundo mentís a su pretensión de ofrecer un
gobierno transparente, impoluto, inspirado en los más elevados principios
morales del cristianismo que le inculcaron los pastores de la iglesia
evangélica cuando -apropiada y oportunísticamente- lo rebautizaron en el río
Jordán como Jair “Mesías” Bolsonaro. Las filtraciones de los chateos por
WhatsApp y conversaciones entre Moro y los fiscales dadas a conocer por The
Intercept , amén de las múltiples denuncias por corrupción en su contra y sus
hijos, revelan que este santo varón llamado a lavar de sus pecados a la
política brasileña no es otra cosa que el jefe de una banda delictiva, un
impostor, un charlatán de feria, un energúmeno cuyos días en el Palacio del
Planalto parecen estar contados. Y mantener a Lula en prisión será cada día más
difícil habida cuenta de la farsa jurídica perpetrada en su contra y ahora
exhibida a plena luz del día. Y Lula libre es un peligro de marca mayor para el
actual gobierno de Brasil.
Lo
anterior no debe interpretarse como una aseveración de que el ciclo iniciado
con el triunfo de Chávez en las presidenciales de diciembre de 1998 en
Venezuela prosigue su marcha imperturbable. Mucho ha sufrido en los últimos
tiempos por la obra de destrucción llevada a cabo por Macri, Piñera, Duque,
Bolsonaro y la verdadera “armada Brancaleone” que Trump y su predecesor instalaron
en Latinoamérica. Pero la realidad es porfiada y un traspié no es derrota, como
tampoco lo es un retroceso puntual. La larga marcha por la emancipación de
nuestros pueblos, que nunca fue lineal e invariablemente ascendente, sigue su
curso y acabará por desalojar a esos gobiernos entreguistas, reaccionarios y
cipayos que hoy agobian a Latinoamérica. Y no habrá que esperar mucho para
verlo.
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