En la reconfiguración
del sistema internacional, que avanza hacia la construcción del mundo
multipolar, México y Centroamérica se perfilan como una región de disputa para
las grandes potencias y bloques comerciales por su privilegiada ubicación
geográfica y su disponibilidad de recursos energéticos.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
Los presidentes Luis Guillermo Solís y Xi Jinping, durante la firma de acuerdos entre Costa Rica y China. |
En lo inmediato, esta
revalorización estratégica se expresa con toda claridad en el pulso que
mantienen la diplomacia de China y los Estados Unidos, con el propósito de
posicionar de manera privilegiada sus intereses económicos y geopolíticos por
medio acuerdos de inversión, obras de infraestructura, apoyo logístico y
reforzamiento de los vínculos políticos. Así lo evidencian algunos
acontecimientos relevantes de estos primeros días del 2015: por ejemplo, las
visitas de los presidentes Enrique Peña Nieto, de México, y Luis Guillermo
Solís, de Costa Rica, a Washington y Pekín, respectivamente; a lo que habría
que sumar, como elementos de contexto, el acercamiento entre Estados Unidos y
Cuba, con miras a normalizar sus relaciones, y el inicio de las obras del Gran
Canal de Nicaragua por parte de una empresa de capital chino.
Uno de estos gigantes,
China, se encuentra en pleno ascenso hegemónico y busca posicionarse como un
aliado benefactor, con inversiones millonarias y casi faraónicas, para impulsar
el desarrollo material de sus socios, y por supuesto, con el objetivo de
proveerse de recursos, materias primas y vías de transporte para garantizar el
crecimiento de su economía.
Al gobierno chino poco
parece importarle la orientación ideológica de sus contrapartes, y en Costa
Rica igual ha negociado con la derecha que gobernó entre 2006 y 2014, como con
la actual administración que intenta navegar en el centro del espectro
político. Durante la reciente visita del presidente Solís a su homólogo Xi
Jinping, ambos mandatarios pactaron la creación de una Zona
Económica Especial en Puntarenas, en la costa del Pacífico de Costa Rica,
que facilitará la instalación de empresas de capital chino, bajo el esquema de
zona franca (exenciones fiscales y otro beneficios) y la creación de empleos en
una de las provincias más pobres del país. Esta zona económica, pensada para
conformar engranajes de producción y negocios para la inversiones chinas en
Centroamérica, podría convertirse -en el mediano y largo plazo- en uno de los
puntos clave en las actividades que generen el Gran Canal de Nicaragua (si
sortea los obstáculos que ya empiezan a aparecer) y el Puerto de Mariel en
Cuba; como explica el analista brasileño
Emir Sader, la consolidación de un eje marítimo y comercial como
este no solo potenciaría la expansión política y comercial brasileña y china,
sino que además confirmaría la presencia del gigante asiático “en el corazón de
América Latina y el Caribe”, algo que han venido apuntalando en la última década.
Por su parte, el otro
gigante que gravita sobre la región, Estados Unidos, intenta paliar su crisis
hegemónica y la decadencia imperial aferrándose a su principal espacio
geográfico y económico cautivo: México exporta el 77,6% de sus productos y
bienes de consumo a su vecino del norte, lo que habla de un proceso de disolución de México en los Estados Unidos,
al punto de que “los 10 estados fronterizos de ambas naciones equivalen a la
cuarta economía del mundo” (La Jornada, 07-01-2014). En la reunión que sostuvieron los
presidentes Peña Nieto y Obama, y sus respectivos asesores, ambos gobiernos
emitieron un documento con resoluciones en materia de comercio transfronterizo,
transporte aéreo y marítimo, y aumento de la capacidad de los puertos de
entrada de mercancías, que aspiran a convertir a Norteamérica “en el epicentro
energético” del siglo XXI y en “una región de crecimiento y la región más
competitiva del mundo” (La Jornada, 07-01-2014).
Frente a la apuesta de
China por hacer de Centroamérica uno de sus puntales para el comercio en la
región Asia-Pacífico, Estados Unidos enfila sus baterías para consumar la
dominación política y económica de México (un proyecto que las élites mexicanas
bendicen con su alegre genuflexión), y con ello, garantizarse la explotación prácticamente
ilimitada de sus recursos, mientras el país se desploma institucionalmente y la
sociedad se desangra en medio de la corrupción de las fuerzas de seguridad del
Estado y las guerras entre cárteles del narcotráfico.
En este ajedrez
geopolítico de los gigantes, cuyo pragmatismo parece dejar a nuestros países el
papel de peones intercambiables en medio de una partida cuyas estrategias
intentamos descifrar, pero de las que todavía no comprendemos su real magnitud
y sus alcances, hay una pregunta de fondo nos emplaza: ¿cuánto contribuyen
estos acuerdos y proyectos –chinos o estadounidenses- a construir alternativas a las modalidades de desarrollo
históricamente dominantes en México y Centroamérica, exacerbadas por el
neoliberalismo durante más de un cuarto de siglo, con las nefastas
consecuencias sociales y políticas que conocemos y sufrimos hasta nuestros días?
Las élites políticas
pactan, pero la voz de los pueblos todavía está por escucharse. Cuando eso
ocurra, quizás encontraremos respuestas para esa interrogante.
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