Merece la pena
continuar la lucha por un mundo más justo y ecológicamente más equilibrado. Los
que luchan pueden tener la certeza de que no están solos.
Boaventura de Sousa Santos
/ Público.es
Mi trabajo me obliga a
viajar por varios países. Las experiencias que recojo, sin confirmar ni
descartar las hipótesis que orientan mi trabajo científico, me dan
informaciones preciosas sobre el pulso del mundo, sujeto a presiones globales,
pero de ningún modo unívoco en las respuestas que les da. La supuesta ausencia
de alternativas para problemas o conflictos concretos en un determinado país no
es más que un argumento útil para quien está en el poder y en él se quiere
perpetuar.
El pasado mes de julio
pude convivir cerca de los campesinos mozambiqueños que luchan contra la
actividad minera y los proyectos agroindustriales que los expulsan de sus
tierras y los realojan en condiciones infrahumanas, destrozan la agricultura
familiar que en gran medida alimenta a la población, contaminan las aguas de
los ríos, destrozan sus cementerios y frecuentemente los someten a una violenta
represión policial. Todo en nombre del progreso y del crecimiento económico,
pero en realidad apenas sirve para permitir lucros escandalosos a las empresas
multinacionales implicadas (muchas de ellas brasileñas) y rentas parásitas a
las élites político-económicas locales. Los contactos entre campesinos
mozambiqueños y brasileños fueron cruciales para fortalecer su lucha a través
de la solidaridad internacional y alimentar la esperanza de que la resistencia
pueda tener éxito.
Hace dos semanas, en
Chile, viví momentos de emoción frente al Palacio de la Moneda, donde hace
cuarenta años el presidente electo Salvador Allende fue depuesto por el golpe
de Pinochet. Un golpe preparado por una fuerte campaña de desestabilización
orquestada por Washington muy semejante a la que está siendo ahora orquestada
contra Venezuela, facilitada por algunos errores cometidos por un chavismo que
no sabe existir sin Chávez. En vísperas de las elecciones, las marcas de la
dictadura continúan ensombreciendo las élites políticas y la vida social de los
chilenos. La privatización de la Educación, la Sanidad y la Seguridad Social
(las mismas políticas que hoy se implantan en Portugal) tuvo consecuencias
devastadoras para el bienestar de la gran mayoría de la población, y la
probable victoria de Michelle Bachelet podrá representar el esfuerzo, aunque
limitado, por revertir la situación de desprotección social que avasalla el
país.
¿Estará Portugal
condenado a repetir la historia de Chile vaciando, en nuestro caso, la
democracia para después intentar devolverle algún significado? Para simbolizar
que las continuidades siempre conviven con rupturas, el día anterior a mi
partida, más de 50.000 chilenos y chilenas, la mayoría jóvenes, desfilaron en
una valiente marcha del orgullo gay como diciendo que, como los estudiantes que
protagonizaron las revueltas de 2012 y los pueblos mapuches en lucha contra el
saqueo de sus recursos naturales, son parte de un nuevo Chile post-conservador
y post-neoliberal.
Escribo esta crónica
desde Ciudad de México. Días antes, en Guadalajara, tuve un encuentro con
representantes del pueblo Wixarika, que lucha contra una empresa minera
canadiense que fue autorizada por el Gobierno mexicano para extraer minería a
cielo abierto en sus territorios sagrados de Wiricuta, en San Luis de Potosí.
Basta este nombre para mostrar la continuidad del saqueo de los recursos
naturales de estos pueblos desde el inicio de la colonización española hasta
hoy. Como en Mozambique, Chile o Brasil, la solidaridad internacional y la
implicación de órganos de la ONU serán importantes para fortalecer la
resistencia contra estos megaproyectos hechos sin consultar a la población y
que violan gravemente los derechos humanos y el medio ambiente.
Entretanto, el Gobierno
priista propone una reforma educativa con un perfil semejante a la que se está
haciendo en Portugal. Y, como aquí, también los sindicatos de los profesores de
México protestan masivamente contra las reformas. Los sindicatos mexicanos son
muy fuertes y, a pesar de que el Gobierno intenta enflaquecerlos, adoptan
formas de lucha que incluyen la ocupación de edificios públicos y plazas,
bloquean carreteras o anulan los peajes de las autopistas. Estos ejemplos
muestran que merece la pena continuar la lucha por un mundo más justo y
ecológicamente más equilibrado. Los que luchan pueden tener la certeza de que
no están solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario