Desgraciadamente, la
incorporación de las mujeres al mundo del trabajo en América Latina, que constituye toda una
conquista en términos de las luchas históricas por sus derechos, por su
autonomía y por la redefinición de los roles y las relaciones de género en
sociedades sometidas –culturalmente- por un poderoso sustrato patriarcal y
machista, adquiere también el carácter de nuevas formas de explotación y
opresión.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
"Borrasca en azul", de Oswaldo Guayasamín. |
Frías e implacables,
las estadísticas incluidas en varios informes regionales siguen demostrando las
severas problemáticas que atentan contra el desarrollo humano, la justicia
social y la democracia en Centroamérica. Sobre esto ha reparado El País de España, en una publicación que desnuda la
realidad de la concentración de la riqueza en el Istmo, una región en la cual
la mitad de su población –casi 21 millones de habitantes- vive en condición de
pobreza, con importantes cuadros de hambre y subnutrición. En su nota, el
corresponsal del diario español detalla que “un
pequeño grupo de 1.025 millonarios centroamericanos—que equivale al 0.041% de
la población regional- acumula fortunas por 137.000 millones de dólares,
mientras la producción global en la región fue de 172.800 millones en 2012. Son
1.025 personas que se codean con los más ricos de América Latina y que ya
suponen el 14.3% de los multimillonarios latinoamericanos” (El País, 29-09-2013). En ese reino de la
desigualdad, son las mujeres quienes llevan la peor parte.
Carlos Ayala,
director de Radio YSUCA de El Salvador, llama la atención sobre este hecho
cuando explica que, en el contexto de un crecimiento sostenido de la fuerza de
trabajo en Centroamérica (pasó de 13,5 millones de personas en 2000, a 18,5
millones en 2011), el desempleo afecta sobre todo a las mujeres, con excepción
de El Salvador y Honduras, “únicos países en los que la tasa de desempleo de
los hombres es superior a la de las mujeres. En 2011, la diferencia fue de 3.8%
y 1.1%, respectivamente” (ALAI,01-10-2013).
Desgraciadamente,
la incorporación de la población femenina al mundo del trabajo en América Latina, que constituye
toda una conquista en términos de las luchas históricas por sus derechos, por
su autonomía y por la redefinición de los roles y las relaciones de género en
sociedades sometidas –culturalmente- por un poderoso sustrato patriarcal y
machista, adquiere también el carácter de nuevas formas de explotación y
opresión, en el marco de los procesos de acumulación capitalista a los que
responde el modelo de desarrollo dominante en Centroamérica (el de las repúblicas maquileras).
La precarización del
trabajo (contratos desregularizados y jornadas flexibles, de hasta 12 horas o
más por día), los bajos salarios -incluso menores que los de los hombres que
realizan las mismas labores- y la mayor participación en la economía informal;
las transformaciones socioculturales en la población femenina producto de las
condiciones de inserción en el mercado laboral y, al mismo tiempo, de la invasión que sufren en su esfera de
intimidad en industrias como las maquiladoras (por ejemplo, en las decisiones
que atañen a su maternidad); las agresiones físicas y psicológicas, en una
región que vive bajo una auténtica cultura
de la violencia; o el impacto que producen las migraciones sobre las estructuras
familiares, sea que la mujer migre, sea que permanezca en el país como jefa del
hogar; son solo algunas de las problemáticas que enfrentan las mujeres
centroamericanas.
Por supuesto, el de
Centroamérica no es un fenómeno aislado, sino que reproduce tendencias
claramente identificadas a nivel latinoamericano, como lo demuestran Oscar
Ugarteche y Valentin Ballesté en un texto divulgado esta semana por la Agencia Latinoamericana de
Información, en el que, a partir de los datos de la OIT y de CEPAL,
señalan, por un lado, que “hay evidencia de más mujeres en el mercado de
trabajo y de una sobreexplotación mayor medida en horas de trabajo y salario,
donde trabajan más y ganan menos que los hombres, como regla”; y por el otro,
que en “las zonas urbanas de la región, las mujeres tuvieron un salario
ponderado anual equivalente al 68% del ingreso laboral masculino en 2011.
Medido por horas trabajadas las mujeres ganaron el equivalente al 72% del
ingreso de los varones siendo la brecha menor para las mujeres con mayor
educación ya que percibieron el equivalente del 83% del ingreso laboral
masculino por hora” (ALAI, 30-09-2013).
En la capacidad de los
Estados y de las sociedades para atender creativamente este drama, y construir
soluciones de justicia social, igualdad
y democracia plena –no solo ritual-, se decidirá también la posibilidad de
Centroamérica, y la América Latina toda, aspiren a un futuro diferente, o si,
por el contrario, permanecerán entrampadas en el círculo infinito de la pobreza
y la desigualdad.
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