El gran
argumento neoliberal fue que la privatización y la mercantilización aumentaría
la eficacia productiva. Esta sería el sustento de la prosperidad de la sociedad
en general. La realidad es otra.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial
para Con Nuestra América
Desde
Puebla, México
He
leído sin parar uno de los libros del
geógrafo inglés David Harvey. Se trata de Breve
historia del neoliberalismo (2005), el cual vendría a ser un
antecedente fundamental del libro de Naomi Klein, La Doctrina del Shock (2007). Al igual
que lo haría Klein, Harvey interpreta el
surgimiento y posterior auge de un capitalismo al cual llama “capitalismo
desembridado”. Es decir el capitalismo que galopa cual caballo desbocado y en
su estampida arrasa a la humanidad y al medio ambiente.
Durante
un período efímero (unas cuatro décadas) en el primer mundo, en su historia de aproximadamente 500 años,
el capitalismo tuvo riendas y estas fueron las que le dio el capitalismo
fordista y keynesiano: rectoría del Estado, sindicatos, seguridad social,
medidas redistributivas, pleno empleo, salarios etc. Fue el capitalismo de la
socialdemocracia clásica antes de que fuera arrasada por el neoliberalismo y
fuera desvirtuada por Clinton en Estados Unidos de América y Blair en el Reino
Unido. Desde Pinochet en Chile, en el
plan piloto del neoliberalismo, y
después con Thatcher y Reagan, el capitalismo inició su neoliberal etapa desbocada. Fue la
crisis y fracaso del capitalismo socialdemócrata y del socialismo real, lo que fundamentaría el auge neoliberal que
hemos observado en los últimos 35 años.
Durante este tiempo, los países centrales del capitalismo, aquellos que alguna
vez fueron parte del campo socialista y todos los de la periferia capitalista
(muchos de los cuales nunca vivieron el capitalismo socialdemócrata), entraron
en la loca carrera neoliberal.
Lo
que el libro de Harvey confirma, puesto que ha sido constatado por otros
analistas del capitalismo a nivel mundial, es el fracaso global del
neoliberalismo. El gran argumento neoliberal fue que la privatización y la
mercantilización aumentaría la eficacia productiva. Esta sería el sustento de
la prosperidad de la sociedad en general. La realidad es otra. Durante las
décadas de 1960 y 1970, las tasas promedio de crecimiento global fueron de 3.5
y 2.4% respectivamente. En la década que comenzó en 1980 fue de 1.4, en la de 1990 llegó a 1.1 y en la primera
década del siglo XXI apenas ha llegado
al 1% o probablemente menos como consecuencia de la crisis mundial iniciada en
2008.
Ciertamente
el capitalismo ha sido fructífero para acrecentar la riqueza de las grandes
cúspides capitalistas en el mundo. O para crear burguesías en donde no las
había (por ejemplo en Rusia y China) como lo demuestra la existencia en China
de un millón de millonarios (más de 15 millones de dólares) y 63,500
multimillonarios (más de 150 millones de dólares). Pero salvo en China e
India, ha aumentado la desigualdad y la
pobreza en todo el mundo. En lo único en que ha sido exitoso el neoliberalismo
es en lo ideológico: la zanahoria del éxito individual y el aliciente del consumo
impera en los que tienen la suerte de tener un empleo. Para todos los demás
está la labor estupidizante de los
grandes medios de comunicación.
He
aquí pues los magros saldos de la gran mentira neoliberal.
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