La eficacia macabra con
la que el Cóndor desarticuló los movimientos sociales en los años de las
dictaduras militares en América del Sur tiene hoy posibilidades multiplicadas
al poder usar tecnologías que son a la vez mucho más precisas y mucho más
abarcantes; sin embargo tiene en contra, evidentemente, el aprendizaje de los
pueblos y su capacidad de lucha y resistencia.
Ana Esther Ceceña / Rebelion
Las lógicas del poder,
que se transforman aparencialmente de acuerdo a las situaciones y
circunstancias históricas, adoptan formas imperiales, como las que se expresan
con los procesos de militarización, pero también formas consensuales
para imponer sus reglas del juego. Los acuerdos aprobados en la OMC, las
reglas legitimadas del FMI, las disposiciones perversas de los tratados de
libre comercio e incluso las reglas de las democracias formales que padecemos
son algunas de las más destacadas formas de establecimiento consensual de las
relaciones de dominación. El imperialismo es una de las formas que asume la
dominación, pero no es la única. Con la desaparición del imperialismo no se
resuelve la dominación que abarca dimensiones tan complejas como las de las
relaciones de género, de cultura, de lengua, de especie y muchas otras que
ocurren en las prácticas relacionales en los micro y macroniveles.
Como estudiosos de los
fenómenos económicos y sociopolíticos contemporáneos, como pensadores críticos
y actores políticos, estamos obligados a ser muy precisos y desentrañar la
sustancia oculta de éstos sin simplificaciones abusivas que en vez de
contribuir a una buena comprensión y al diseño de estrategias de lucha
inteligentes, nos lleven a enfrentamientos de conjunto, incapaces de penetrar
por las porosidades del poder.
En la lucha de los
pueblos americanos el problema no se terminaría aboliendo las relaciones de
explotación, aunque seguramente es un punto fundamental, sino que tenemos que
enfrentar simultáneamente problemas de clase, de discriminación racial, de
género y muchos otros que tienen que ver con la difícil conformación de una
socialidad impuesta, contradictoria y resistida. La colonización no sólo se
realizó en la esfera del trabajo o de la producción, aunque también, sino que
se enfocó centralmente a los cambios de mentalidad, a la extirpación cultural e
histórica de los pueblos mesoamericanos, caribeños y andinos, a la conquista de
las mentes.
La esencia de las
relaciones sociales, de las relaciones entre sujetos que no están establecidos
o conformados de una vez y para siempre, no emanan naturalmente de las
estructuras. Los sujetos se construyen a sí mismos en el proceso social, en la lucha,
en la resistencia y a través de esa lucha es que se van modificando también las
formas y modalidades de la dominación.
No sería posible explicar
de otro modo la tónica militarista que invade las escenas de la “libertad de
mercado” impulsadas por el neoliberalismo como mecanismo privilegiado de
reordenamiento social. No hay más libre mercado, si es que lo hubo. Las
normatividades que se van estableciendo universalmente por la vía de los
tratados económicos y de las negociaciones en organismos internacionales como
la OMC, no propician la libertad sino la imposición, pero además se acompañan,
cada vez más, de medidas de control militar y militarizado ahí donde el rechazo
de la población se manifiesta de forma organizada y/o masiva.
La modalidad militarizada
del capitalismo de nuestros días juega con mecanismos de involucramiento
generalizado y aborda científicamente [1] la dimensión simbólica y de
creación de sentidos que permite construir un imaginario social sustentado en
la existencia de un enemigo siempre acechante y legitimar la visión guerrera de
las relaciones sociales y las políticas que la acompañan (Ceceña, 2004). Esto
supone que la militarización de las relaciones sociales es un fenómeno complejo
que no se restringe a las situaciones de guerra abierta sino que incluye
acciones de contrainsurgencia muy diversas, que comprenden el manejo de
imaginarios, todos los trabajos de inteligencia, el control de fronteras, la
creación de bancos de información de datos personales, la introducción de
nuevas funciones y estilos en las policías ocupadas de la seguridad interna, e
incluso la modificación del estatuto de la seguridad en el conjunto de
responsabilidades y derechos de los Estados.
