La enmienda
constitucional en Ecuador pone fecha al fin del mandato de otro de los
liderazgos emblemáticos de la generación
del Bicentenario: ese colectivo de presidentes y presidentas que alcanzaron
el poder por la vía electoral en los últimos 15 años, y cuyo grado de afinidad
y sintonía para avanzar en propuestas de concertación y unidad políticas, no
registra parangón en la historia contemporánea del continente.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa
Rica
La decisión de la Asamblea Nacional del Ecuador imposibilita la reelección inmediata del presidente Rafael Correa. |
La Asamblea Nacional
del Ecuador aprobó este jueves 3 de diciembre un conjunto de enmiendas
constitucionales que, entre otros puntos, habilita la reelección indefinida
para los cargos de elección popular, lo que sería efectivo solo a partir del año
2021. Esta medida, cuyo plazo de entrada en vigencia fue propuesta por el
propio presidente Rafael Correa, despeja todas las dudas y especulaciones en
torno a la posibilidad de que el mandatario se presentara como candidato para
un tercer período presidencial, por lo que finalizará su gestión en el
2017. La prensa hegemónica, al servicio
de los intereses de la derecha continental, no ha tardado en calificar de ardid
político la decisión de Correa, ratificada por abrumadora mayoría (100 votos a
favor, 8 en contra y una abstención), de autoexcluirse de los próximos
comicios. Por ejemplo, días antes del pronunciamiento soberano de la Asamblea
ecuatoriana, el diario La
Nación de Argentina se apresuró
a sentenciar que la nueva disposición constitucional “pone a Correa dentro del grupo de dirigentes que desprecian la
posibilidad de la alternancia en el poder, esencial en todo proceso republicano”.
¡Un absurdo monumental propio de un medio que hace pocos días, en su
editorial, hizo apología del terrorismo
de Estado y una defensa de los militares de la última dictadura argentina!
Al margen de lo
ilustrativas que resultan estas construcciones discursivas para comprender la
naturaleza de las relaciones que han establecido las corporaciones mediáticas
con los gobiernos nacional-populares, y más allá de las especulaciones sobre
las futuras intenciones de Correa (¿es que alguien puede predecir el
comportamiento electoral de una sociedad, dentro de seis años?), lo cierto es
que la enmienda constitucional en Ecuador pone fecha al fin del mandato de otro
de los liderazgos emblemáticos de la
generación del Bicentenario: ese colectivo de presidentes y presidentas que
alcanzaron el poder por la vía electoral en los últimos 15 años, y cuyo grado
de afinidad y sintonía para avanzar en propuestas de concertación y unidad
políticas no registra parangón en la historia contemporánea del continente.
Se abre ante nosotros
una nueva realidad política para Ecuador y la
América Latina toda, de la que ya conocíamos antecedentes y se advertían
posibles desarrollos, pero que quizás ni las izquierdas ni los movimientos
sociales analizaron con profundidad para anticiparse a las circunstancias y
responder con audacia a los desafíos. El vacío dejado por la desaparición física
de Néstor Kirchner y Hugo Chávez; el
relevo de José Mujica por Tabaré Vázquez en Uruguay y los desatinos de su
gobierno en política exterior; la reciente derrota del proyecto kirchnerista en
Argentina; la crisis del gobierno del Partido de los Trabajadores en Brasil; o
la inminente recomposición de la Asamblea Nacional en Venezuela, que prolongará
el escenarios de conflictos para la Revolución Bolivariana, dan cuenta de los
importantes reveses para la causa popular latinoamericanista, y de los espacios
que allí ha ganado la restauración conservadora.
De aquella generación
que despuntó hace 15 años, solamente Lula da Silva y Evo Morales han
manifestado con claridad su intención de aspirar de nuevo a la presidencia:
Lula intenta salvar el proyecto petista en Brasil, mientras Evo se
enfila a la contienda en un referendo -a celebrarse el próximo mes de febrero-
que determinará si puede postularse o no para un nuevo período de gobierno.
En cualquier caso, es
preciso reconocer que asistimos al final de una época brillante y seguramente
polémica, pero también marcada por conquistas inéditas en las últimas décadas:
en materia de derechos humanos, participación democrática y nuevo
constitucionalismo, políticas sociales, lucha contra la desigualdad y la
pobreza, integración regional, por citar solo algunos aspectos. Conviene
reconocerlo así, como un capítulo que se cierra, para empezar a trabajar en la
reconstrucción del camino emancipador y en las nuevas resistencias con las que
será necesario plantar cara a la andanada neoliberal que impulsan las derechas
criollas y el imperialismo.
Más allá de nostalgias,
sinsabores, errores y las inevitables contradicciones de todo procesos humano,
el legado de estos dirigentes, hombres y mujeres, no pasará desapercibido para
las sociedades latinoamericanas, que ya no serán las mismas que terminaron el
siglo XX naufragando en la derrota, la desesperanza, el inmovilismo y sin
aliento para construir sus utopías.
La generación del Bicentenario
dice adiós. La historia sabrá juzgarlos y reconocer la importancia de sus
acciones, para la comprensión de los rumbos que, en este siglo XXI, empezó a
explorar y a caminar nuestra América.
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