Hoy, la república
Bolivariana de Venezuela sufre el embate desestabilizador de la derecha y los
Estados Unidos. La posibilidad de romper esta estrategia pasa por dar poder
habilitante al presidente para combatir la corrupción. Esa es la batalla.
Marcos Roitman Rosenmann / LA JORNADA
Cuando se trata de violar
constituciones, la derecha latinoamericana no se ruboriza. Tampoco tiene
problemas éticos o morales. En este sentido, podemos estar seguros que sigue
pensando como lo hiciese Diego Portales, político conservador del siglo XIX,
articulador del Estado chileno y referente de la dictadura militar
pinochetista. Al ser consultado sobre el valor de la constitución dijo: “De mí
sé decirle que con ley o sin ley, esa señora que llaman constitución hay que
violarla cuando las circunstancias son extremas”.
Así se las gastaba la
derecha decimonónica. Nunca se sintió atada a los principios de legitimidad
democrática, ni cuando surgían gobiernos progresistas en su seno, ni menos
cuando se olían la posibilidad de ser desplazados por coaliciones
policlasistas, o antimperialistas, lideradas por la burguesía ilustrada. El
siglo XX reforzó esta dinámica, agregando a su ideario el temor a una
revolución proletaria y socialista. Lentamente se fueron sumando ingredientes,
hasta su síntesis, la emergencia de un discurso chovinista, anclado en los
valores patrios: Dios, la familia y la defensa de la Iglesia católica. Tríada
que ha sido esgrimida por todos los caudillos civiles y militares a la hora de
justificar los golpes de Estado. Tras ellos, el fantasma del
socialismo-marxista y el comunismo. Ideologías, argumentarán, contrarias a
natura que penetraban sigilosamente buscando destruir la nación para instaurar
un orden totalitario. Había que estar alerta.
A medida que las técnicas de la
sicología se incorporaron al escenario bélico, la guerra sicológica cobró
fuerza como uno de los pilares de la desestabilización democrática. Así
emergieron relatos destinados a crear rechazo a todo cuanto oliese a socialismo
o comunismo. En América Latina, las campañas del miedo se hicieron sentir desde
muy temprano, aunque fue durante la guerra fría cuando desplegaron toda
su influencia. Desde la mentira más burda, los comunistas separan a las madres
de sus hijos, inoculándoles el virus del odio hacia sus progenitores, hasta
alambicados relatos no menos fantasiosos como la infiltración comunista en
colegios, empresas, instituciones, que buscan lavar el cerebro a la población
por medio de canciones, obras de teatro, cine, etcétera.
En el ínterin, todo el
arsenal que puedan imaginar. No hay discurso desestabilizador que no contenga
la quema de iglesias, el asesinato de figuras relevantes de la vida pública, el
asalto y expropiación de los bienes personales, la violación de mujeres, el fin
de la libertad de prensa y de expresión. Tanto como el robo, la rapiña y la
creación de tribunales populares para fusilar al ciudadano indefenso que ve
cómo sus bienes, ganados con tanto esfuerzo, pasan a poder de la chusma.
Pero a la campaña sicológica
desestabilizadora, más o menos efectiva, se suma un arma de grueso calibre: la
creación de un estado de ánimo que rompa el apoyo popular. Es decir, una quinta
columna que haga ineficaz la aplicación de políticas distributivas y de
justicia social. Me refiero a implementar conscientemente el mercado negro, el
acaparamiento, el desabastecimiento, cuyo fin es estrangular la economía
interna. Se trata de crear un malestar que culpe al gobierno de provocar el
caos, tildándolo de ineficaz y corrupto. En todos los países latinoamericanos
donde ha gobernado la izquierda se emplea esta táctica, cuyos efectos han sido
devastadores.
Fomentar la desaparición
en los supermercados, tiendas y locales comerciales de productos de primera
necesidad, como jabón, papel higiénico, pasta de dientes y alimentos básicos
mina, sin duda, el bloque popular. Lo hace ser vulnerable a prácticas
corruptas, justificadas por la necesidad. En eso se asientan las políticas de
la derecha para justificar sus estrategias golpistas y sediciosas. Crean el
problema y fomentan el caos tensando la cuerda hasta romperla.
Ellos no tienen
problemas, no sufren el desabastecimiento y el mercado negro de divisas les
beneficia. Igualmente acaparan todo tipo de alimentos y utilizan los medios de
comunicación para crear alarma, llamando a la población a levantarse contra el
gobierno. El manual se cumple a rajatabla. Los objetivos desestabilizadores
internos se apoyan en un bloqueo internacional que Estados Unidos y sus aliados
fomentan impidiendo la compra de productos de primera necesidad, repuestos,
bloqueando inversiones y reduciendo el crédito.
Hoy, la república
Bolivariana de Venezuela sufre este embate. La posibilidad de romper esta
estrategia pasa por dar poder habilitante al presidente para combatir la
corrupción. Esa es la batalla.
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