Este periodo también es un parteaguas para los gobiernos que han dado en
llamarse progresistas, aunque también lo será para los conservadores. La nueva
coyuntura está afectando a las economías más importantes.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
Hace poco más de una década, en los
albores de los gobiernos progresistas del Cono Sur, medios de izquierda,
analistas y dirigentes comenzaron a nombrarlos como “gobiernos en disputa”. Con
dicho aserto pretendían dar cuenta de la heterogénea composición de gabinetes
que contenían una doble orientación: progresistas y conservadores amalgamados
en un mismo Ejecutivo. Era el modo, se dijo, de asegurar mayorías parlamentarias
para asentar la gobernabilidad, sobre todo en el caso de Brasil, donde el
Partido de los Trabajadores no alcanzaba siquiera un quinto de la
representación parlamentaria.
Han pasado más de 10 años
y ya no es posible seguir hablando de “gobiernos en disputa”. Más que el
desgastante paso del tiempo, pesan en la nueva situación las consecuencias de
la crisis de 2008 y, de modo muy particular, la ofensiva de Estados Unidos
contra el BRICS, centrada por ahora en Rusia con la caída estrepitosa de los
precios del petróleo como arma arrojadiza.
Atravesamos un cambio de
ciclo, un nuevo clima económico y geopolítico. Si es cierto que 2015 registrará
“el colapso completo del mundo occidental como lo hemos conocido desde 1945”,
como pronostica el Laboratorio Europeo de Anticipación Política, vendrá de la
mano de “un enorme huracán que agitará y hará temblar el planeta entero” (Geab
No. 90, 15/12/14). La descomposición del sistema de gobernanza mundial de
los precios del petróleo es apenas una de las más desastrosas consecuencias de
dicho huracán.
De ello se derivan un par
de consecuencias. La primera es que la guerra es una posibilidad real. No ya la
guerra de agresión de una gran potencia contra pequeños estados periféricos,
como viene sucediendo desde hace largo tiempo (Cuba, Vietnam y Nicaragua
durante la guerra fría; Afganistán, Irak y Siria ahora), sino una guerra
entre potencias, guerra mundial o guerra nuclear.
La segunda es que la
potencia dominante no cederá su lugar sin pelear, y Occidente no dejará que
Asia ocupe el lugar que le corresponde sin intentar antes hundir el Titánic,
con la vana esperanza de que los pasajeros de primera clase se precipiten
al mar después que los de tercera. Las clases dominantes también tienen sus
utopías y en los momentos más difíciles suelen reflotarlas.
El mundo camina hacia el
caos sistémico, de modo inexorable, y de ese caos puede salir un mundo mejor
que el actual. En varias ocasiones hemos mencionado el papel que le cabe a los
movimientos, a los pueblos organizados, en este periodo. Es evidente que aún no
estamos preparados para enfrentar semejante perspectiva.
Este periodo también es
un parteaguas para los gobiernos que han dado en llamarse progresistas, aunque
también lo será para los conservadores. La nueva coyuntura está afectando a las
economías más importantes. Brasil registra estancamiento general y fuerte
retroceso industrial, agravado por el hundimiento del valor de mercado de
Petrobras, la empresa más importante del país, cuyo desgobierno estratégico amenaza
con arrastrar los proyectos de largo plazo del país. Es cierto que no todo lo
que sucede con la empresa es responsabilidad del gobierno, pero la gestión de
Dilma Rousseff no atina a resolver la situación.
En Argentina el contexto
global lleva a una caída de 3 por ciento de la actividad económica, la
destrucción de puestos de trabajo y un deterioro del poder adquisitivo de los
salarios del orden de 10 por ciento, según el economista y diputado Claudio
Lozano ( Sinpermiso, 4/1/15). Según Lozano, pese a los esfuerzos del
gobierno el año pasado se cerró con un millón y medio más de pobres y medio
millón más de indigentes.
Es evidente que las cosas
no van a mejorar en lo inmediato. Estamos ante un momento crucial, de virajes,
en el que se imponen cambios estructurales, un golpe de timón contra el capital
financiero que es responsable de las dificultades mencionadas. Por eso llama la
atención el nuevo gabinete que Rousseff estrenó el primero de enero. Dos de los
cargos claves son una pesadilla. Joaquim Levy en Hacienda y Katia Abreu en
Agricultura.
Levy es un economista
neoliberal con larga experiencia en instituciones financieras internacionales y
privadas, fue director del Bradesco Asset Management, de 1992 a 1999 trabajó en
el Fondo Monetario Internacional y de 1999 a 2000 fue economista visitante del
Banco Central Europeo. Su prioridad es un ajuste fiscal y la reducción de la
inflación.
La ministra Abreu es la
principal defensora del agronegocio en Brasil. Dirigió la Confederación
Nacional de Agricultura, que agrupa a un millón de productores rurales. Para el
Movimiento Sin Tierra, su nominación “es una señal clara y explícita de que en
este nuevo mandato los pueblos indígenas, comunidades afros y los sin tierra
continuarán siendo tratados como trabas para el desarrollo que deben ser
superadas para retomar el crecimiento” (MST, 29/12/14).
El ministro de Deporte,
pastor George Hilton, fue detenido con 11 maletas con dinero en un taxi aéreo,
y ya cosechó el rechazo de buena parte de los deportistas. Gilberto Kassab,
ministro de Ciudades, finalizó su mandato en São Paulo con la peor evaluación
en décadas. Cid Gomes, ministro de Educación, del Partido Republicano del Orden
Social (PROS), saltó a la fama cuando era gobernador de Pará, al declarar a los
profesores en huelga que “el que quiera mejor salario se vaya a la educación
privada” ( IG, 28/8/11).
Hay más. Eliseu Padilha,
ministro de Aviación Civil, fue acusado por desvío de dinero de la merienda
escolar; Edinho Araújo, de Puertos, tuvo sus derechos políticos suspendidos por
“inmoralidad administrativa” durante su gestión en un municipio de São Paulo.
Se dice que son opciones forzadas por la “correlación de fuerzas”. Un
argumento que vale para todo, menos para la ética y la coherencia. Habrá
conflictos en Brasil en los próximos años. Los que siguen hablando de “gobierno
en disputa” dirán que los manifestantes le hacen el juego a la derecha. ¿Qué
derecha?
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