En los
últimos 34 años he tratado de estudiar el terrorismo de estado en Guatemala con
la mayor frialdad y objetividad posibles. No albergo ningún odio por la
terrible experiencia que mi familia y yo vivimos en aquellos aciagos días de
1980. Mi padre siempre me inculcó que el enemigo era social no personal.
Desde
Puebla, México
El
2 de octubre de 2014, efemérides inolvidable en México, tuve una de las
experiencias más importantes de mi vida. Comparecí como perito en el juicio por
el incendio de la Embajada de España en Guatemala el 31 de enero de 1980. El
acusado es el ex jefe policiaco Pedro García Arredondo. Quimy de León de Prensa
Comunitaria me envió fotos de tan memorable acontecimiento para mí. En ellas se
pueden ver diversas imágenes del juicio entre ellas a la fiscalía y a los
adherentes querellantes entre los cuales está Rigoberta Menchú Tum. Y
también los abogados de la defensa y
Pedro García Arredondo.
Ver
a García Arredondo en el banquillo de los acusados fue para mí una experiencia
conmovedora. De acuerdo al testimonio que alguna vez me dio el inolvidable
Elías Barahona (infiltrado insurgente en el Ministerio de Gobernación), el
asesinato de mis padres Carlos y Edna el 6 de junio de 1980, fue una orden del
alto mando del ejército que instrumentó el entonces Ministro de Gobernación
Donaldo Álvarez Ruiz a través de los jefes policiacos Manuel Valiente Téllez y
Pedro García Arredondo. Hoy Valiente Tellez está muerto, García Arredondo
encarcelado y Álvarez Ruiz vive prófugo y miserable. El hecho de la posible
implicación de García Arredondo en el asesinato de mis padres, indudablemente
no influyó en mi peritaje. En los últimos 34 años he tratado de estudiar el
terrorismo de estado en Guatemala con la mayor frialdad y objetividad posibles.
No albergo ningún odio por la terrible experiencia que mi familia y yo vivimos
en aquellos aciagos días de 1980. Mi padre siempre me inculcó que el enemigo
era social no personal.
Lo
que me sucedió en el juicio fue más bien una suerte de conmiseración. Pude ver
al terrible esbirro que fue García Arredondo, avejentado, disminuido. En uno de
los recesos del juicio aquel 2 de octubre, una joven mujer y un hombre también
joven (probablemente sus hijos) se le acercaron y con ternura lo acariciaron y
abrazaron. Y me fue inevitable evocar el planteamiento de Hanah Arendt acerca
de la banalidad del mal. Pude observar la mirada del otrora temible García
Arredondo mientras yo comparecía. A diferencia de sus abogados, García
Arredondo parecía no entender lo que yo explicaba. Su mirada se perdía en el
vacío y su cabeza parecía estar en otro lado.
Ese
día de lejos pude ver a la parte de Guatemala que se ensangrentó las manos
defendiéndolos intereses de un puñado de expoliadores. También pude ver a la
otra Guatemala, aquella que levanta la Memoria, la Verdad y la Justicia. Abracé
a Rigoberta y también a Elías Barahona quien con un pie en la tumba tuvo la
fortaleza espiritual para ese mismo día rendir su testimonio.
Y
salí de la Torre de los tribunales en Guatemala con paz y serenidad. Sin ánimo
de venganza ni dolor desgarrador. Más bien salí feliz, feliz porque mi quehacer
académico ha servido de algo.
Es
lo que hubieran querido mis padres. Y es lo que hoy comparte mi familia.
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