Caracterizar el momento
actual sobre la base de la militarización de las visiones y estrategias
hegemónicas no descarta la identificación de la guerra, de la sustancia de la
guerra, como un elemento inmanente, consustancial, a las relaciones
capitalistas. Pero si bien la guerra es sólo otra forma de entender la
competencia, históricamente se van modificando los énfasis o los terrenos en
los cuales se desatan las estrategias de clase, en este caso de la clase
dominante, y en que se configuran las diferentes modalidades o momentos en las
relaciones de dominación. Hace algunos años nadie hablaba del militarismo como
elemento dominante y sin embargo estábamos en este mismo sistema. Se hablaba
del neoliberalismo, del mercado, de que el eje ordenador de la sociedad eran
las relaciones de mercado y que era a través de estas relaciones de mercado
como se disciplinaba y como se concebía a la sociedad en su conjunto.
Hoy eso nos es
insuficiente para entenderla, pero también le es insuficiente al poder para
reorganizarla y controlarla; entre otras cosas porque es una sociedad que se
mueve tanto, que se insubordina tanto, que no permitió que el mercado la
disciplinara, obligando a los poderosos a usar otro tipo de herramientas. No
quiere decir que el mercado desaparezca como disciplinador, quiere decir que la
dimensión militar se sobrepone al mercado desplazándolo de su carácter de eje
ordenador, que la visión del mundo adopta un contenido particularmente
militarizado, y que es a partir de la visión militar que la totalidad no sólo
se reordena sino que cobra un nuevo sentido.
La hegemonía consiste en
universalizar una visión del mundo, pero la universalización se hace de muchas
maneras. A través de imágenes, a través de imposiciones, de discursos, de
prácticas.
Con respecto a la
militarización de los últimos tiempos la batalla más importante la están
ganando los poderosos en el terreno cultural, a través de una serie de
mecanismos entre los cuales destacan los medios de comunicación. Están ganando
la batalla en la medida en que logran convencer de que el mundo es un lugar de
competencia, de disputa, en el que tenemos que batirnos unos con otros para
ocupar nuestro espacio, por lo demás, siempre incierto. Tenemos que competir
entre nosotros por un empleo, por los planes de desempleo, por la seguridad
social. Batirnos a muerte por ser incluidos en el reino de los explotados y
precarizados, como si esa fuera nuestra utopía de mundo para el futuro.
Esa batalla cultural es
una batalla por la construcción de sentido, no es de colocación de bases
militares. La militarización se está metiendo en las cabezas y no solamente en
las bases militares. Se está metiendo en las leyes, antiterroristas o
simplemente de control de movimientos como son los regímenes de tolerancia cero
que nos convierten a todos en sospechosos.
Percibo que en términos
de los paradigmas de militarización para América hay una construcción de capas
envolventes en las cuales se van abarcando diferentes dimensiones de
establecimiento de relaciones de sometimiento. Entre esas capas envolventes se
encuentran, como círculos concéntricos, los cambios de normatividad, el
establecimiento de normas continentales para la seguridad interna, el cuidado
de las fronteras, los ejercicios militares en tierra, los ejercicios en los
ríos y canales de internación en los territorios, el establecimiento de una red
continental de bases militares y los ejercicios navales que permiten circundar
todo el continente, estableciendo una última frontera, más allá de las
jurisdicciones nacionales.
Desde Irak hasta la
Patagonia, los poderosos han puesto especial cuidado hoy en construir una
legalidad que justifique sus acciones de intromisión. Ante una legitimidad
fuertemente cuestionada se generalizan las leyes antiterroristas que tienden a
crear, por un lado, una complicidad entre todos los Estados y por esa vía van
imponiendo políticas y juridicidades supranacionales y, por el otro, una
paradójica situación similar a la de un estado de excepción permanente en el
que todos los ciudadanos serán rigurosamente vigilados porque todos son
sospechosos, aunque todavía no se sepa ni siquiera de qué. Generalmente de
pretenderse sujetos. El derecho se coloca al servicio de la impunidad aunque se
reivindique democrático y los cuerpos de seguridad empiezan a construir el
panóptico que vigila desde todos los ángulos: con cámaras de video en los
bancos, en los semáforos, en las calles transitadas; que permite la
intercepción telefónica en casos que así lo ameriten; que permite la tortura
cuando se trata de detenidos catalogados como terroristas sin ningún juicio
previo, y que admite la detención de cualquier ciudadano sin orden de
aprehensión previa, simplemente para investigar. Es decir, se trata de imponer
la cultura del miedo en una población que no podrá saber previamente a la
detención si era sospechosa de algo, como medio para paralizar y disuadir de
conductas terroristas, insurgentes o tímidamente disidentes. Los delincuentes
comunes tienen construida toda otra red de relaciones que sólo casualmente son
tratados de acuerdo a estas mismas normas.
