¿Que no entiende? Pero si
está clarito: un atentado terrible, la imagen de un monstruo asesino como Osama
Bin Laden que puede justificar cualquier cosa, una buena campaña mediática, y
las circunstancias están preparadas para lo que viene después. Como dijo la
Secretaria de Estado, Madeleine Albrigth: "Mc Donald's no puede expandirse
sin Mc Douglas, el fabricante de los aviones F-15."
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de Guatemala
Mire, doctor: todo lo que
le cuento es real. Le pido que me lo crea tal como se lo relato, ¿por qué
habría de mentirle?
En realidad, el italiano era
mi abuelo paterno; de Calabria. Mi papá ya nació aquí, y yo también, claro.
Aunque siempre mantuvimos el idioma; bueno, yo ya no tanto, pero todavía puedo
hablar bastante en dialecto siciliano. Y me defiendo aceptablemente en
italiano.
Pero, eso no importa. Lo
cierto es que yo, desde siempre, estuve en el medio de estas tormentas. ¡Usted
no se imagina lo que era vivir en esa familia! Siempre con sonrisitas, pero por
detrás una violencia que no tenía nombre…. Así me fui criando, entre mafiosos y
armas. Creo que sería tonto decir que me arrepiento. ¡Como si fuera posible
arrepentirse de la familia que uno tiene! La familia uno no la busca; le viene.
Por eso…. no creo que sea correcto planteárselo así, ¿no le parece, doctor?
Bueno, pero esa fue mi
historia, y nada podemos hacer ahora. Me acuerdo cuando era un jovencito –doce
o trece años habré tenido– y presencié por primera vez un asesinato. En
realidad no tenía nada que ver mi familia en ese caso, pero era por el barrio
donde vivíamos. Después ya me fui acostumbrando. Uno se acostumbra a todo,
¿vio, doctor? También a la muerte. No sabría decirle si hoy a mi me gustaría
matar a alguien; no lo sé. Pero, al menos, no me asusta pensar en que tengo que
volver a hacerlo.
En verdad, cuando hablo
de todo esto me agarra un poco de angustia. ¡Sí, de verdad! ¿Por qué no me
puedo angustiar yo también, doctor? Claro, usted pensará que porque soy un
asesino no me angustio. Mire, le voy a decir que yo tengo más moral que más de
uno de esos monstruos para los que trabajo. O que trabajé, mejor dicho; porque
ahora que ya no me necesitan, me abandonaron.
Culpa, culpa propiamente
dicha.... no, eso no siento. Siento, o más bien: sé, sé racionalmente que todo
lo que hice puede ser criticable. Pero mire, al fin y al cabo si uno se pone
exquisito y empieza a analizar bien las cosas encuentra que todo es criticable.
¿Cómo se hacen las grandes fortunas? Trabajando, seguro que no. ¿Cómo se hace
para volverse famoso? Por lo que yo he visto, vendiendo el alma al diablo. En
fin: todo se puede criticar. ¡Mire los comunistas! Se llenan la boca hablando
de pueblo, de igualdad, y los dirigentes viven en grandes palacios, con cuentas
secretas en los bancos suizos.
Pero nos vamos del tema.
Yo le decía, doctor, que no siento una particular culpa por todo lo que hice;
en todo caso tengo que confesarle que tengo.... resentimiento. Sí, eso:
re-sen-ti-mien-to. Por cómo me trataron, por cómo me usaron. Mire qué cínicos:
ahora que paso a ser un estorbo me dejan en un hospital psiquiátrico y me hacen
pasar por loco. ¡Y le aseguro que loco no estoy! Eso es lo que me molesta, lo
que me encoleriza. Haber participado en acciones secretas.... bueno, en sí
mismo eso no tiene nada de malo. Me encoleriza ver cómo se usa a la gente.
Será que uno, conforme se
pone más viejo, busca reflexionar un poco más sobre las cosas. No sé, no me
quiero hacer el filósofo, pero desde hace un tiempo vengo pensando, cada vez
más, en lo terrible que podemos llegar a ser los seres humanos. No sólo que
podemos llegar a ser; yo diría, peor aún: que somos. ¿Alguna vez se puso a
pensar en eso, doctor? Es para llorar, realmente.
