La desaparición forzada de
personas constituyó una estrategia militar bien pensada. Una perversa
estrategia, por cierto: quitar el control de la propia vida a la gente.
Desaparecer niñas y niños (en general, sobrevivientes de las masacres) con
distintos fines: apropiación como entenados por parte de miembros del propio
ejército, para entregarlos a otras familias, para "comercializarlos"
a través de esas oscuras adopciones, fue una profunda herida que al día de hoy
sigue abierta.
Marcelo
Colussi / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad
de Guatemala
"La guerra terminó,
pero quienes tenemos un familiar desaparecido seguimos llevando la guerra en el
corazón".
Jorge, familiar de
desaparecido, Ixcán, Quiché
Guatemala,
en el marco de la Guerra Fría, sufrió el conflicto armado interno más
encarnizado de Latinoamérica. Como es un pequeño país "marginal",
productor de economía "de postre" (café, azúcar, banano), no ocupa la
atención de los medios de comunicación, no es particularmente
"importante" en la arquitectura global del mundo. Sólo es noticia
ante alguna catástrofe. Pero hay mucho que decir sobre la guerra que allí se
vivió, y más aún, sobre el trabajo que se está realizando en relación a las secuelas
de esa monstruosidad, de esa terrible catástrofe social. Del Holocausto judío
se han hecho innumerables películas y recordatorios, y eso está muy bien
(olvidar es repetir); del holocausto guatemalteco jamás se habla, mucha gente
en el mundo ni siquiera sabe que ocurrió, y proporcionalmente fue igual o peor
que aquél.
Para fines
de los 70 del pasado siglo, en América Latina se vivía un clima de alza en las
luchas populares. La revolución cubana era una fuente de inspiración, diversos
movimientos revolucionarios habían optado por la vía armada en casi todos los
países, y en 1979 Nicaragua producía su fenomenal transformación con la
revolución sandinista. Para la geoestrategia hemisférica de la Casa Blanca eso
fue el punto de inflexión: había que detener "el avance del
comunismo" a toda costa. Guatemala lo ejemplarizó.
Siguiendo
el modelo de lo hecho en Vietnam, el gobierno de Estados Unidos impulsó una
guerra total, feroz, que sirviera como escarmiento a cualquier intento
antisistémico. Guatemala pagó con sangre, ¡con muchísima sangre!, la
"osadía" de querer aspirar a una sociedad más justa. El ejército,
equipado y entrenado por Washington en las estrategias contrainsurgentes,
desató una guerra de castigo en aquel lugar donde la guerrilla se movía
"como pez en el agua", es decir: en el movimiento campesino, de
composición indígena maya.
La guerra
directa entre fuerzas del Estado y movimiento insurgente en realidad se cobró
relativamente pocas víctimas. El grueso de las consecuencias fatales estuvo en
la población civil no combatiente: campesinos indígenas pobres del Altiplano
Occidental. 200,000 muertos, 45,000 desaparecidos, 669 aldeas arrasadas,
torturas, violaciones sexuales fueron las secuelas de las estrategias
contrarrevolucionarias. Y, para su beneplácito, el haber "detenido el
comunismo". Todo esos vejámenes, toda esa furiosa represión, están
científicamente sistematizados en dos rigurosos estudios: uno que produjera
Naciones Unidas a través de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico
("Memorias del silencio") y otro impulsado por la Iglesia Católica
("Guatemala: nunca más"). Se estima, incluso, que fue más la
población que no rindió su testimonio para las investigaciones que la que sí lo
hizo, por miedo. La pedagogía del terror instaurada en la guerra dejó profundas
marcas, que aún se viven al día de hoy.
A partir
de esas reconstrucciones históricas, se ha podido establecer que durante la
guerra desaparecieron alrededor de 5,000 niñas y niños. "En el contexto
de la guerra interna hubo muchos niños y niñas que fueron llevados por fuerzas
de seguridad del Estado a diversos hogares, estatales y religiosos, luego de
ser capturados o separados de sus familias. Esta situación llevó a que se
estructurara una red que vio la oportunidad de hacer de la adopción de niños/as
a otros países un gran negocio. En esta red, según lo que ahora se conoce con
amplitud, estuvieron involucrados tanto civiles como militares que,
aprovechándose de la estructura del Estado manejaron en grandes volúmenes la
adopción hacia países de Europa, Estados Unidos y Canadá", dice la
Liga Guatemalteca de Higiene Mental. Para entender el fenómeno en su
complejidad, es imprescindible no olvidar que Guatemala, junto con Tailandia,
por muchos años fue uno de los dos principales países "exportadores"
de niñas y niños. De hecho, por adopciones ilegales, familias del Norte
llegaron a pagar hasta 30,000 dólares. De más está decir que ninguna madre
biológica recibió un centavo por esas transacciones. Y las adopciones se
cubrieron siempre de una disfrazada legalidad.