Como parte del panóptico
y nuevamente como otra de las paradojas de los discursos del poder, al lado de
la pregonada libertad de tránsito para las mercancías, las inversiones y los
cuerpos de seguridad, se ha ido restringiendo cada vez más el libre tránsito de
personas. Los mejores y más trágicos ejemplos son las fronteras impuestas al
pueblo palestino en su propia tierra y los muros de contención a migrantes
desesperados en la frontera entre México y Estados Unidos y en el sur de
España, no obstante, las fronteras no siempre se cierran de manera tan visible
y evidente. Mucho más sutil pero quizá más peligroso por la amplitud y alcances
que puede llegar a tener es el control de inteligencia que hoy utiliza los
adelantos de la tecnología para aprovechar el tránsito a través de las
fronteras como mecanismo de seguimiento personalizado. El panóptico se
materializa en las nuevas fotografías que incluyen los pasaportes, con
reconocimiento de iris o con otro tipo de identificación biogenética que
inmediatamente incorporan los movimientos de la persona a un banco de datos
centralizado en Estados Unidos y que está a disposición de los servicios
migratorios de la región (en el caso nuestro del Continente americano) como en
otro momento y con menos recursos tecnológicos ya se hizo con el Plan Cóndor.
Hoy, las revelaciones de Edward Snowden sólo confirman lo que evidentemente
ocurre desde tiempo atrás.
La eficacia macabra con
la que el Cóndor desarticuló los movimientos sociales en los años de las
dictaduras militares en América del Sur tiene hoy posibilidades multiplicadas
al poder usar tecnologías que son a la vez mucho más precisas y mucho más
abarcantes; sin embargo tiene en contra, evidentemente, el aprendizaje de los
pueblos y su capacidad de lucha y resistencia.
Este control de fronteras
y la imposición de leyes con implicancias supranacionales, combinado con la
dilución de los límites internacionales, convierten en una ilusión las
soberanías nacionales. La pretensión de privatizar las aduanas de México, los
tratados transfronterizos para la gestión de recursos naturales que caen bajo
la jurisdicción de más de un Estado y que están permitiendo evadir leyes
nacionales, por ejemplo, son mecanismos de conculcación de soberanía. En el
acuífero Guaraní, por citar un caso muy delicado y relevante, la negociación se
hace entre los cuatro países implicados y con la intervención de Estados Unidos
(en el esquema del cuatro más uno) mediante el apoyo experto del Banco Mundial.
Lo mismo ocurre con selvas, oleoductos u otros recursos que pasan a ser
tratados ya sea como novedosos y por tanto no contemplados en las legislaciones
nacionales, ya sea como problemas de “seguridad nacional”. Y en este continente
se sabe que seguridad nacional es seguridad de Estados Unidos en el territorio
que no es de Estados Unidos, o no sólo en territorio que es de Estados Unidos.
Las fronteras, que hasta ahora eran custodiadas por las fuerzas garantes de la
seguridad interna en la vieja acepción, hoy se han convertido en zonas de
seguridad estratégica custodiadas cada vez más por los cuerpos de seguridad del
gendarme mundial.
En diversos casos los
ríos o lagos son los que marcan las fronteras. Pues bien, estos son justamente
los espacios privilegiados de localización de los ejercicios militares
conjuntos (con Estados Unidos, se entiende) actualmente. Los ríos son un canal
de penetración muy distinto al que se estaba utilizando cuando se hacían los
ejercicios directamente en tierra y permiten además no sólo la utilización de
fuerzas anfibias sino la definición de actividades tanto en agua como en
tierra, matando dos pájaros de un tiro. En esta situación se encuentra la zona
del río Paraná, y en algún momento estuvo la del río Usumacinta, entre México y
Guatemala. Curiosamente, cuando se trata de ejercicios ribereños, es más fácil
evadir la aprobación de los Congresos de los países limítrofes porque el río
aparece como territorio relativamente neutro. Es como si se estuviera ante una
legislación ausente o vacía ya que se refiere a un territorio fluido y no fijo.