Pero entiendo que a usted
no le interesan todas estas disquisiciones. Volviendo a mi caso, entonces, le
cuento que a los 16 años ya trabajaba como pusher. Fue mi hermano mayor el que
me dio esa responsabilidad; para ese entonces mi papá ya estaba muy enfermo y
casi no se ocupaba de los negocios.
De joven a mí no me
interesaba la política. Tampoco ahora, para ser franco. A decir verdad, si bien
trabajé por años para la CIA, nunca me interesó la política. ¿Vio, doctor, eso
que siempre se dice: que la política es sucia, es puro negocio? Bueno, es así.
Rotundamente se lo aseguro, yo que estuve más de treinta años ligado a ese
mundillo. Es lo peor que se puede concebir, peor que nosotros, los asesinos y
mafiosos. Pero, ya ni sé cómo, entré a ese mundillo.
Sucede que la sensación
que ahí se tiene es muy agradable. Es como con las drogas: una vez que uno
entra ya no quiere salir; no es que no pueda salir. No quiere. Yo conocí don
nadies que, una vez llegados a ese ámbito, daban su vida por seguir ahí. A mí,
para serle franco, nunca me fascinó. Me gustaba porque me permitía ganar mucho
dinero, ¡pero mucho!, sin tener que arriesgar tanto la vida como mis hermanos. Ellos
siguieron siempre en el hampa; en el hampa no legal, digamos: drogas, juego,
robo de vehículos. Yo, en cambio, hasta tuve pasaporte diplomático. Me acuerdo
que estuve en situaciones que, cuando luego lo contaba en familia, no se podía
creer: desayunos de trabajo con ministros de los paisuchos pobres, de
Latinoamérica casi siempre, veladas de gala con la crema, hasta un par de veces
cené con reyes: los de España y los de Suecia. Ah, también me vi algunas veces
con reyes africanos; pero esos no son reyes de verdad. A más de uno –me daba
risa– los nombramos reyes nosotros, con la Agencia.
Pero, bueno: todo eso no
le interesa…. eso creo, ¿no, doctor? Si le interesa puedo contarle con lujo de
detalles. De todos modos dejémoslo para después; supongo que tendremos mucho
tiempo para conversar. Como le decía: he visto cada cosa en mi trabajo que si
las cuento, estoy seguro que quien me escucha no las podría creer.
Claro, yo tenía un puesto
muy particular: fui, por más de diez años, encargado de operaciones especiales.
Le aseguro que no cualquiera llega a eso, no cualquiera. Y lo obtuve, ¡se lo
aseguro, doctor!, por mérito propio. Nunca fui de buscar mucho las
recomendaciones. Quizá pude subir tanto en la Agencia por un par de motivos que
no todos pueden manejar: mi facilidad para los idiomas, y mi sangre fría.
Sí, no se ría. Las dos
cosas ayudan, seguro. ¿Usted cuántos idiomas habla? Claro, me lo imaginaba:
como todos los ciudadanos de este país sólo habla inglés. Está bien, no hay por
qué buscar ser un erudito; ¡pero mire que somos cerrados los americanos! No
pasamos del inglés, la Coca-Cola y el Mc Donald's. En verdad no sé si me
considero un simple ciudadano americano. No, creo que no, aunque nací y me crié
aquí. Bueno, pero como le decía: por diversos motivos tuve la suerte de
aprender algunos idiomas, y nunca me costó. Ya en mi barrio, de chico, donde
convivía con gente de todas partes del mundo, chapuceaba español y árabe,
además del dialecto de mi familia. En realidad nunca fui buen alumno, para
ninguna materia, pero con los idiomas sí era talentoso. Así aprendí también un
poco de francés, y hasta algo de chino.
Y la otra cosa que me
ayudó a subir, como le decía, es mi sangre fría, mi tranquilidad en los
momentos difíciles. Así debe ser un agente encubierto; al menos eso nos
repetían hasta el hartazgo en los cursos en la Agencia. Me acuerdo una vez, en
Nicaragua, con el sandinismo, cuando tuve que neutralizar…… ¿cómo dice, doctor?
