En periodos de
inestabilidades y crisis es cuando la actividad de los movimientos puede
influir de modo más eficaz en el rediseño del mundo. Es una ventana de
oportunidades necesariamente breve en el tiempo. Es durante estas tormentas y
no en los periodos de calma cuando la actividad humana puede modificar el curso
de los acontecimientos. De ahí la importancia del actual periodo.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
La geopolítica nos ayuda
a comprender el mundo en que vivimos, en particular en periodos turbulentos
como los actuales, cuya principal característica es la inestabilidad global y
la sucesión de cambios y oscilaciones permanentes. Pero la geopolítica tiene
sus límites para abordar la actividad de los movimientos antisistémicos. Nos
proporciona una lectura del escenario sobre el que actúan, lo que no es poco,
pero no puede ser la inspiración central de las luchas emancipatorias.
A mi modo de ver, ha sido
Immanuel Wallerstein quien ha conseguido bordar de la manera más precisa la
relación entre caos en el sistema-mundo y su transformación revolucionaria por
los movimientos. En su artículo más reciente, titulado “Es doloroso vivir en medio del caos”, destaca que el
sistema-mundo se está autodestruyendo al coexistir 10 a 12 poderes con
capacidad para actuar de forma autónoma. Estamos en medio del tránsito del
mundo unipolar a otro multipolar, un proceso necesariamente caótico.
En periodos de
inestabilidades y crisis es cuando la actividad de los movimientos puede
influir de modo más eficaz en el rediseño del mundo. Es una ventana de
oportunidades necesariamente breve en el tiempo. Es durante estas tormentas y
no en los periodos de calma cuando la actividad humana puede modificar el curso
de los acontecimientos. De ahí la importancia del actual periodo.
Algunos de sus trabajos
publicados en la colección El Mundo del Siglo XXI, dirigida por Pablo González
Casanova, abordan la relación entre caos sistémico y transiciones hacia un
nuevo sistema-mundo (Después del liberalismo e Impensar las ciencias
sociales, Siglo XXI, 1996 y 1998). En Marx y el subdesarrollo, publicado
en inglés en 1985, hace ya tres décadas, advierte sobre la necesidad de
“repensar nuestra metáfora de transición”, ya que desde el siglo XIX hemos
estado enredados en el debate entre las vías evolutivas frente a las
revolucionarias para llegar al poder.
Creo que el punto más
polémico, y a la vez el más convincente, es su afirmación de que hemos creído
que una transición es “un fenómeno que puede controlarse” (Impensar las
ciencias sociales, p. 186). Si la transición sólo puede producirse como
consecuencia de una bifurcación en un sistema en situación de caos, como
señalan los científicos de la complejidad, pretender dirigirla es tanto ilusión
como riesgo de relegitimar el orden en descomposición si se accede al poder
estatal.
Lo anterior no quiere
decir que no podamos hacer nada. Todo lo contrario. “Debemos perder el miedo a
una transición que toma el aspecto de derrumbamiento, de desintegración, la
cual es desordenada, en cierto modo puede ser anárquica, pero no necesariamente
desastrosa”, escribió Wallerstein en el citado texto. Agrega que las
revoluciones pueden hacer su mejor trabajo al promover el derrumbe del sistema.
Esta sería una primera
forma de influir en la transición: agudizar el derrumbe, potenciar el caos.
Como el propio autor reconoce, un periodo de caos es doloroso, pero puede ser
también fecundo. Más aún: la transición a un nuevo orden es siempre dolorosa,
porque somos parte de lo que se derrumba. Pensar en transiciones lineales y
sosegadas es un tributo a la ideología del progreso.
Después de 1994
comenzamos a conocer el segundo modo de influir en la transición, que nos
permitió enriquecer las consideraciones anteriores. Se trata de la creación,
aquí y ahora, de un mundo nuevo; no como prefiguración, sino como realidad
concreta. Me refiero a la experiencia zapatista. Creo que ambos modos de influir
(derrumbe y creación) son complementarios.
El zapatismo ha creado un
mundo nuevo en los territorios donde se asienta. No es “el” mundo que
imaginamos en nuestra vieja metáfora de la transición: un Estado-nación donde
se construye una totalidad simétrica a la capitalista que pretende ser su
negación. Pero este mundo tiene, si entendí algo de lo que nos enseñaron las
bases de apoyo durante la escuelita, todos los ingredientes del mundo
nuevo: desde escuelas y clínicas hasta formas autónomas de gobierno y de
producción.
Cuando el caos sistémico
se profundice, este nuevo mundo creado por el zapatismo será una referencia
ineludible para los de abajo. Muchos no creen que el caos sistémico pueda
profundizarse. Sin embargo, tenemos por delante un panorama de guerras
interestatales e intraestatales, que se suman a la “cuarta guerra mundial” en
curso del capital contra los pueblos. Estas son algunas situaciones caóticas
que avizoramos. Que pueden coincidir, en un mismo periodo, con el caos
climático en desarrollo y el “caos sanitario”, según la previsión de la OMS de
la próxima e inevitable caducidad de los antibióticos.
En la historia, las
grandes revoluciones se produjeron en medio de guerras y conflictos espantosos,
como reacción desde abajo cuando todo se derrumbaba. Durante la guerra fría se
difundió la hipótesis de que los contendientes no usarían armas nucleares que
aseguraban la destrucción mutua. Hoy ya son pocos los que apostarían en ese
sentido.
Ante nosotros está
naciendo una nueva metáfora de la transición posible: cuando el sistema-mundo
comience a desintegrarse generando tsunamis de caos, los pueblos deberán
defender la vida y reconstruirla. Al hacerlo, es probable que adopten el tipo
de construcciones creadas por los zapatistas. Así sucedió en las largas
transiciones de la antigüedad al feudalismo y del feudalismo al capitalismo. En
medio del caos, los pueblos suelen apostar por principios de orden, como lo son
algunas comunidades indígenas de nuestros días.
Algo de eso ya está
sucediendo. Algunas familias priístas acuden a las clínicas de los caracoles
y otras buscan en las juntas de buen gobierno solución justa a sus
conflictos. Nunca los pueblos se han pasado en masa a las alternativas
sistémicas. Un día lo hace una familia, luego otra, y así. Estamos transitando
hacia un mundo nuevo, en medio del dolor y la destrucción.
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