Es sabido
que la desaparición forzada de personas constituyó una estrategia militar bien
pensada. Una perversa estrategia, por cierto: quitar el control de la propia
vida a la gente. Desaparecer niñas y niños (en general, sobrevivientes de las
masacres) con distintos fines: apropiación como entenados por parte de miembros
del propio ejército, para entregarlos a otras familias, para
"comercializarlos" a través de esas oscuras adopciones, fue una
profunda herida que al día de hoy sigue abierta. Y si no se trabaja
adecuadamente, esa herida permanecerá por siempre abierta, ocasionando dolor.
La desaparición forzada de personas es una de las más deleznables prácticas de
la guerra sucia. El dolor que instaura permanece infinitamente, porque no se
sabe el destino corrido por la persona desaparecida, lo cual eterniza la
espera, el duelo no resuelto, el sufrimiento.
"Buscar a la niñez desaparecida por
circunstancias de la guerra no es sólo, ni mucho menos, un esfuerzo de
investigación, sino sobre todo de acompañamiento de los sobrevivientes, a
efecto de que ese proceso de búsqueda se convierta en el inverso de la
estrategia militar, cual es: ¿Cómo hacer para devolver el control de la vida a
desaparecidos y familiares?", comenta la Liga de Higiene Mental. El
trabajo de acompañamiento psicológico es vital en esto.
Reconociendo
la importancia de todo ello, luego de la Firma de la Paz en 1996, con apoyo de
fondos de la cooperación internacional, distintas organizaciones no
gubernamentales de Guatemala se avocaron al trabajo de búsqueda de niñas y
niños desaparecidos durante la guerra, apuntando a reunirlos nuevamente con sus
familias de origen. Ello sirve como reparación psicológica del daño sufrido con
la separación, así como aporta un elemento que posibilita la búsqueda de
justicia, castigando a los culpables en cada caso.
No puede
omitirse decir que el Estado guatemalteco permaneció completamente ausente en
esta iniciativa de búsqueda. Solo algunas ONG's emprendieron la tarea. Fueron
11 en un inicio. Pero pasando el tiempo, solo la Liga
Guatemalteca de Higiene Mental, a través de su Programa
"Todos por el Reencuentro" permaneció firme en esa tarea, habiendo
logrado a la fecha casi 500 reencuentros de niñas/niños desaparecidos con sus
familias biológicas. "A lo largo de
20 años, el Programa "Todos por el Reencuentro" ha contribuido de
forma permanente a la preservación de la memoria histórica de lo ocurrido, así
como ha servido de medio para que las nuevas generaciones conozcan de forma
sana no sólo lo ocurrido, sino la lucha que llevan las familias de niñez
desaparecida por dignificar la memoria tanto de aquellos que hoy día aún se
buscan, como de las propias familias. ¡No olvidar es una manera de reparar el
dolor de las pérdidas!"
Dicho
programa de esta institución, que obtuvo varios reconocimientos nacionales e
internacionales y forma parte de la Coalición Internacional en Contra de la
Desaparición Forzada -ICAED- acaba de cumplir sus 20 años de labor
ininterrumpida. Para festejarlo, los días 25 y 26 de mayo se realizó una
asamblea de familiares de niñez desaparecida con la asistencia de alrededor de
150 personas, en Santa Cruz Verapaz, cerca de la ciudad de Cobán. Allí, masivamente
los asistentes, por unanimidad solicitaron seguir adelante con la iniciativa.
Como dato importante a mencionar, para dicho evento se recibieron distintos
saludos: de las Madres de Plaza de Mayo de Argentina, de organizaciones de
familiares de desaparecidos de Asia, de Europa, pero ni una sola mención por
parte de autoridades guatemaltecas.
El pedido
de los familiares de continuar incansablemente la búsqueda significa algo muy
importante: que de los 5,000 niñas y niños desaparecidos, visto que sólo se han
reencontrado alrededor de 1,000, es una imperiosa necesidad para seguir
reparando las heridas de la guerra continuar las averiguaciones hasta encontrar
respuestas. Lo patético es que el Estado, único responsable de esas
desapariciones, brilla por su ausencia en todo aspecto. Definitivamente, la
niñez desaparecida en Guatemala es una dolorosa y mortificante herida abierta.
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