Sí: neutralizar es matar. Bueno, cuando tuve que matar a un dirigente comunista
de Cuba que estaba apoyando a los sandinistas, y se hospedaba en un hotel
lujoso. Así disimulaban, claro. Él era un instructor militar, muy bien
preparado, y como sabían que nosotros los veníamos siguiendo, para despistar,
haciéndose pasar por diplomático, paraba en un hotel cinco estrellas. Recuerdo
que me metí en su cuarto, lo ahogué en la tina del baño, y luego encargué la
cena, tranquilamente, haciéndome pasar por él. El problema fue cuando vino la
puta que había pedido a la habitación. Ya ni me acuerdo cómo manejé la
situación; lo cierto es que hasta hicimos el amor con el cadáver en el baño,
cenamos juntos, y luego pude despacharla sin que sospechara nada. Y nadie se
enteró del asunto hasta cuando, a la mañana siguiente, después de dormir como
un oso, yo ya había dejado el hotel. ¡Eso es sangre fría!
Me imagino que ustedes,
psiquiatras y psicólogos, no dirán "sangre fría". Ustedes me
llamarían, si no me equivoco, psicópata. Bueno, ¿qué le voy a decir? Si ese es
mi nombre científico, bienvenido. Es como las plantas: pobrecitas, ellas no
saben qué son. Son plantas nomás, aunque después las llamemos con nombres
rarísimos en latín. Nosotros, los que hacemos los trabajos sucios, somos
enfermos, pero ¿qué son los que firman los decretos para invadir un país, para
bombardear, para dar luz verde a una operación secreta? A esos, ningún médico
los diagnostica, ¿verdad?
Mire, doctor, le voy a
decir algo, y no crea que me estoy enojando con usted: en el mundillo político
que maneja este país, y me atrevo a decir aún: entre los empresarios
multimillonarios que son los que realmente mandan, usted va a encontrar que
está lleno de locos, maniáticos, sedientos de poder, insaciables. Se lo digo
con certeza, porque yo trabajé treinta años para ellos.
¿Vio que siempre se dijo
que Hitler era un chiflado, que eyaculaba de emoción escuchándose a sí mismo
cuando pronunciaba sus discursos? Bueno, mis patrones son más locos todavía.
Pero ellos son los que dirigen el mundo ahora, y nadie les va a hacer un
diagnóstico de psicopatía, o como se llame eso.
Los locos somos nosotros,
las pulguitas, los que hacemos los trabajos sucios. Somos locos cuando caemos
en desgracia, como yo ahora; antes era "un glorioso defensor de la
patria". ¡Da risa!
¿Cómo fue? Bueno,
prepárese a escuchar algo inverosímil, doctor.
¿Se acuerda de Frank
Carlucci? El fue Secretario de Defensa con Reagan, y antes, jefe de la CIA.
Dado que los dos somos de origen italiano, él, al saber de mí en la Agencia, al
saber de mi buena reputación laboral, de mi profesionalidad, me buscó. Para ese
entonces –hace ya más de quince años– yo ya era conocido por mi prolijidad para
los trabajos. Me tenía mucho aprecio, y tengo que reconocer que no me caía mal.
Por lo menos no era un estúpido fanático de la comida rápida, y muchas veces
compartíamos buena pasta con algún Chianti italiano. Sabía comer…
Bueno, como nos
entendíamos, nació una cierta camaradería que se mantuvo por años. Fue con él,
hace ya años, que conocí al que fuera Primer Ministro británico, John Mayor,
cuando manejábamos la Guerra del Golfo. Ellos como políticos, yo como operador
de la Agencia. Yo era el contacto para diagramar todas las noticias de CNN.
¡Qué manera de mentir! Bueno, así es mi trabajo.
Recuerdo que unos meses
antes de la guerra tuve ocasión de conocer en persona a Osama Bin Laden, pero
no por cuestiones militares directamente, sino por algo en relación a un
embarque de goma arábiga que hacía él para la Coca-Cola. Me acuerdo bien,
porque años después me volvería a llamar la atención la coincidencia, ya que
todo eso del embarque tenía que ver con una megaempresa, el Grupo Carlyle, a
quien también pertenecen Mayor y Carlucci. Y Bin Laden. Bueno, más bien el
Grupo Bin Laden, con sede en El Riad, Arabia Saudita, que está muy cerca,
aunque usted no me lo crea, doctor, de los republicanos.
