Francisco, Adolfo Nicolás
y Ellacuría dejan claro que para responder a la realidad dramática de las
mayorías, se requiere una gran capacidad intelectual colectiva, un corazón que
ve y sabe captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, un
compromiso a favor de la justicia social y, sobre todo, un gran amor por los
excluidos del mundo. Esta es la materia más importante que debemos aprender en
la universidad y en la vida.
Carlos Ramírez Ayala* / ALAI
El papa Francisco. |
Uno de los encuentros más
cargados de afecto y cercanía que tuvo el papa Francisco en su visita a
Filipinas fue con unos treinta mil jóvenes reunidos en el campus de la
Pontificia y Real Universidad de Santo Tomás, fundada hace más de cuatrocientos
años por el dominico español Miguel de Benavides, tercer arzobispo de Manila.
Ahí el papa hizo dos preguntas de fundamental interés humano y universitario, y
dio una respuesta inusual, sorprendente y provocativa. Preguntó cuál es la
materia más importante a aprender en la universidad y cuál la más importante a
aprender en la vida. Es muy probable que la respuesta que dio el papa no sea la
que la mayoría de jóvenes pudiese pensar. Por lo general, se cree que a una
universidad se va a sacar un título, una profesión que posibilite mejores
condiciones de vida personal y que, de paso, también beneficie en algo a la
sociedad en que se vive. Y en lo que respecta a la vida, hay más preocupación
por aprender a sobrevivir, producir y consumir, que por vivir con alguna
profundidad humana. La vida, en gran medida, está configurada por el sistema
económico prevalente.
El papa ha dado una
respuesta provocativa, contracultural y que puede parecer poco académica. Ha
dicho que la materia más importante que hay que aprender en la universidad y en
la vida es el amor, aprender a amar, no solo a acumular información. Señaló que
hoy, con tantos medios, “estamos hiperinformados. Se tiene mucha
información, pero quizás no se sabe qué hacer con ella. Hay un riesgo de
convertirnos en ‘jóvenes museo’, que tienen de todo, pero no saben qué
hacer”. Añadió que no se necesitan jóvenes museo, sino jóvenes sabios. Asimismo,
recordó que para ser sabios en el aprendizaje del amor hay que usar tres tipos
de lenguaje: de la mente, del corazón y de las manos: “Pensar bien, sentir bien
y hacer bien”. Y hay que usar esos lenguajes de forma armoniosa, es decir,
“pensar lo que se siente y lo que se hace, sentir lo que pienso y lo que hago,
hacer lo que pienso y lo que siento”.
Desde una vida animada
por el amor, el papa planteó varios desafíos y prioridades: amar a los pobres
(sentir con ellos y aprender de su sabiduría), identificación con el
sufrimiento ajeno (no pasar de largo ante la realidad de hambre, abandono y
exclusión), dejarse amar (abrirse al amor de Dios y al amor de los otros),
aprender a recibir de la humildad de los que ayudamos (pobres, enfermos y
huérfanos tienen mucho que darnos), estar disponibles al misterio de Dios (que
rompe esquemas y nos pone en el camino de nuevas posibilidades de vida) y estar
atentos ante el desafío que nos plantea la problemática medioambiental (a sus
exigencias de respeto y cuidado).
Las palabras del papa
dirigidas a los jóvenes, entre ellos muchos universitarios, conectan a
cabalidad con las ideas del superior general de los jesuitas, Adolfo Nicolás,
al referirse a la formación de la persona íntegra e integral, a partir de cuatro
cualidades que empiezan con la letra “C”: consciente, competente, compasiva y
comprometida. Personas conscientes de sí mismas y del mundo en el que viven,
con sus dramas, pero también con sus gozos y esperanzas. Competentes para
afrontar los problemas técnicos, sociales y humanos. Compasivas para dejarse
afectar por el sufrimiento de los demás. Comprometidas con la causa de la
justicia y de los valores fundamentales que nos hacen más humanos. En pocas
palabras, se trata de cultivar en cada uno la mejor calidad humana.
Ignacio Ellacuría, filósofo y teólogo jesuita, asesinado en El Salvador en 1989. |
En un sentido más
estructural, el discurso de Francisco nos conecta también con el pensamiento de
Ignacio Ellacuría en lo que respecta a la necesidad de crear una nueva
civilización, “donde la pobreza ya no sería la privación de lo necesario y
fundamental debido a la acción histórica de grupos, clases sociales o naciones,
sino un estado universal de cosas en que estén garantizadas la satisfacción de
las necesidades fundamentales, la libertad de opciones personales y un ámbito
de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas
de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres,
consigo mismo y con Dios”. Ellacuría, desde su intensa actividad académica
universitaria de inspiración cristiana, propuso que el lugar teórico adecuado
para enfocar los grandes problemas del país, en orden a su interpretación
correcta y su solución práctica, es, en general, el de las mayorías oprimidas.
Para él, la existencia misma de esas personas constituye un desafío
inaplazable, tanto en lo teórico como en lo ético, a la institución
universitaria. Y de inmediato enfatiza que para entender ese desafío basta con
poner ante los ojos lo que son esas mayorías.
En 1988, en un discurso
pronunciado a propósito de un acto de graduación de la UCA, decía que la
construcción de una nueva sociedad “necesita de ingenieros que con tecnología
apropiada dominen y sujeten la naturaleza en beneficio de todos, especialmente
de los más pobres, para que esa naturaleza, sin ser destruida, sea cada vez más
humana y humanizadora (…) Necesita de economistas, de administradores de
empresas y de contadores públicos que trabajen por generar, administrar y
distribuir aquella riqueza de bienes y servicios que es requerida para que
todos tengan suficiente y a nadie falte lo necesario (…) Necesita de
especialistas en computación, químicos, psicólogos, sociólogos, filósofos,
letrados, juristas, políticos y de otras profesiones para que la sociedad se
enriquezca cultural y espiritualmente, para que se creen las condiciones
materiales de su desarrollo espiritual, se hagan leyes justas, se superen los
desajustes psicológicos, se oriente bien la opinión pública, se gobierne con
honestidad y eficiencia”.
Francisco, Adolfo Nicolás
y Ellacuría dejan claro que para responder a la realidad dramática de las
mayorías, se requiere una gran capacidad intelectual colectiva, un corazón que
ve y sabe captar las necesidades de los demás en lo más profundo de su ser, un
compromiso a favor de la justicia social y, sobre todo, un gran amor por los
excluidos del mundo. Esta es la materia más importante que debemos aprender en
la universidad y en la vida.
*Carlos Ayala
Ramírez es director de radio
YSUCA, El Salvador.
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