Es un logro para la
revolución cubana que, tras medio siglo de enfrentamiento, Estados Unidos
reconozca, primero, el fracaso del bloqueo y, de manera implícita, la dignidad
de un pueblo que ha sabido permanecer firme a sus principios y convicciones.
Marcos Roitman Rosenmann / LA JORNADA
Son muchos los que durante
décadas han vaticinado el fin de la revolución cubana. No han faltado
argumentos. En tiempos de la guerra fría se tildó al régimen de ser un
títere de la Unión Soviética. Tras la caída del muro de Berlín, y la
desarticulación del bloque del este, Cuba se consideró un anacronismo
histórico. No tenía cabida en la nueva era de la globalización. Sin apoyos
exteriores, la revolución llegaría, sin pena ni gloria, a un callejón sin
salida. Moriría y con ello su ideario. Su existencia sería un mal recuerdo en
medio de un caos económico, social y político. Cuba entraría a la comunidad
internacional con la cabeza gacha y reconociendo su fracaso. Los agoreros
intuían un proceso similar al seguido por Rumania, Polonia, Hungría, Bulgaria o
la desarticulada URSS. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre
Cuba y Estados Unidos pone en evidencia lo estrecho de un planteamiento como el
descrito, mantenido durante medio siglo articulando la política exterior de
Estados Unidos.
Sin embargo, nada de ello
ocurrió, a pesar de no tener Cuba el viento a favor. El producto interno bruto
descendió 70% a principios de los años 90. El periodo especial fue un
balde de agua fría. El racionamiento, la dificultad de obtener combustible, los
precios internacionales del azúcar y el tabaco, amén de un comercio
internacional que exigía el pago en efectivo, dejaba poco lugar a la esperanza.
El diagnóstico era pesimista. El enfermo se moriría irremediablemente. Desde
Estados Unidos, el lobby anticubano, se frotaba las manos. Nuevas leyes
se unieron al embargo y el bloqueo existente desde 1964. Primero, en 1992,
durante el gobierno de Bush padre, se aprueba la ley Torricelli, que intentó
dar el golpe de gracia a la economía cubana, prohibiendo el comercio de
subsidiarias estadunidenses afincadas en terceros países, y prohibiendo tocar
puertos estadounidenses a barcos que previamente, con fines comerciales, lo hubiesen
hecho en puertos cubanos. Y en segundo lugar, durante el mandato del demócrata
Bill Clinton, en 1996, dando vía libre a la ley Helms-Burton, conocida como
“ley para la libertad y solidaridad cubana”. Dicha ley, como la anterior, aún
vigente, contempla la negativa de créditos y ayuda financiera a países y
organizaciones que favorezcan o promuevan la cooperación con Cuba. Sus efectos
se hacen sentir en sectores como la sanidad, dado las patentes en manos de las
farmacéuticas estadunidenses; el alimentario, el financiero o el tecnológico.
Son múltiples los medicamentos pediátricos y cardiovasculares que no están a
disposición de los centros médicos, condenando a la muerte a niños con
enfermedades que requieren dichos fármacos para su tratamiento.
Ningún otro proyecto
político en América Latina, democrático, antimperialista, nacionalista y
socialista, ha sido atacado con tanta virulencia por Estados Unidos y sus
aliados regionales. En este sentido, Cuba tiene el mérito de haber sobrevivido
a una invasión, al sabotaje interno, el bloqueo económico y comercial, amén del
aislamiento político regional. En el resto de países, los proyectos
democráticos fueron aniquilados. Desde Arbenz en Guatemala en 1954, pasando por
Joao Goulart en Brasil en 1964, la invasión a República Dominicana en 1965, el
golpe de Estado contra Salvador Allende en Chile, 1973, la invasión a la isla
de Granada en 1983 y Panamá en 1989, el imperialismo estadunidense, con el
apoyo de las burguesías locales, impuso en su lugar dictaduras militares.
Sin embargo Cuba, se
levanta victoriosa frente a sus enemigos. Combativa, ha sabido responder a los
ataques exteriores. Las razones son múltiples y no es el caso analizarlas en
esta ocasión. Sólo destacar el grado de legitimación del proceso revolucionario.
Desde los primeros años, son muchos los cambios introducidos a medida que se
profundiza la revolución. Nadie que hubiese visitado Cuba en los años 80 o 90
puede sustraerse a las trasformaciones del país en este siglo XXI. Desde las
políticas sociales, las culturales, pasando por las nuevas leyes en la esfera
económica, las actividades privadas o el turismo. El dinamismo forma parte de
un proyecto cuya pervivencia se fundamenta en el alto grado de compromiso
político en la defensa de la soberanía nacional y el socialismo.
Es un logro para la
revolución cubana que, tras medio siglo de enfrentamiento, Estados Unidos
reconozca, primero, el fracaso del bloqueo y, de manera implícita, la dignidad
de un pueblo que ha sabido permanecer firme a sus principios y convicciones.
En estos momentos el
diálogo y la negociación entre Cuba y estados Unidos se realiza en un contexto
diferente al que imperase en el siglo XX. América Latina y el Caribe han
logrado articular un conjunto de instituciones como Unasur, Celac, Mercosur y
la Alba, que suponen un reequilibro de fuerzas ante el viejo sistema
hegemonizado por Estados Unidos, OEA y Tiar. La dignidad gana batallas. Cuba es
el ejemplo.
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