Sin una revolución espiritual (no necesariamente religiosa) que
envuelva otra mente (nueva visión) y un nuevo corazón (nueva sensibilidad) en
vano buscaremos soluciones meramente científicas y técnicas. Estas son
indispensables, pero integradas dentro de otro marco de principios y valores
que son la base para un nuevo paradigma de civilización.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
El 27 de septiembre algunos cientos de científicos, el Panel
Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), se reunieron en Estocolmo para
evaluar el nivel de calentamiento global, y nos trasmitieron datos
preocupantes: «las concentraciones de dióxido de carbono (CO2), de metano (CH4)
y de óxido nitroso (N2O), principales responsables del calentamiento global,
superan ahora considerablemente las concentraciones más altas registradas en
núcleos de hielo durante los últimos 800.000 años». La actividad humana ha influido
en este calentamiento con una certeza del 95%. Entre 1951 y 2010 la temperatura
aumentó entre 0,5 °C y 1,3 °C y en algunos lugares ya ha alcanzado los 2 °C.
Las previsiones para Brasil no son buenas: a partir de 2050 podemos tener
verano permanente durante todo el año.
Esta temperatura puede tener efectos devastadores para muchos
ecosistemas y para los niños y personas mayores. Los científicos del IPCC hacen
una súplica apasionada a la gente para iniciar una acción inmediata a nivel
mundial en términos de producción y de consumo que puedan detener este proceso
y reducir sus efectos nocivos. Como dijo uno de los coordinadores del informe
final, el suizo Thomas Stocker: «La pregunta más importante no es dónde estamos
hoy, sino dónde estaremos en 10, 15 o 30 años. Y eso depende de lo que hagamos
hoy».
Al parecer, se está haciendo muy poco o nada de forma articulada y
global. Los intereses económicos de acumulación ilimitada a costa del
agotamiento de los bienes y servicios naturales prevalecen sobre las preocupaciones
por el futuro de la vida y la integridad de la Tierra.
La percepción fundamental que uno tiene al leer el resumen de 31
páginas es que vivimos en una especie de mundo que destruye sistemáticamente la
capacidad del planeta para sostener la vida. Nuestra forma de relacionarnos con
la naturaleza y con la Tierra en su conjunto es ecocida y geocida. Siguiendo en
esta dirección, seguramente vamos a conocer una tragedia ecosocial.
El propósito de un sinnúmero de grupos, movimientos y activistas se
concentra en la identificación de nuevas formas de vivir de manera que
garanticemos la vida en su gran diversidad y que vivamos en armonía con la
Tierra, con la comunidad de la vida y con el cosmos.
En un trabajo que nos llevó más de diez años de investigación
intensiva, a un educador experto en cosmología moderna Marcos Hathaway,
canadiense, y a mí, tratamos de ensayar una reflexión cuidadosa que incluyese
la contribución de Oriente y Occidente a fin de delinear una dirección viable para
todos. El libro se llama: El Tao de la Liberación: Explorando la
Ecología de Transformación (Voces 2012). Fritjof Capra le hizo un
hermoso prólogo y la comunidad científica norteamericana ha recibido la edición
en inglés con beneplácito, pues el Instituto Nautilus nos concedió en 2010 la
medalla de oro en Ciencia y Cosmología.
Nuestra investigación parte de la siguiente observación: hay una aguda
patología inherente al sistema que actualmente domina y explota el mundo: la
pobreza, la desigualdad social, el agotamiento de la Tierra y el fuerte
desequilibrio del sistema-vida. Las mismas fuerzas e ideologías que explotan y
excluyen los pobres también están devastando toda la comunidad de vida y
socavando las bases ecológicas que sostienen el planeta Tierra.
Para salir de esta situación trágica estamos llamados, de una manera
muy real, a reinventarnos como especie. Para ello necesitamos sabiduría que nos
lleve a una profunda liberación/transformación personal, pasando de señores
sobre las cosas a hermanos y hermanas de las cosas. Esa transformación implica
también una liberación/reinvención colectiva a través de otro diseño ecológico,
que nos impulse a respetar y a vivir de acuerdo con los ritmos de la
naturaleza. Debemos saber qué extraer de ella para nuestra supervivencia
colectiva y cómo aprender de ella, pues ella se estructura sistémicamente en
redes de inter-retro-relaciones que aseguran la cooperación y la solidaridad de
todos con todos y dan sostenibilidad a la vida en todas sus formas,
especialmente a la vida humana. Sin esta cooperación/solidaridad nuestra con la
naturaleza y con los seres humanos, no encontraremos una salida eficaz.
Sin una revolución espiritual (no necesariamente religiosa) que
envuelva otra mente (nueva visión) y un nuevo corazón (nueva sensibilidad) en
vano buscaremos soluciones meramente científicas y técnicas. Estas son
indispensables, pero integradas dentro de otro marco de principios y valores
que son la base para un nuevo paradigma de civilización.
Todo esto está dentro de las virtualidades del proceso cosmogénico y
también dentro de las posibilidades humanas. Es importante creer en tales
realidades. Sin la fe y la esperanza humanas no vamos a construir un arca
salvadora para todos.
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