Sí, doctor: así como lo
escucha. Creo que usted no me cree mucho de lo que le digo. Ahora bien: ¿qué
interés tendría yo en engañarlo a usted ahora? Sé que no estoy loco, pero
usted, de todas formas, va a tener que certificar que soy un demente, porque
grandes poderes se lo van a solicitar. Todo lo que le cuento es la pura y
descarnada verdad; pero como eso no conviene a peces gordos, yo tengo que salir
de escena. ¿Y qué mejor que internarme en un manicomio?
Sin embargo, ahora que ya
empecé a contarlo, quiero decírselo todo, doctor. Usted me cae bastante bien,
me parece un buen tipo: es de los que hablan sólo inglés y lleva a sus hijos
los domingos a comer a Mc Donald's. Pero, créame: me gusta la manera que tiene
de escucharme.
Bueno, este Grupo
Carlyle, al menos hasta donde yo sé, es un monstruo valuado en alrededor de
catorce mil millones de dólares. Se ocupa de todo un poco: lo forman otros
monstruos no menos enormes, como las United Defense Industries, de Virginia, la
Raytheon, con sede en Massachusetts, y la Bush Energy Oil Company, de Texas.
Ah, y también la Enron, esta empresa que acaba de estar en el tapete con motivo
de los famosos fraudes, ¿se acuerda, verdad?
Ya ve, doctor: no es para
andar jugando toda esta gente. Además, como le dije, están los árabes del Grupo
de Bin Laden. Estos, que no son ningunos estúpidos para hacer negocios, son
socios de la familia Bush; de hecho el hermano mayor de Osama, que se llamaba
Salem –y lo recuerdo porque a mí me tocó supervisar el peritaje que se hizo
cuando cayó el avión en que viajaba, y murió, en Houston, en el '93, porque se
pensaba que podía ser un atentado– fue el fundador de la Bush Energy Oil, con
el viejo Bush, el que fue vicepresidente con el vaquero Reagan, antes de ser
presidente y atacar Irak, allá en los '90. No sé exactamente de qué manera,
pero esa petrolera es algo así como subsidiaria de la Chevron/Texaco. ¡Todo en
grande, muy en grande!
Bueno, ese Grupo Carlyle,
come le decía, maneja mucha plata, y mucho poder, pero mucho. Para que vea:
fabrican, por medio de la Raytheon, los sistemas de guía para los misiles
Tomahawk, los sistemas de posicionamiento global por satélite, y también
sistemas integrados de radar para todas las fuerzas armadas del país. Se imagina
los dólares que puede mover todo eso, ¿verdad?
Además, la United
Defense, otro de sus brazos, fabrica los sistemas de lanzamiento de misiles
para la Marina y la Fuerza Aérea. O sea que los misiles Tomahawk, de Raytheon,
se lanzan desde plataformas fabricadas por United Defense instalados en cada
barco y submarino de la Marina y en la mayoría de los bombarderos B-52, B-1
Lancer y B-2 Spirit de la Aeronáutica.
¿Entiende, verdad? Todo
queda en casa. Además el Grupo Bin Laden fue el principal contratista civil
para la reconstrucción de Kuwait tras la Guerra del Golfo, y es en la
actualidad el contratista de ingeniería civil más grande en Medio Oriente,
siendo muy probable –ya no tengo esos datos– que quede como una de las
principales empresas encargadas de la reconstrucción de Irak.
Por supuesto que la
imagen de Osama es la del demonio tras los atentados del 9/11; pero es parte
del espectáculo, doctor, como siempre. Los negocios pueden tolerar –y hasta
necesitan– un poco de circo. Eso les da sabor.
Bueno, en realidad esto
de Bin Laden, aunque sabemos que puede estar bien montado, no fue algo tan
simple de digerir. Y ahí vienen mis problemas.
Los negocios son una
cosa, pero jugar con las personas es algo distinto. Y le quiero decir, doctor,
que han jugado con la CIA. Yo entiendo y acepto que el jefe es el jefe. Alguien
tiene que mandar, ¿no? Y los que no somos jefes tenemos que cumplir las
órdenes. Eso es general, no sólo dentro de la disciplina militar. También vale
para usted, doctor, que es un buen ciudadano y paga sus impuestos sin hacerle
daño a nadie. Mire: los poderosos ordenan, y la mayoría silenciosa cumplimos
los mandatos. Claro, cuando uno es agente encubierto de la CIA tiene la
sensación que es parte del mecanismo de poder, que las órdenes y el manejo del
mundo pasa por las manos de uno. Pero si se pone a pensar un poco ve que es un
minúsculo engranaje de una máquina tan compleja, tan enorme, tan despiadada,
que termina por asustarse. Lo que se ve, doctor, es que el poder es tan pero
tan lejano a nosotros, que mejor ni preguntarse esas cosas, para no terminar
llorando, o pegándose un tiro.
En un tiempo yo pensaba
que efectivamente todos éramos parte de la cadena, que cada uno de nosotros
ponía su granito de arena para la grandeza del país, y que todos gozábamos los
beneficios. ¡Qué complicado todo esto!, ¿no le parece? Pero los que ya peinamos
canas, si nos detenemos a pensar un poco, podemos ver la otra cara de la
moneda: vivimos para tomar Coca-Cola, comer Mc Donald's, y no pensar. Fundamentalmente
eso: no pensar. Por supuesto, mientras tengamos la refrigeradora llena y el
carro parqueado frente a la casa, ¿quién necesita pensar?
Pero a veces, en los
momentos difíciles, es bueno ponerse a pensar. Yo, ahora, estoy pasando un
momento muy difícil, como se dará cuenta. Por tanto, he estado reflexionando
mucho; estuve pensando cosas que antes jamás en toda mi vida había considerado.
Por ejemplo: ¿para qué y para quién trabajé treinta años?
Me entiende, ¿no, doctor?
¿Para quién trabajé toda mi vida? Para un grupo de ricachones que, cuando les
servía, me trataban bien, y cuando ya no les interesé, me neutralizan
metiéndome en una casa de locos. Es triste, pero es así.
Resulta que en la Agencia
teníamos información acerca de los atentados que se venían el once de
septiembre; lo sabíamos. Por mis manos pasaron los nombres de varios de los
suicidas. Creo que todos lo sabían. Mire, para darle un ejemplo, y siempre
hablando de negocios: la firma Morgan, Stanley, Dean, Witter & Compañía,
que me imagino debe conocer, ganó 1.2 millones de dólares, y más todavía
ganaron los de Merril Lynch –creo que como cinco millones y medio– mediante la
ejecución de una herramienta bursátil llamada Put Option con acciones de
American Airlines, dos semanas después de los atentados.
¿No entiende? Bueno, le
explico. El Put Option es una opción que cubre riesgos, así de simple. Si uno
compra una acción a un dólar y una semana después se la regresa al emisor y la
acción vale, digamos, ochenta centavos de dólar, el emisor está obligado a
pagarte los dos centavos de diferencia más el dólar que le costó la acción.
Este es una herramienta financiera usada por muchas compañías dentro de NASDAQ
y la NYSE para agenciarse de capital fresco. Pero aquí viene lo sorprendente:
ambas compañías que le mencioné, doctor, estaban localizadas en las torres
gemelas –una en cada torre–. Curiosamente ambas habían comparado acciones de
American Airlines entre el 6 y el 10 de septiembre mediante Put Options, y
ambas se las volvieron a vender a la aerolínea mediante la ejecución del
contrato entre el 29 de septiembre y el 10 de octubre, cuando el valor de la
acción había caído casi un cuarenta por ciento. Otra cosa llamativa es que el día
del atentado, ninguno de los altos ejecutivos de ninguna de las dos compañías
se encontraban en sus oficinas a la hora del ataque. Llamativo, demasiado
coincidente, ¿verdad?
Bueno, por lo que se ve,
había mucha gente que sabía lo que iba a suceder. Yo, varios meses atrás,
cuando veía que se venía encima el atentado, hice algo que –ahora me doy
cuenta– fue muy osado: al no encontrar todo el eco que esperaba en mis jefes de
la Agencia, acudí a Carlucci. Pensaba que, dada la confianza que había y el aprecio
que él me tenía, iba a sorprenderse con lo que le contaba, e iba a reaccionar
haciendo algo. Pero no sabía lo que me esperaba.
