En nuestra América, la
esperanza de muchos pueblos se hizo lucha real y concreta; fue derrotada, en su
momento, pero supo llegar a ser victoria, en medio de las más terribles
condiciones. Para un mundo que hoy busca respuestas a sus incertidumbres y
crisis, el ejemplo latinoamericano bien podría alumbrar los nuevos caminos aún
no transitados.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
"Grito de los excluidos", de Pavel Eguez. |
¿Qué es lo que nos
dicen, lo que reclaman y denuncian, los movimientos, protestas y voces que, en
todo el planeta, se levantan contra el rumbo de la globalización neoliberal?
Quizás lo más evidente, porque lo padecemos prácticamente todos, sin excepción,
sea el hecho que los procesos de acumulación, explotación de recursos naturales
y generación de riqueza propios del capitalismo contemporáneo, están anulando
las posibilidades de realización efectiva de los Derechos Humanos, los Derechos
Sociales, Económicos y Culturales de los pueblos. Es decir, cavamos la fosa de
nuestra propia civilización.
También parecen
decirnos que la tiranía del dinero y la filosofía del úselo y tírelo, afines a los intereses de las grandes corporaciones
y los mercados, pero enemigas de la naturaleza y el sentido de humanidad,
merecerían un triste lugar en el Manual
de Instrucciones de Cortázar, en sus indicaciones para hacer llorar.
Pero más importante que
todo lo anterior, por una trascendencia que nace de la fuerza de la esperanza
–y que acaso solo sea comprensible desde allí-, es que este grito secular
contra el actual orden de cosas que impera en el mundo representa, a su
manera, una reivindicación de las
utopías, que hace trizas las profecías de los apóstoles del fin de la historia.
Es que en la contracara
de las inaceptables imágenes, relatos y realidades del mundo en el siglo XXI,
de las que dan cuenta el reciente naufragio mortal de decenas de migrantes
africanos en aguas italianas del Mediterráneo; así como de la profundas
problemáticas de desigualdad social, explotación laboral, migraciones forzadas,
enfermedades y muertes por falta de acceso a servicios de salud, depredación de
la naturaleza y todo tipo de vejaciones a la dignidad, presentes ya no solo en
los países más pobres, sino también en los grandes centros del capitalismo
global-finaciero, se va tejiendo una urdimbre poderosa de resistencias sociales
y culturales, de búsqueda de alternativas al desarrollo como lo hemos conocido,
y en general, se exploran nuevas formas de construcción de aquello que José
Martí expresó bien cuando dijo que cada pueblo debe encontrar las formas de
gobierno que mejor se ajusten a la naturaleza diversa de los factores que lo
constituyen. “Se entiende que las formas
de gobierno de un país han de acomodarse a sus elementos naturales; que las
ideas absolutas, para no caer por un yerro de forma, han de ponerse en formas
relativas; que la libertad, para ser viable, tiene que ser sincera y plena; que
si la república no abre los brazos y adelanta con todos, muere la república”,
escribió el prócer cubano en su ensayo Nuestra
América.
Desde los estallidos
populares de los años 1990, que pusieron en crisis la hegemonía neoliberal y, a
la vez. abrieron el camino a la construcción del andamiaje diverso –por sus
actores, sus referentes ideológicos y culturales, sus ritmos y énfasis, y hasta
por sus contradicciones- que sostiene a los procesos políticos posneoliberales
que irrumpieron en la escena regional desde hace trece años, América Latina se
ha convertido, en muchos sentidos, en la vanguardia de este campo abierto de
experimentación en el que, para bien o para mal, solo se puede avanzar mediante
la prueba y el error.
Y por supuesto, como
dijimos antes, se adelanta –al decir de Martí- desde la actitud fecunda de la
esperanza, cuando esta adquiere no un cariz de contemplación resignada a la
consumación de los hechos y a una redención que nunca llega en el reino de este mundo, como lo retrató
aquella magnífica novela del cubano Alejo Carpentier, sino la dimensión que el
teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, precursor de la teología de la liberación,
definía como “la clave de la existencia
humana orientada al futuro por medio de la transformación del presente”.
Aquí, en nuestra
América, la esperanza de muchos pueblos se hizo lucha real y concreta; fue
derrotada, en su momento, pero supo llegar a ser victoria, en medio de las más
terribles condiciones. Para un mundo que hoy busca respuestas a sus
incertidumbres y crisis, el ejemplo latinoamericano bien podría alumbrar los
nuevos caminos aún no transitados.
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