Una de las capas
envolventes más importantes por su capacidad de influir en los modos de uso de
los territorios y en los modos de control de los sujetos críticos consiste en
la colocación de bases militares de Estados Unidos en puntos seleccionados del
continente con dos propósitos explícitos y evidentes: garantizar el acceso a
los recursos naturales estratégicos y contener, disuadir y/o eliminar la
resistencia ante las políticas hegemónicas y la insurgencia abierta.
Actualmente Estados Unidos cuenta con un sistema de bases que ha logrado
establecer dos áreas de control: 1. el círculo formado por las islas del
Caribe, el Golfo de México y Centroamérica, que cubre los yacimientos
petroleros más importantes de América Latina y que se forma ya no solamente con
las bases de Guantánamo, Reina Beatriz, Hato Rey, Lampira, Roosevelt,
Palmerola-Soto Cano y Comalapa, como fue hasta 2009, sino que ahora incorpora
las nuevas posiciones convenidas con Colombia (7), Panamá (11) y Honduras (2),
además de las bases itinerantes, mucho más flexibles, ubicadas en los 43 buques
de guerra que Costa Rica ha permitido actuar en sus aguas territoriales desde
julio de 2010; 2. el círculo que rodea la cuenca amazónica bajando desde
Panamá, en el que el canal, las riquezas de la región y la posición de entrada
a América del Sur han sido esenciales, y que se forma con las bases colombianas
ya viejas (Larandia, Tres Esquinas, Caño Limón, Marandúa y Riohacha), con las
posiciones que comparten en Perú (Iquitos, Pucallpa, Yurimaguas y Chiclayo), y
con todas las nuevas de Colombia y Panamá.
Algo que podría ser
concebido como la última frontera o la capa envolvente más externa, está
conformada por los ejercicios militares en los océanos Pacífico y Atlántico y
en el Mar Caribe: en todo lo que circunda a América Latina. Hasta ahora la
percepción que se tenía era la de ejercicios circunstanciales y esporádicos y
en parte por esa razón no se les ha concedido demasiada importancia. Mucho
menos se les ha considerado parte de la estrategia continental de control. Sin
embargo, se trata de ejercicios sistemáticos, que permiten realizar un
patrullaje constante alrededor de América Latina y mantener ahí una presencia
más o menos permanente. Son ejercicios que tienen un carácter secuencial,
evolutivo, y que marcan en verdad un circuito de frontera que, por ser externa
a las aguas territoriales de los países correspondientes, queda a cargo,
nuevamente, del gendarme mundial a través de su IV flota.
Ahora bien, estas capas
envolventes, que atañen a América Latina en su conjunto, van a estar focalizadas
en tres áreas distintas en las que parecen atender a tres estrategias
diferenciadas. Esas tres subregiones se caracterizan también por tres
paradigmas distintos de dominación y sus diferencias geopolíticas son muy
claras. En los tres casos, por diferentes razones, se trata de puntos
estratégicos tanto por los recursos que albergan como por su posición
geográfica específica.
La primera región es la
constituida por Colombia y su área circundante. Yo destacaría dos elementos en
este caso, relacionados con la estrategia contrainsurgente y de ocupación
militar: 1. el experimento de la polarización, acompañado de una sistemática
ruptura de tejido comunitario, para valorar hasta dónde es posible dominar,
controlar e incluso hegemonizar a través de un esquema de polarización
exacerbada con sólo dos opciones, evidentemente antagónicas, y 2. hasta dónde
es posible, a partir de asentamientos o de construcciones sociales como la
colombiana, el control de la que Estados Unidos considera la mayor amenaza hoy
en el continente, que es Venezuela, evaluando el carácter de las tensiones
fronterizas que se desarrollan y la capacidad de control de la insurgencia
venezolana desde Colombia.
La segunda subregión es
la del Caribe y la cuenca del Golfo de México, extendida hasta Venezuela. La
estrategia regional en esta zona avanza por dos líneas: la ocupación directa
por un lado, y la creación de acuerdos que propician la extraterritorialidad de
Estados Unidos, asumida por el Comando Conjunto mediante el establecimiento de
la jurisdicción del Comando Norte del ejército abarcando el área Canadá-Estados
Unidos-México completa, por el otro.
El enclave paradigmático
de ocupación directa en este momento se localiza en Honduras, después de un
golpe de estado, y en Haití, aunque, evidentemente, con fuertes implicaciones
para Cuba. Haití es un caso muy importante porque es donde se está ensayando
otra manera de establecer la hegemonía a través de la complicidad casi
obligatoria de todos los ejércitos del continente, sin olvidar la de Francia,
que asegura tener ahí un conflicto de intereses. La ocupación de Haití, así sea
por los llamados cuerpos de paz, es una ocupación militar, impuesta. Todos
sabemos que la figura de cuerpos de paz fue creada como parte de los mecanismos
de penetración contrainsurgente de la USAID en los momentos inmediatos
posteriores a la Segunda guerra mundial. Aunque ahora esta figura esté
sancionada por la ONU, la conformación latinoamericana de los ocupantes de
Haití está involucrando una estrategia que hasta ahora no había tenido éxito, y
es que los países de América Latina todavía no acaban de aceptar en las
Conferencias Hemisféricas la construcción de la fuerza militar hemisférica,
como fuerza multinacional, porque saben el riesgo que tiene en términos de pérdida
de soberanía, y sin embargo en los hechos ha sido puesta en funcionamiento a
través de su participación en Haití; son Brasil, Chile, Argentina, Uruguay y
Bolivia los que están a cargo del disciplinamiento y la represión al pueblo
haitiano, de la destrucción de sus organizaciones políticas en razón de su
supuesta incapacidad para autogobernarse.
Después del terremoto de
2011 la ocupación militar de Haití cambió de carácter pues fue directamente el
Comando Sur quien se estableció en este territorio, subordinó a la misión
internacional de la ONU y tomó el control de las comunicaciones y del
funcionamiento interno del país, estableciendo un enclave militar de primer
nivel en el centro del Caribe.
La línea de la
extraterritorialidad que ha impulsado Estados Unidos avanza en el otro costado
del Golfo de México bajo el manto de un acuerdo, una alianza , que
construye como fronteras externas las que circundan el bloque trinacional de
América del Norte. Frontera externa compartida que debe ser defendida en
colaboración por los cuerpos de seguridad y fuerzas armadas de los tres países
cuyos territorios conforman el área de seguridad interna. La Alianza para la
Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), mediante un acuerdo
ejecutivo no sometido a las instancias de representación ni mucho menos a la
sociedad en su conjunto, ha entregado la soberanía, de manera voluntaria, a las
fuerzas del orden de Estados Unidos y abrió la puerta para implantar el Plan
México (Iniciativa Mérida), que combina y en cierto sentido supera al Plan
Colombia.
De este modo, el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se amplía hacia la integración
energética que resolverá la crisis de Estados Unidos en este renglón y hacia la
integración de políticas y acciones de seguridad bajo los criterios dictados
por el Comando Conjunto de Estados Unidos que incluyen, entre otras cosas, la
misión de garantizar el acceso irrestricto a los recursos considerados
indispensables para la seguridad nacional (de Estados Unidos, claro). Es decir,
las riquezas de México quedan legítimamente encadenadas a los intereses
estratégicos estadounidenses, además de la extensión de las medidas adoptadas
después del 11 de septiembre de 2001 en la Ley patriótica, referentes al
combate a la subversión, terrorismo y disidencia. La conculcación de derechos
ciudadanos a que se ha sometido al pueblo estadounidense se extiende al
tratamiento de los pueblos canadiense y mexicano.
Ahora bien, desde una
perspectiva geopolítica, poner a las fuerzas de seguridad estadounidenses como
custodia de las fronteras mexicanas no afecta solamente a los mexicanos sino a
toda la región caribeña y centroamericana.
Con la ASPAN, la
Iniciativa Mérida y la ocupación de Haití; con el golpe en Honduras, las bases
militares y los patrullajes y ejercicios constantes en esta región se garantiza
el cuidado de las cuencas petrolíferas del Golfo de México y Venezuela; se
controlan los pasos más importantes de los migrantes y las drogas; se mantiene
bajo vigilancia los procesos cubano, venezolano y en general del bloque del
ALBA; y se sienta el precedente de los nuevos tratados de integración que se
intenta imponer en el continente y que han permitido recientemente la creación
de la Iniciativa de Seguridad del Caribe.
El otro eje del paradigma,
el otro ensayo de estrategia, es el caso de Paraguay. Corazón de una subregión
que si bien ha sido escenario de acción de dictaduras militares que se
significaron por su creatividad perversa en todo tipo de torturas y por ser
máquinas implacables de desaparición y muerte, hasta ahora sólo tenía la base
de Mariscal Estigarribia, con una pista de aterrizaje para tránsito pesado en
el centro de la zona hidrocarburífera (el Chaco). Los ejercicios conjuntos en
Paraguay han sido sistemáticos y hoy se complementan con la instalación de una
Base de Operaciones en la zona norte, concedida a Estados Unidos.
El cono sur concentra una
enorme porción del agua dulce del planeta en sus abundantes ríos y lagos, en
los acuíferos subterráneos y en los glaciares del sur, además de minerales y
otros recursos valiosos como petróleo y gas, particularmente en Brasil,
Argentina y Bolivia. Es en este sentido de una importancia indudable.
El sobredimensionamiento
de la presencia militar estadounidense en la región amazónico-caribeña ocurrido
en los últimos 5 años principalmente, permitía prever que los próximos
movimientos se harían hacia el sur, intentando llenar los vacíos o escasos
posicionamientos en la región rioplatense.
Paraguay ha sido hasta
ahora uno de los principales puertos de entrada y es donde tienen ya sentadas
algunas posiciones importantes. Ha sido un país amigo y colaborador desde la
época del Plan Cóndor y era el lugar perfecto para empezar a voltear la
dinámica del sur. A pesar de la resistencia popular, que no ha cesado en
décadas, se perpetra un extraño golpe de estado en el que el Presidente electo
entrega el gobierno sin mayor dificultad.
Perú es el otro punto con
el que se logran tender algunos entramados que en conjunto permiten un control
bastante aceptable de la región. Después de asumir funciones Ollanta Humala y
después de un pequeño periodo de espejismo de las izquierdas, la estrategia
trazada previamente siguió su curso y se ha ido permitiendo una nueva situación
de dominio y articulación continental a través de la Alianza del Pacífico, del
nuevo estilo del protagonismo colombiano con el presidente Santos y de la
complicidad de las oligarquías locales con los proyectos de Washington.
Hoy no está más el
presidente Chávez en nuestro continente y las amenazas hegemónicas se
recrudecen. Se va creando un ambiente en el que ya no va a ser sorprendente un
golpe de estado más y en el que con toda impunidad avanza el proyecto de los
poderosos, sea mediante empresas mineras y saqueadoras de las riquezas de
Nuestra América, castigos financieros, operativos de desestabilización, nuevas
posiciones militares, espionaje directo o mediante cualquier otro de los
mecanismos de ocupación conocidos o por conocer.
Sólo la resistencia de
los pueblos está poniendo freno al avasallamiento y ahí es donde es necesario
dar la pelea, que en este caso, es por la vida. Para nosotros, pensadores
críticos y luchadores sociales, esta coyuntura abre nuevos retos y desafíos más
profundos.
Nota:
[1] Así como la
introducción del taylorismo y fordismo supuso un estudio cuidadoso de los
procesos de trabajo y su transformación científica con base en su
desagregación en tiempos y movimientos, a la vez que el ambiente y organización
del trabajo era objeto de la aplicación de dinámicas de estimulación y
corresponsabilidad, recientemente los estudios sobre sistemas complejos
experimentan con estímulos al comportamiento de colectivos diversos y los
medios de comunicación buscan las mejores alternativas para la creación de
sentidos, no sólo en términos de contenidos sino de imágenes y manejo de
tiempos y secuencias. Todo esto vinculado a los campos de control y
contrainsurgencia directamente generados por el Comando Conjunto de Estados
Unidos.
Ana Esther
Ceceña. Coordinadora del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica en el
Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de
México.
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