Él, como le dije hace un
rato, es un alto ejecutivo del Grupo Carlyle, por lo que sabía, o supongo que
sabía, lo que se había tramado. Algún tiempo después me di cuenta de todo;
recuerdo que un año atrás, más o menos, había leído un documento de una
Fundación que apoya a los republicanos donde decía que necesitamos "algún
hecho catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor". Ya estaba
todo planificado, doctor, ¡todo!
¿Que no entiende? Pero si
está clarito: un atentado terrible, la imagen de un monstruo asesino como Osama
Bin Laden que puede justificar cualquier cosa, una buena campaña mediática, y
las circunstancias están preparadas para lo que viene después. Como dijo la
Secretaria de Estado, Madeleine Albrigth: "Mc Donald's no puede expandirse
sin Mc Douglas, el fabricante de los aviones F-15." Es decir: ya tenemos
el nuevo Pearl Harbor para ir a buscar el petróleo de Hussein; y de paso, en la
operación, se gastan unos cuantos milloncitos en los equipos que fabrican los
amigos. ¿Entiende ahora, doctor?
Mire: en realidad no es
ni mejor ni peor que tantas acciones en las que me tocó intervenir. La
diferencia, quizá, está en el volumen de dinero que se mueve aquí; pero en lo
sustancial no es muy distinto de lo que hice toda mi vida, o de lo que siguen
haciendo mis hermanos en el Bronx. El error de cálculo que tuve fue pensar que
la Agencia tiene más poder del que tiene. Hasta el momento en que fui a ver a
Carlucci pensaba que de verdad importábamos como mecanismo de control, que
éramos una policía especializada muy tenida en cuenta. Pero me encontré con que
no es así.
Cuando los que mandan de
verdad –gente como los del Grupo Carlyle– nos necesitan, nos llaman urgente.
Pero nosotros no contamos en la fiesta. Ahora que yo creía que estaba
cumpliendo a la perfección mi trabajo de detective, que habíamos descubierto un
plan delictivo y lo podíamos detener a tiempo, veo que los delincuentes no son
los árabes terroristas, sino mis propios jefes. ¡Me indignó, doctor! Sí, me
indignó profundamente. Y no pude contener la cólera. Recuerdo que ya me empecé
a desesperar luego de la entrevista con Carlucci; me recibió apenas unos
minutos en su oficina, y hasta llegó a decirme que yo estaba exagerando. ¡Se
imagina! Alguien que fue director de la Agencia, que conoce a cabalidad el
trabajo, que sabe que en estas cosas ninguna exageración es grande…. Ya desde
ese momento algo me olió mal, y empecé a adentrarme un poco más en el tema.
Cuando tuve más claro de qué se trataba, no pude evitarlo y generé esa
entrevista con los periodistas franceses para contarles todo.
Mire, a esta altura de mi
vida y habiendo trabajado tres décadas en la CIA, ya no me puedo tomar en serio
eso de la defensa de la patria. ¿Qué es la patria, doctor? Se puede defender
–como dijo la Albrigth– a Mc Donald's; eso es concreto. Y para eso están los
F-15, y todos los arsenales que se le puedan ocurrir. Y para eso estamos
nosotros, los asesinos bien preparados de la Agencia, fríos y calculadores.
Pero ¿defender la patria? Alguna vez me lo creí en serio, se lo juro. Yo
combatí en Vietnam, y me sentía orgulloso de defender la bandera patria. Pero
ya estoy viejo, ya mentí mucho en mi vida, ya vi lo que es el poder, y no puedo
tomarme en serio todo eso, doctor. Está bien para enseñárselo a los niños en la
escuela, pero no a los 57 años de edad.
Además…. no me aguanté
que se menospreciara de tal forma nuestro trabajo, mi trabajo. Menos aún por
uno de los nuestros, por un tipo que fue jefe de la Agencia. ¡No lo soporté!, y
decidí hablar.
Aquí están las
consecuencias.
-Este relato forma parte del libro de cuentos "Rubicunda", del autor Marcelo Colussi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario